Para la investigadora de Flacso Belén Igarzábal, otro factor que tiene que ver con el éxito de las selfies es la posibilidad de mostrar “lo que quiero, de construir y mostrar una identidad, un perfil, un cuerpo, un gesto que hace a la comunicación de mi persona al mundo –o a mi grupo de contactos, que es básicamente mi mundo–”. Las personas pueden mostrarme sexy, intelectual, relajada, divertida o natural. Como quieren. La selfie natural parece un oxímoron por la misma puesta en escena. “Construyo mi imagen y la ‘publicito’. Las nuevas tecnologías dan herramientas a la propia publicidad. Y los retoques que mucha gente hace antes de subir sus selfies también tienen que ver con eso. Con la mejora o modificación de la imagen en base a lo que quiero mostrar, contar”, señala Igarzábal. Además, también se pueden mostrar situaciones, hogares, estéticas, cuerpos por fuera de los cánones de belleza que plantean las publicidades y los medios masivos. Como surgió con la tendencia de las #fatkini, autofotos de mujeres de rellenitas en bikini, que se rebelan así a los mandatos sociales de cuerpos esbeltos.

“Creo que las nuevas tecnologías vinieron a dar con cuestiones que existían y las potencian. La mirada del otro, el juicio, la aprobación, la exposición son inherentes al ser humano –que es un ser social y que se construye en sociedad– y estas tecnologías y, especialmente las redes sociales, potencian y hacen que esos intercambios sean exponenciales. Es lo que Sibilia llama “La era de la intimidad como espectáculo”. Es una era de superexposición del yo. Un ejemplo. Una sobrina mía en Instagram sube 5 fotos por día de ella, primer plano y casi siempre con la misma cara. Cambia el epígrafe que dice: en casa, en lo de mi amiga, en lo de mi abuela, pero lo de atrás no se ve porque ella ocupa toda la pantalla, y casi siempre con la misma expresión. Y sus amigas le ponen: te amo, te quiero, linda, etc. Y, por supuesto, muchos emoticones. Hay algo de esa práctica que tiene que ver con la reafirmación del yo en la mirada del otro”, señala la investigadora.

–¿Qué pasa con la privacidad o la intimidad en esta tendencia de mostrarse permanentemente?

–La concepción de intimidad es algo que cambia con los siglos. Y hoy, a partir de Internet, de las redes sociales, también está cambiando. De hecho, la primera televisión traía el mundo adentro del hogar. Pero a partir de las nuevas tecnologías e Internet, el “receptor” –o mejor dicho el destinatario– se transforma también en productor de información. Como se dice ahora, “todos podemos ser un medio”, y comienza a producir contenidos y también a compartir su vida íntima por medio de estas redes. Entonces, ya se ve cómo el concepto de intimidad va variando con las épocas y con las tecnologías que nos atraviesan en nuestra vida cotidiana. Jesús Martín Barbero dice que no es que la gente no tenga intimidad. Lo que sucede es que mucho de esa intimidad es ahora compartida. A su vez, yo creo que sí cambia la concepción propia de la intimidad. Los jóvenes o niños que crecieron ya en Internet, que ya viven en un ecosistema de medios donde tienen dispositivos que sacan y circulan fotos constantemente, con redes sociales donde opinan sobre los demás, donde los demás opinan sobre ellos, y tienen una concepción diferente de lo que es público y lo que es privado. Ya hay pocas cosas privadas de la mirada del otro. Como dice Omar Rincón, hoy lo revolucionario es no mostrarse.

–¿Piensa que es tendencia efímera? ¿Que se trata de una moda pasajera?

–No creo. Es una forma de contar que ya existía y que las tecnologías actuales potencian. Tal vez sí se ven campañas que buscan que la gente se desconecte de la tecnología portátil para que se conecte con lo que está viviendo. Eso es más de mi generación. Los chicos que crecen con estos aparatos no sé si lo ven como una invasión, son parte de su vida. Y creo que van a permanecer así.