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Domingo, 28 de diciembre de 2003

HISTORIETA

El viajar es un placer

La relación de Federico Fellini con las historietas fue mucho más importante de lo que se supone: fanático de chico y guionista de Flash Gordon en sus comienzos, una vez que pasó detrás de cámara creó personajes inspirados en protagonistas de historietas y hasta intentó trasladar a la pantalla el sobrio encuadre de los grandes dibujantes norteamericanos de los años ‘30. Hacia el final de su vida, la relación con Milo Manara lo llevó de vuelta a ese primer amor: escribió guiones, trazó bosquejos, supervisó colores y corporizó en cuadritos las películas que no pudo hacer. A diez años de su muerte, la editorial Mondadori promete lanzar en Italia una cuidada recopilación de esa obra completa hecha a cuatro manos con Manara. A la espera de su traducción, Radar rememora los grandes hitos de esa relación.

Por Fernando Ariel García
y Hernán Ostuni

Carpas circenses. Mediocres actores de vodevil. Mujeres gordas que cambiaban su abundante cuerpo por mínimas raciones de pescado fresco. Un pequeño cine. Algunas historietas. La cálida arena de una playa acariciada por las aguas del Adriático. La mochila de esperanzas al hombro y un cheque en blanco librado por la imaginación. El resguardo de la memoria como patria de la identidad. Postales inconscientes de una Rímini de posguerra que Federico Fellini dibujó incansablemente en el estudio cinco de Cinecittà, perpetuando en el movimiento continuo de la imagen cinematográfica un pasado violentado por el urbanismo y la historia.
Tras una década de ausencia, a la indiscutida figura del Fellini cineasta se le empiezan a sumar los justos reconocimientos al Fellini historietista, lógico paso posterior a las alabanzas despertadas por el Fellini humorista gráfico, descubierto masivamente tras la edición prolija y cuidada de sus caricaturas para los medios de comunicación.
Fellini era un fanático del fumetto (vocablo con que los italianos definen a las historietas). No sólo de los personajes y las aventuras que poblaban las revistas baratas de su adolescencia, sino de las capacidades comunicativas de un medio que supo ser bastardeado sin misericordia por algunos defensores del séptimo arte. “El mundo del comic podrá prestar generosamente al cine sus escenografías, personajes e historias, pero no su atractivo más secreto e inefable, que es el de la fijeza, la inmovilidad de las mariposas clavadas con un alfiler”, escribió en un prólogo de 1986 dedicado al análisis comparativo entre ambos medios.
Cuando huyó de su casa a los 17 años tras las huellas de los carromatos del circo, Fellini recaló en Florencia y en las oficinas del editor Mario Nerbini, dueño de L’Avventuroso, la revista responsable de la aceptación definitiva de la historieta en Italia, gracias a la publicación seriada de Flash Gordon y Mandrake el mago, dos de las lecturas favoritas del propio Fellini. Como era un buen caricaturista, consiguió colocar gran cantidad de sus dibujos en los semanarios satíricos 420, Marco Aurelio y Domenica del Corriere.
El 30 de noviembre de 1938, las historietas norteamericanas desaparecieron de las páginas de L’Avventuroso. ¿La causa? A través del Ministerio de la Cultura Popular, Benito Mussolini había prohibido la importación de todo material gráfico proveniente de los Estados Unidos. Pero como ésos eran los comics que vendían la revista, Nerbini decidió seguir publicándolos aunque no tuviera acceso a los originales. Sin pensarlo dos veces, encargó a diversos autores locales la continuación de las respectivas historias. En el reparto, Flash Gordon cayó en las manos de Federico Fellini (guión) y Giove Toppi (dibujos).
Hasta que L’Avventuroso cerró sus puertas en 1943, el hombre de Rímini imaginó los encontronazos entre el rubio aventurero intergaláctico y su eterna némesis, el malvado Ming, despótico emperador del planeta Mongo. “A partir de lo que había leído y teniendo en cuenta lo que se había publicado hasta el momento del cese, fui configurando el desarrollo de varios episodios –sostuvo Fellini poco antes de su muerte–. Mientras yo trataba de imaginar cómo la habría continuado Alex Raymond (creador de Flash Gordon), Giove Toppi intentaba copiar su estilo gráfico.”
