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Viernes, 21 de marzo de 2014

VISTO Y LEíDO

Poesía multimedia

Ganadora del segundo premio del concurso del Fondo Nacional de las Artes en 2012, La medianera. Una novelita haiku, de Silvia Arazi, es un libro atípico en el panorama de la poesía local.

 Por Daniel Gigena

En La medianera. Una novelita haiku (subtítulo sugerido por uno de los jurados del FNA, Arturo Carrera), la poeta Silvia Arazi (Buenos Aires, 1956) conjuga recursos teatrales, narrativos y musicales, más los poéticos –que lucen como efectos desplazados, amortiguados por los acontecimientos– para la creación de un ambiente doméstico, un elenco de personajes y una historia que, de a poco y a tientas, atraviesa umbrales y secretos. En una casa de barrio transcurre una tragicomedia en escala mínima (de haiku), con Claudine y su familia como protagonistas, registrada por una voz, la de una vecina entrometida que sin embargo parece perfectamente tolerada. Tal vez allí (¿cuál es la identidad de esa voz intrusa?) resida uno de los enigmas que anima este poema-relato.

Arazi es narradora, poeta, actriz y cantante. Estudió historia del arte y canto lírico. Su novela La maestra de canto fue llevada al cine por Ariel Broitman. Junto con Enrique Piñeyro protagonizó Música nocturna (dirigida por Rafael Filippelli), película premiada en el Bafici y que guarda relación con la primera novela de la autora, La música del adiós. Actuó en Cantando sobre la mesa, escrita y dirigida por Hugo Midón, e integró el grupo de música de cámara Camerata Vocale. Participó de espectáculos poético-musicales como Café de París y puso en escena Desde el alma, sobre canciones de amor latinoamericanas. Arazi cuenta que los poemas que integran La medianera estuvieron guardados por años y que no tenía previsto publicarlos, hasta que decidió retomarlos y darles la forma final que ahora se conoce gracias a la edición de Interzona.

Al espiar primero a través de la medianera, la vecina, esa cíclope voyeur (“miro con un solo ojo”), apenas puede ofrecer un perfil de Claudine y los suyos. Pero en “Punto de mira”, luego de trepar la pared del patio, pese a la incomodidad logra cambiar el enfoque y el contorno del conjunto: “Desde acá arriba todo es diferente/ las plantas, las cabezas, las sillas, el mantel/ Podríamos decir/ que se manifiesta la personalidad/ oculta de las cosas”. De las cosas a los estados emocionales, combinados en listas desagregadas de versos, el recorrido de la mirada profundiza en un cuadro al principio ingenuo pero luego inflamado progresivamente de locura cotidiana. La alegría, el desconsuelo, el amor (“la única fuga posible”), el envejecimiento (aunque no de la palabra, que parece brotar de manera constante de una fuente rejuvenecida) enmarcan un relato contado (o recitado) en voz baja.

Por momentos, la poesía de Arazi imita el vaivén de un vals triste y bailado en soledad: “este abrir las puertas/ para cerrar las puertas/ encender las lámparas/ luego apagar las lámparas”, o ajusta la mirada con el oído, cuando intenta atrapar al vuelo conversaciones ahogadas por el farfullo del televisor (o del paso del tiempo, que late como una bomba). Y a esto añade chispazos de humor: “Yo era viejísima de chica, dije”, se lee. Algo similar sucede cuando narra en verso una visita inoportuna a la que –imposible de eliminar– las anfitrionas deben aprender a amar.

Dividida en tres partes, a la manera de una pieza de cámara –la mirada y la música otra vez ligadas–, o como un minúsculo drama chejoviano trasplantado al Río de la Plata, La medianera es un libro escrito con total libertad, una libertad cautiva entre las paredes de un hogar habitado por voces femeninas, en el que se asume el riesgo de una pregunta tan difícil de eludir como de responder: “¿Y de quién/ voy a hablar/ si estoy/ tan sola?”.

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Imagen: Catalina Bartolomé
 
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