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Domingo, 20 de julio de 2014

YO, LIBRO

 Por Juan Carlos Kreimer

Herido de muerte, especie en extinción, objeto tendiente a desaparecer. De colección, en el mejor de los casos. Dicen de mí. De lo que quedará de esta masa muscular de papel y venas negras. Que no sobreviviré al desembarco digital y que pronto, antes quizá de que yo mismo pueda despedirme, dejaré de venir como venía. En forma de ejemplar.

Sin necesidad de mis páginas, kilómetros de texto ya se deslizan sobre otras superficies. La variedad de soportes trasciende computadoras, tabletas, agendas electrónicas, ipads, smartphones... Basta con invocarme, tener una tarjeta de crédito habilitada o ser hábil con los dedos, y desde cualquier lugar del mundo en donde esté, al instante me descargás y estoy delante de tus ojos, como otra aplicación del dispositivo que tengas a mano.

Mis tirajes se reducen y los lectores que prescinden de mí en tanto objeto físico fijo se multiplican. Listas con un número incontenible de títulos brotan a través de esta cajita más chata que yo, apenas unos gramos más pesada. El e-reader (lo pronuncio y en mi nuevo nombre universalizado ya escucho de quién es la voz del amo en esta mutación).

Inmaterial, intangible, volátil, sin un arte de tapa que me identifique siquiera. Cero espacio de biblioteca, cero canasto en las mudanzas. Mero archivo, mera cantidad de bytes. Terminás uno y al instante podés seguir en otro. Aunque todavía se impriman millones de mí en todos los idiomas, a eso enfila la tendencia. Hoy, pasado mañana no sé.

Nostalgia anticipada la que sienten quienes se criaron conmigo y por años me acariciaron, me pasearon bajo su axila, me robaron, me apilaron sobre sus mesas de luz (yo les anticipo sus sueños), llevaron de vacaciones, conservan como bien propio. Boludos que me prestaron y boludos que me devolvieron. A los que lleno un vacío entre una actividad y otra. Los que no pueden vivir sin mí y hasta mi olor les dice algo.

Y se resisten a la idea de que un día no muy lejano dejarán de encontrarme en las góndolas y apenas deberán mover el cursor hasta el carrito a la derecha de la pantalla. Si a ellos el aparatito que me cobija les produce un escalofrío que preferirían no sentir, ni te cuento lo que les está pasando a todos los que integran la cadena de producción/ circulación montada en torno de mí. La “industria” editorial. Sin saber hacia dónde, corren despavoridos. Ruegan que ese día se demore lo más posible. El tornado numérico, así lo llaman en la comunidad europea, donde el negocio editorial es parte significativa de las economías de sus países y no puede evitar que las curvas de ventas se inclinen ante la disrupción provocada por mi nuevo envase.

Disrupción e innovaciones disruptivas. Familiarizate con estos significantes. Se los usa como sinónimo de situarse en nichos de mercado y dominarlos sin dejar espacio para la menor capacidad de reacción. Más demoran los damnificados en admitir su presencia, mayor la embestida. Como pasó con la música grabada, la fotografía, las pelis, los pasajes aéreos, los avisos clasificados (siguen los rubros), la disrupción electrónica brechtianamente viene por mí.

¿Qué rol jugaré en la sociedad global? ¿Qué venderán los libreros? ¿Recomendaciones? ¿Qué encuadernarán las imprentas? ¿Qué incidencia tendrán esas personas que deciden los títulos que se publican y los que, como predecía Borges, nunca verán el alto honor de la tipografía? ¿De dónde saldrá el margen de ganancia para pagarles los sueldos? E-nésimos autores podrán ingresar su obra sin intermediarios en los listados de títulos disponibles: ahora el riesgo-inversión es mínimo para el distribuidor, sólo pasar un word o un pdf a un adobe acrobat e-reader o .epub. Ni diseño necesita casi para subirlo a la plataforma que lo venda. El sello editorial dejará de ser el apellido que garantiza algún tipo de criterio en la selección. ¿En base a qué se creará mi precio de tapa?

Desde el inodoro mismo ahora podés suscribirte a mí: hojeame y elegí, leé todo lo que quieras por sólo 89,90 al mes...

La página es idéntica a la de papel, podés graduar el cuerpo de mis letras a tus dioptrías, no necesitás mojar el dedo para pasar la página, la rugosidad del material de la pantalla simula ser pulpa. Mientras me leés podés saber qué escribieron sobre mí críticos y otros que ya me leyeron, hacer marquitas sin un lápiz. No hago doler los brazos cuando me sostenés en el aire, me dejo leer sin que prendas el velador y despiertes a tu esposo... Eso de que produzco cáncer, más que rugido de chacales, es su miedo.

¿Qué subyace a este cambio ortopédico, en el negocio editorial, en nuestro vínculo yo-tú? Un hábito, no sólo de lectura sino de vivir: sin que nos demos demasiada cuenta, estás reemplazando el tener (y eventualmente acumular) por el acceder (en este caso leer, que es nuestro coito). Desapegándote del vehículo y haciendo el mismo viaje, más liviano. Lo que cuenta ahora es el uso, no el material con que está hecho.

Sí, la sensación que dan posesiones como yo (defensa conservadora) tiende a desplazarse a la capacidad de poder llegar a la información que quieras cuando quieras. Los más jóvenes lo tienen reclaro, ni se lo plantean. Nacieron con este paradigma incorporado y viven más a través de, que en. Están programados para no resistirse a ninguna transformación. Más aún: las esperan como parte de su estabilidad emocional, de su no aburrirse. Quizá, más que leer, sólo busquen enterarse.

Incondicionales, no lloren por mí, ni por ustedes. Llamemos migración al terremoto. Así como siempre habrá una corporación dispuesta a quedarse con los beneficios del intermediario, siempre habrá muchos –de hecho cada vez más– que querrán convertirse en personajes de sus epifanías, en especial en ese virus que es el escritor. Siempre habrá impulsos que conducen a narrar. Siempre sufrimientos, fragilidad, necesidades, engaños, incompletitudes... y siempre hileras de negro sobre blanco albergarán esa aparente singularidad. Siempre también habrá editores bonsai.

Sobreviviré a la gamificación (jueguitos incorporados) de la lectura, a los megabuscadores, a cualquier formato que me apliquen. Los seguiré acompañando en esas horas en que no pueden despegarse de mis historias, de lo que hará o dejará de hacer tal personaje. O hacia dónde va el entretejido de determinada idea. En horas en las que necesitan pasar a otra realidad, que no pueden dormir, o me tragan como a un medicamento. Seguiré poniendo ante tus ojos todas esas historias que sin proponérselo hablan de vos. Haré de puente entre el imaginario de aquella mente solitaria que un día las dejó caer sobre la teclas y ese espacio tuyo, cazador solitario, que dialoga, recrea y las hace propias.

Yo no importo.

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