En 1951 Fellini inició su carrera cinematográfica tras las cámaras, trasladando al celuloide, de una u otra forma, sus motivos de ensoñación infantil. El mundo del comic se presentó tamizado por la personalidad del director, filtrándose de manera solapada en la conformación física de los personajes, en algunos pasos de comedia y en la abundante riqueza visual de sus películas. “Para mí, las historietas son un punto de referencia. Una visión desde donde desarrollar las situaciones, como una fábula pero real. Perdonen que me cite a mí mismo, pero en Amarcord intenté reconstruir el sobrio encuadre de los grandes dibujantes norteamericanosde los años ‘30, principalmente Winsor McCay (autor del clásico Little Nemo in Slumberland)”, dijo Fellini a la RAI.
A mediados de 1982, Roma se vistió de gala para homenajear al gran Fellini. Las muestras que se montaron en museos y locaciones famosas de la ciudad dieron cabida a todas las expresiones artísticas, incluida la historieta. Milo Manara, talentoso discípulo de Hugo Pratt que había tomado por asalto la industria editorial con El Rey mono, H.P. y Giuseppe Bergman, sorprendió con el relato breve Senza titolo, un delicioso, galopante y onírico recorrido por el universo felliniano a cargo de Guido Anselmi, el director de cine en plena crisis existencial que Marcello Mastroianni había corporizado en Ocho y medio. “Desde que vi esa película, mi visión del mundo estuvo marcada por la mirada de Fellini”, declaró Manara en ocasión de presentar el comic que también rendía tributo a Nino Rota (1911-1979), músico predilecto del director.
Fellini cayó obnubilado frente a estas cuatro (hoy clásicas) páginas. Y le concedió al dibujante un pasaporte al centro del mito. “Conocedor de mi admiración hacia su persona y su obra –comenta Manara–, Federico me invitó a Cinecittà a presenciar la filmación de Y la nave va”. Un momento histórico que, sin saberlo los protagonistas, daría comienzo a una hermosa amistad. Y a una notable colaboración.
Devolviendo gentilezas, Manara ambientó una de las escenas más calientes de ¡Clic! en la penumbra de un cine donde se proyectaba, no casualmente, el Casanova que había filmado Fellini. Piropeándose en cuanto reportaje concedieran, los dos artistas fueron descubriendo afinidades y tomando posiciones conjuntas. En 1986, mientras Fellini llevaba adelante su cruzada contra el por ese entonces magnate televisivo Silvio Berlusconi, debido a la insufrible cantidad y duración de las tandas publicitarias que se le infligían a sus películas al ser emitidas por la televisión privada italiana, Manara realizó Reclame (“publicidad” en italiano), manifiesto en donde el Casanova interpretado por Donald Sutherland queda descerebrado tras las interferencias comerciales que embrutecen su mensaje artístico.
Un personaje que desde su concepción tuvo destino de historieta es Snaporaz, el profesor de mitología griega que Mastroianni personificó en La ciudad de las mujeres (1979). De acuerdo con el propio Fellini, Snaporaz lleva ese nombre “en tributo de afecto y gratitud a personajes de mi infancia como Panciolini, Cagnara, Arcibaldo y Petronila (nombres italianos de Trifón y Sisebuta, protagonistas de la tira Pequeñas delicias de la vida conyugal, también conocida en castellano como Educando a papá)”. Además, el afiche de la película fue realizado por Andrea Pacienza, historietista amigo de Manara y habitual colaborador de influyentes revistas europeas. Y por último, al preparar los borradores de Entrevista (1987), Fellini bocetó un dibujo en donde se leía “El viejo Snaporaz como Mandrake”, aunque finalmente Mastroianni terminara interpretándose a sí mismo, disfrazado como el mago por estar filmando la publicidad de un detergente. Por una extraña combinación alquímica, Snaporaz parecía ser el alter ego de Fellini y Mastroianni simultáneamente, al tiempo que corporizaba también la atracción que ambos sentían hacia el noveno arte.
Entrada la segunda mitad de los ‘80, Fellini se trasladó a México para reunirse con Carlos Castañeda. Su intención era convencerlo de rehacer juntos, en un largometraje, las peripecias que el etnólogo escritor había retratado en su libro Viaje a Ixtlan (1973), narrando sus vivencias junto a un brujo mexicano, descubriendo y desnudando la pobreza de la cultura occidental. Si bien no logró su cometido, decidió al menos contar los acontecimientos sufridos durante la trajinada y fallida excursión, en un folletín ilustrado por Manara para el diario Corriere della Sera entre 1986 y 1987. Apenas terminada la serialización del relato, Manara le pidió a Fellini permiso para adaptarlo en historieta. “Acepté convencido de que esta experiencia acabaría con mi deseo de filmar esta aventura”, dijo Fellini antes de imponer dos condiciones: que el comic arrancara en su querido estudio cinco de Cinecittà y que incorporara a su amigo el periodista Vincenzo Mollica en la acción.
