SOCIEDAD › CRONICA DE UN CULTO RELIGIOSO EN LA UNICA IGLESIA GAY ARGENTINA

Domingo a la tarde, momento de misa

Por A. S.

Una caja de madera, bien presentada, con la tapa abierta, de esas en las que se acomodan los sobrecitos de té, es lo primero que ven los que cruzan la puerta de la iglesia. Pero en la caja no hay té, sino lubricantes y preservativos. “Chicos, no agarren de los verdes que se rompen, agarren de los rojos. Con los lubricantes no hay problema”, dice Alejandro Soria, el reverendo Alejandro Soria, cabeza de la ICM-BA, la Iglesia de la Comunidad Metropolitana de Buenos Aires. Son las siete de la tarde y está por arrancar la misa del domingo en la única iglesia gay de la Argentina.
En la antesala, junto a los forros (así los va a llamar Soria durante la noche, forros, a secas) hay afiches instructivos sobre el sida y folletos de prevención que enseñan cómo cuidarse según las preferencias sexuales de cada uno o de cada una. Después, sí, viene la sala de culto, una habitación pequeña con mucha luz, cuyas ventanas dejan ver la calle Virrey Cevallos y que tiene a un costado la imagen de la Virgen María y al otro, un Cristo en su cruz. Las sillas forman un rectángulo en cuyo centro, bien acomodados, están el cáliz, el vino y las hostias consagradas. “Nos ponemos de pie”, dice Soria y completa: “Gracia y paz reciban todas las personas en el nombre de nuestro Señor, amén”.
No ha venido mucha gente hoy: está Alejandro, otro Alejandro, uno que viene siempre. Están Horacio y Gustavo, que son pareja y también sacerdotes católicos apostólicos disidentes (ellos lo explican poniendo énfasis en lo de “disidentes”), y está Oscar, que convive con el virus desde hace trece años y con el reverendo Soria desde hace diez. Alejandro Soria y Oscar Benítez son lo más parecido a un matrimonio que dos hombres pueden ser en la ciudad de Buenos Aires: el 28 de julio de 2003 se convirtieron en la segunda unión consagrada por el registro civil porteño.
Ya se hizo un llamado a la oración, ya se leyó el Salmo 119 sobre cómo caminar según la ley del Señor y ahora se canta una y otra vez la línea que dice: “Jesús, recuérdame cuando llegues a tu gloria”. Las voces se escuchan desparejas en la sala pequeña, como cuando un grupo de pocos entona el Himno y cada quien sigue su propia desafinación. Después Soria anuncia: “Lectura del libro de Ruth, capítulo 1, versículos 15 al 18”. Todos leen.
El texto dice que Noemí, recién viuda, le pidió a Ruth que la dejara sola, que se volviera a su tierra, a lo que Ruth respondió: “No me obligues a dejarte yéndome lejos de ti (...) donde tú mueras allí también quiero morir y ser enterrada”. Entonces viene la parte medular del culto, una larga reflexión que comienza por el reverendo pero a la que todos aportan lo suyo. “Cristo nunca habló de homosexualidad, sólo habló de amor, de amor al prójimo”, dice Horacio. Sigue Gustavo, su compañero: “¿Qué nos pide Dios? ¿Qué entreguemos la vida en el activismo? ¿En una manifestación a manos de la policía? No, nos pide que entreguemos la vida por el otro”. Finalmente, Soria pregunta: “¿De qué nos está hablando el pasaje de Ruth?, y él mismo se responde: “Ruth con Noemí, en otro momento David con Johnattan, son compromisos de personas del mismo sexo, fíjense, y que nos hablan del orgullo interior, del compromiso que debemos sentir hacia el otro. Por ejemplo, cuando nos vamos a vivir con nuestra pareja, ¿hacemos un espacio en nuestra vida para el otro? Porque a quien sí lo hace Dios lo premia”, concluye el pastor.
Habrá sido una hora, una hora y media de ceremonia, que termina cuando Horacio bendice las hostias y Soria las parte para ofrecerlas luego como el cuerpo de Cristo. La canción final es la de tanto fogón católico con guitarra criolla en re, do, re: “Hosanna en el cielo y gloria en las alturas, bendito el que viene en nombre del Señor”. Si bien Soria es de origen luterano y la ICM nació dentro de la iglesia protestante, el culto intenta ser ecuménico, lo que explica el cancionero tradicional y la presencia de la Virgen, por quien los evangélicos no sienten devoción.Todo termina y Soria se quita el alba blanca, la estola tejida y se queda con la camisa oscura bien abotonada y el cuello blanco que identifica a los clérigos reluciendo allí delante. Mientras el resto junta sus cosas, Soria se lo lleva a Alejandro, al otro Alejandro, al que viene siempre, y a un costado le pregunta si se hizo el test, si se hizo el Western Blot o el Elisa, le dice que guarda porque el Elisa es cada seis, que cómo vienen sus relaciones sexuales, si se está cuidando, si no. Entonces Alejandro, canchero porque cree que así es mejor, que así se cuida más, le dice al pastor algo que al pastor espanta: “A veces hasta me pongo doble forro”. El reverendo abre los ojos y exclama: “¡Noooooo! ¿Estás loco? ¿No sabés que eso facilita el contagio?”, y después, más sereno, le explica: “Cuando te pones dos, uno roza con el otro y se corta el látex, no lo vuelvas a hacer”. El pastor guía a su oveja. Y entonces la oveja se va a casa, más tranquila.

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