radar

Domingo, 10 de julio de 2005

Maigret

No se trata de que se pareciera al policía preferido por los caricaturistas. No tenía bigotes ni botas pesadas. Su traje era de una tela bastante buena y de buen corte; se afeitaba todas las mañanas y tenía las manos bien cuidadas.

Pero su físico era plebeyo: grande y huesudo. Fuertes músculos abultaban bajo su chaqueta y hasta alisaban la raya de un par de pantalones nuevos.

Tenía también una característica manera de estar de pie, que inclusive muchos de sus colegas encontraban molesta.

Esa persona y ese modo de ser expresaban algo más que confianza en sí mismo. Y, con todo, no era engreído. Podía llegar, macizo, pesado y sólido, al lugar del hecho, y a partir de ese momento parecía que todo debía hacerse pedazos contra la roca de ese cuerpo, ya fuera que se moviera o que se quedara inmóvil, con los pies ligeramente separados.

Aferraba la pipa entre los dientes, y no se la quitaba aunque estuviera en el Majestic.

En verdad, quizás, asumía ese modo de ser vulgar y seguro de sí mismo en forma deliberada.

Georges Simenon, Maigret y el león enigmático

¿Por qué le habrán puesto cerveza?

Por Georges Simenon

Una de las preguntas que más me hacen es: “¿Por qué bebe cerveza el detective Maigret?”. Porque Maigret nació en la campiña francesa que produce un buen vino blanco, y vivía en París, donde los aperitivos son bienvenidos. A menudo contestaba: “¿Preferirían verlo beber licor de menta?”. Podría haber dicho: “Bebe cerveza porque no puede hacer otra cosa. ¿Por qué tiene usted una nariz larga?”. No obstante, recientemente hice un viaje a Liège. Pero su brevedad fue sólo aparente: durante las semanas siguientes, mil detalles enterrados en lo más profundo de mi memoria emergieron a la superficie. Regresé a tres lugares que había olvidado, pero a los que hoy veo con precisión fotográfica, y de los cuales puedo incluso recuperar el olor. Tres lugares a los que, como de casualidad, había ido a beber cerveza... Uno era el café de la Haute-Sauvenière, un café pulcro y tranquilo sólo frecuentado por habitués. Mi cita de las cinco de la tarde era en otro café, no lejos de allí, el Café de la Bourse, donde los mismos clientes, en las mismas mesas de mármol, jugaban a las cartas o al backgammon. El tercero estaba a la sombra de la alcaldía, una habitación oscura, en el sótano, en el que nunca había más de dos o tres clientes. La cerveza ahí era servida por una fuerte mujer rubia salida de un cuadro de Reubens, que se sentaba a tu mesa y bebía contigo riéndose de tus chistes con una risa enorme e indulgente. Ella era la compañía ideal para saborear una cerveza de barril. Ese buen olor de la cerveza fresca sigue siendo para mí la fragancia misma de Bélgica.

Compartir: 

Twitter

SUBNOTAS
 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.