Aunque al principio no lo deseaba, Fellini se fue metiendo (y comprometiendo) más y más en la confección de la historieta, pasando a dirigir meticulosamente la diagramación de la página, los encuadres, el diálogo de los personajes y hasta el color aplicado en cada viñeta. Pero el cambio más importante lo imprimió al promediar la página 16. Cansado de verse dibujado, Fellini consiguió que su imagen se convirtiera en la de un apuesto y juvenil Mastroianni, a quien bautizó (no podía ser de otra manera) Snaporaz.
En ese instante, Viaggio a Tulum dejó de parecer un homenaje a Fellini y se erigió en la nueva película de Federico. “Me sentí en mi ambiente natural, el de los estudios de cine, dejándome llevar por los cambios abruptos, el placer y la alegría de un viaje maravilloso al relato, a la invención –se sinceró el autor de Las noches de Cabiria–. Los lápices y pinceles del amigo Manara son el equivalente de mi puesta en escena, el vestuario, los rostros de los actores, los decorados y las luces que utilizo para contar mis filmes.” Serializada en la revista italiana Corto Maltese durante 1989, la historieta incorporó a su trama explícitos homenajes al noveno arte (se menciona a Flash Gordon y a Mandrake; aparecen Alejandro Jodorowsky y Moebius, autores de la saga de El Incal) en una aventura “fascinante y sugestiva justamente por lo que tenía de indescifrable”, como apuntó Fellini en el prólogo de la edición en libro.
Al principio de Viaggio a Tulum, una hermosa metáfora corporizó las películas nunca realizadas por Fellini en un cementerio submarino de aviones, hundidos en el fondo del estanque de Cinecittà. Uno de ellos llevaba grabado en el fuselaje la palabra “Mastorna”.
El viaje de G. Mastorna era el título del film que Fellini iba a realizar en 1965, bajo producción de Dino de Laurentiis. Y aunque se habían comenzado a construir monumentales decorados, la filmación nunca llegó a concretarse, la relación entre director y productor se rompió y un terrible embargo cayó sobre los bienes de Fellini. Por esta razón, durante la puja legal Fellini colaboró con el dibujante Dino Buzzati en la historieta/encuesta In cerca dell’Italia misteriosa, para el Corriere della Sera.
Después de la satisfactoria experiencia de Tulum, Fellini decidió continuar trabajando con Manara. Le encargó los afiches de Entrevista y La voz de la Luna, y se abocó a la escritura de cortas historietas unitarias mientras Manara producía la limitadísma carpeta de cinco ilustraciones Dedicato a Federico Fellini (1989) para la editorial Art Core. Finalmente, las aventuras autoconclusivas fueron dejadas de lado cuando Fellini decidió retomar el proyecto Mastorna. Avanzando en la dirección del comic, bocetó las 23 páginas de la primera parte de la trilogía de Il viaggio di G. Mastorna, detto Fernet, descartando los brillantes colores a favor de una mucho más sugerente y fantasmagórica aguada. Después de consultarlo con Manara, le otorgó al protagonista el rostro del actor cómico Paolo Villaggio.
“Diría que se trata de un viaje imaginario, soñado, un viaje por la memoria, por el olvido, por un laberinto que tiene infinitas salidas pero una sola entrada, que yo no sé resolver”, declaró Fellini en oportunidad de la aparición del comic sobre su más famoso filme frustrado en las revistas italianas Il Grifo y Ciak! en 1992.
Tras la muerte de Fellini, la historieta quedó trunca. Manara nunca retomó a Mastorna, pero sí volvió a abrevar en el universo felliniano.Primero con la emotiva secuencia final de Les aventures urbaines de Giuseppe Bergman: Revoir les étoiles (1998), donde Fellini se une a Hugo Pratt (fallecido en 1995) para salvar la vida de la protagonista. Y luego con la muestra itinerante Manara ilustra Fellini (2000), 18 dibujos sobre las películas más famosas de su querido maestro y amigo.
Diez años después, los círculos comienzan a cerrarse. Mondadori editará una lujosa edición del libro Manara: Due viaggi con Federico Fellini, recopilando Tulum, Mastorna, Senza titolo y Reclame. El escritor, guionista y cineasta chileno Alejandro Jodorowsky anunció públicamente su deseo de filmar Viaggio a Tulum. Y, lo más importante, Mastorna se ha convertido en película. El pasado 25 de julio, en el marco del Festival del Mar de Rímini, se estrenó Il viaggio di Mastorna, filmación de las ilustraciones de Manara que cuenta con relatos en off del propio dibujante, acompañado por el cantante, escritor y dramaturgo David Riondino. Fondeados en los recuerdos de la realidad (Rímini) o el sueño (Cinecittá), los aviones de Fellini continúan despegando. Uno tras otro.

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