Domingo, 20 de junio de 2010 | Hoy
VALE DECIR
La ciencia moderna, desde que dejó de buscar imposibles como convertir el plomo en oro –al entender que no era imposible sino simplemente muy impráctico–, se puso a buscar cosas más reales como, por ejemplo, hacer llover. Esto se intentaba tirando toda clase de materiales dentro de las nubes, desde nitrato de plata hasta cloruro de potasio. A veces la idea es impedir la precipitación: los rusos se gastan fortunas en un programa de prevención de nevadas, que no siempre funciona.
El investigador Andrew Heymsfield, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos (NCAR, por las siglas en inglés), una vez pasó a través de un agujero en una nube. Estaba en un vuelo de medición y le fue fácil comprobar que, justo debajo del agujero, había dos pulgadas de nieve recién caída.
El sitio web de Discovery News explica que en las nubes hay gotitas de agua supercongelada: extrañamente están muy por debajo del punto de congelamiento, pero se mantienen en estado líquido. Cuando los aviones pasan a través de la nube, se produce un rápido descenso de la temperatura que, ahí sí, congela esas gotitas, formando cristales de hielo. Se genera una reacción en cadena, otras gotitas circundantes empiezan a condensarse y entonces aparece un agujero azul de cielo en el medio de la nube.
¿Y qué sucede con toda el agua? En el mejor de los casos, si esto sucede a la altura apropiada, se produce una precipitación de agua o de nieve. Heymsfield y sus colegas escriben en su estudio del tema que casi un 8 por ciento de la Tierra tiene nubes ideales para que se produzca este fenómeno. También agregan que, si bien el efecto no alterará patrones climáticos globales, sí tendrá un impacto local.
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