SOCIEDAD › LAS VICTIMAS DE UN PROXENETA ACUSADAS DE SER COMPLICES DECLARARON EN EL JUICIO

“Me mostraba un arma y me violaba”

Las dos chicas esclavizadas en un burdel de Córdoba y que terminaron enjuiciadas junto a su abusador contaron su historia ante el tribunal. Relataron que estaban sometidas por el terror y que el dueño las obligaba a pegarles a sus compañeras.

 Por Marta Dillon
Desde Bell Ville, Córdoba

“Ahora yo también tengo miedo. Antes de venir para acá tengo que hablar con mis hijos, cuando me voy de acá tengo que volver a hablar. Porque yo no me quedo tranquila si no sé cómo están.” Vanesa Payero, igual que Betiana Zapata, su compañera, habló a pesar del miedo. Sentada en medio de la sala de audiencias, de espaldas al hombre que acusó de tenerla amenazada, pidió que “por favor” se resguarde a su familia. Y el tribunal hizo lugar a su ruego. Esa orden de que se proteja a los suyos en boca del presidente de la Cámara, José María Roca, la animó a seguir adelante. Aferrada al vaso de agua que le ofrecieron una de las tantas veces en que se quebró, la joven contó de su vida en Puente de Fuego, el cabaret del policía federal (R) Jorge González. “Más de una vez me abusó sexualmente después de que salí y mientras me tuvo encerrada. Me hacía tener relaciones con él y con un abogado, por la fuerza. Siempre mostraba un arma plateada. Hasta que quedé embarazada y le dije que no podía trabajar más. Pero me hizo poner unas inyecciones y despedí una bola de sangre. Cada vez que me quería ir me decía que no podía porque le debía plata. Me decía que tenía que cuidar a mis hijos porque eran hermosos, que él los conocía bien.”

Esa mención a sus dos hijos, que tuvo cuando todavía era una niña, era suficiente para que a Vanesa se le escurrieran las ganas de cualquier otra cosa que no fuera cumplir con la voluntad de “don Jorge”. Había aprendido lo mismo que quiso enseñarle a Sandra Amaya –Maru, según su nombre de fantasía–, que si lo sabía llevar a “don Jorge” no le iba a pasar nada. Aunque saberlo llevar fuera estar disponible para los clientes durante toda la noche y parte de la mañana, atender gratis a los policías que iban a comer asado al cabaret y soportar en silencio las violaciones del patrón. Pero Maru no tuvo tiempo de aprender. Según el testimonio de Vanesa, “trabajó dos semanas, más o menos, hasta que dijo que se quería ir, que quería su plata. Entonces don Jorge le empezó a pegar, le decía que era mujer de él y que la plata que ella hiciera iba a ser para él. Ahí nomás me dio las esposas a mí para que la agarrara a la cama, me hizo quedar toda la noche despierta para mirar que no se vaya. Yo lo hice. Me quedé con ella, le puse frazadas, le pregunté si tenía hijos porque tenía unos nombres tatuados. Primero me dijo que no, pero después llorando me dijo que tenía dos nenas pero que había mentido porque, cuando un tal Toranzo la llevó para que trabajara de moza al cabaret, le dijo que no se podía trabajar con hijos”.

Dócil, aunque con mucha dificultad, contestó las preguntas de cada una de las partes. Dio los apodos de los policías que la visitaban y nombró por el apellido al comisario de Inriville, Audicio, como uno de los que asistían al local. Ese tramo del testimonio, igual que cada uno de los nombres de los remiseros que llevaban y traían menores del cabaret a los hoteles de la zona fueron remitidos por el Tribunal al fiscal de instrucción para que investigue las complicidades más allá de este juicio.

Pero esas menores no estuvieron presentes en la audiencia, aunque habían sido citadas. Tampoco compareció Sandra Amaya, ni Carolina Galeano o Brenda Viñabella. Ninguna de las víctimas estuvo para dar su testimonio; en algún caso porque no se las encontró –se supone que Galeano volvió a Paraguay, de donde había sido secuestrada–, en otros, como el de Amaya, porque la joven se presentó en una comisaría de Marcos Juárez diciendo que no tenía dinero ni coraje para viajar a Bell Ville y enfrentarse a su torturador. Cuando termine el cuarto intermedio dispuesto por el Tribunal hasta el 21 de junio, tanto Sandra como Brenda y las familias de Vanesa y Betiana, dos de las imputadas, contarán con custodia policial. Una custodia que, fiscalizada por la Justicia, dé prueba de no estar implicada en la trata.

“Este es un caso emblemático –dijo a Página/12 el representante de oficio de Menores Sergio González Achával–, porque queda claro que las amenazas que reciben estas mujeres están avaladas por la complicidad de ciertos funcionarios del orden que deberían brindar protección a las víctimas.”

“Carina me ayudó más de una vez para que viera a mis hijos, yo a ella también la vi golpeada y se quería ir del boliche. Ella hacía lo mismo que González nos pedía a todas. Cuando había que golpear a Maru nos llamaba a todas (también a las que no están acusadas) y nos obligaba. Carina le tenía miedo.” Cuando Vanesa hizo referencia a la que se presenta como concubina de González, éste se removió en su silla y rápidamente cuchicheó algo al oído de la joven con la que tiene un hijo. Fue la primera vez en que se mencionó a Calderón en desventaja respecto del proxeneta. “Ella se quería separar, pero no podía”, agregó Vanesa. Pero Carina no declaró y no parece dispuesta a hacerlo. Comparte la defensa con González y ni siquiera está en el mismo penal que Betiana y Vanesa porque así lo pidieron desde un principio.

A su turno, Betiana, que ayer había querido declarar pero no pudo controlar el llanto, contó su historia. Al menos la historia de su último año en Puente de Fuego. Dijo que a veces se desesperaba porque sentía que “nunca iba a volver a Santa Fe, porque siempre me decían que debía plata, aunque yo anotaba en un cuaderno, ellos me decían que debía”. No quiso contestar preguntas, el miedo le cerraba la boca, pero alcanzó a decir con su voz queda que “una vez que pedí de salir González me apuntó con su arma a la cabeza, me dijo que tuviera cuidado porque él necesitaba a los clientes y que yo lo único que tenía que hacer era trabajar”. ¿Trabajar? No, poner el cuerpo. Sencillamente estar disponible para los deseos ajenos y que González cobrara.

Al final de la audiencia, tanto Sara Torres, coordinadora de la Red No a la Trata, como los representantes de la Organización Internacional de Migraciones y de la Coalición contra la Trata de Mujeres, se quedaron con una sensación de alivio. Que las chicas hubieran hablado es para ellos un paso hacia la verdad. “Por lo menos empieza a quedar claro que son víctimas, que ellas fueron prostituidas, mal pueden promocionar la prostitución quienes son víctimas de esa violencia”, dijo Torres.

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El juicio a Betiana y Vanesa se convirtió en un caso testigo para las organizaciones de mujeres.
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