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Jueves, 12 de febrero de 2015

CULTURA / ESPECTáCULOS › LA INFINITA DISTANCIA, DE FLORENCIA CASTAGNANI, DISPONIBLE EN INTERNET

Esas imágenes de sensibilidad fría

El largometraje se encuentra en el sitio web de El Cairo. Una
película de una intensidad lograda, que abisma. El tiempo y su extrañamiento. La relación de pareja y las ganas de ser otro.

La infinita distancia

Argentina, 2011

Dirección: Florencia Castagnani.

Guión: Florencia Castagnani y Sebastián Bier.

Fotografía: Mauricio Riccio.

Montaje: Florencia Castagnani.

Producción: Felicitas Raffo, Andrés Longares.

Reparto: Edgardo Castro, Anne Devall, Miguel Franchi.

Duración: 95 minutos

8 (ocho) puntos

Por Leandro Arteaga

La consulta on line que permite Cine El Cairo (www.elcairocinepublico.gob.ar/ciclosonline) habilita a la revisión y descubrimiento de títulos entre los cuales destacan realizaciones de distinta latitud, muchas de ellas locales y notables. Como es el caso de La infinita distancia, el largometraje debut de Florencia Castagnani que completara la trilogía conformada junto al cortometraje La mínima distancia, y el mediometraje La íntima distancia.

Entre los tres, el tiempo - o su suspensión - como raigambre que comunica. En donde es la distancia (real o supuesta) lo que moviliza y, vaivén mediante, inmoviliza. Es en este ir y venir donde la película de Castagnani define su impronta, su puesta en escena. De lo que se desprende un cúmulo de sensaciones que rayan en la angustia, mientras bañan al espectador con una sensibilidad fría.

El film centra su relato en Iván (Edgardo Castro), tensionado entre un trabajo de rutina y su relación de pareja. El accidente inventado en la imprenta, la herida magnificada en vendas, le permitirán la excusa para ausentarse y dirigirse a otra parte, a otro destino. En todo caso, lo que surge también de a poco es la pregunta recurrente por ese hermano al que hace mucho no ve, del que no sabe más, y que parecería explicar su conducta imprevista. Así, de la ciudad al campo. En esa motito que cubrirá los kilómetros que hagan falta, mientras atraviesa el ancho de la pantalla una vez y otra, enmarcado por planos extensos, en donde se perfila una línea de horizonte inmutable, que asumirá formas de ruta, de fachada de casa, de alambradas de campo.

Este a través de Iván parece no llevar hacia ningún lugar claro, nítido, que despeje dudas al espectador. Si bien lentamente aparecerán espacios y personas casi recordados, como el bar o el campechano (Miguel Franchi), así como un caserón deshabitado, donde anidan muebles con recuerdos descascarados. A medida que hurga en ellos y desoculta lo que estaba, su decisión de volver al trabajo, a su mujer, comienza a dilatarse. De esta manera, y si bien ya es alguien a quien se presenta de manera previa, es acá cuando Marie (Anne Deval) tiene un momento protagónico. Porque es ahora ella quien habrá de recorrer ese mismo sendero sinuoso por el que Iván ha decidido internarse. Hacia él se dirige ella, insistente, con el fin de devolver a su pareja al lugar abandonado. Lo que le significará también asomarse al riesgo supuesto por una falta de certezas latente, compartida.

En función de ello, La infinita distancia se construye y deconstruye. Es entre Iván y Marie donde todo y nada sucede. Sea porque están lejos, sea porque están cerca. La distancia física no dirá mucho, mientras que sí el móvil afectivo, presente o ausente, sutil, casi imperceptible. Lo que evidencia la urgencia paciente con la que el film enhebra sus sensaciones, sea desde los planos abiertos, de líneas horizontales inmóviles, sea desde el rostro de su actor, Edgardo Castro, sumido en un interior que anula los sonidos, que habla para sí mismo, casi sin articular gestos, que extraña cada vez más lo que le rodea. Su rostro, en definitiva, es el que rige el destino visual del film.

Así y aunque parezca lo contario, hay que ver la película de Castagnani como el resultado de una mirada extrovertida, que hace cine desde lo que le sucede al personaje, metido dentro suyo, al decir sin declamar, al elegir sugerir, al retacear la información argumental. Para que Marie o el espectador se den cuenta de lo que está sucediento, habrá de pasar un tiempo suficiente. ¿Cuánto? No importa precisarlo, sino antes bien sentirlo, quizás mucho más allá del término de la película.

A la vez, hay otro móvil que subterráneamente atraviesa el relato mientras lo define: la búsqueda del hermano. Una excusa que dejará de ser un McGuffin para pasar a convertirse en un fantasma de cuerpo cada vez más definido. ¿Quién es este hermano? ¿Qué es lo que dicen esas viejas fotografías en las que Iván se detiene? ¿Qué pasó entre ellos? ¿Qué es lo que el cementerio esconde?

Tras este hermano, tras este recuerdo, Iván parte para terminar todavía más dentro de sí mismo. Su búsqueda --su pregunta, en todo caso-- será también la de un viaje muy profundo que enfrentar, que re vivir, sea para procurar un exorcismo, sea para caer preso de esa otredad. Hermano que podría haber sido él mismo, que podría haber sido otro, que podría no haber sido. ¿Quién es, en suma, Iván?

Al asumir estas temáticas, La infinita distancia comparte rasgos afines con títulos cinematográficos como El pasajero (1975) de Michelangelo Antonioni y El otro (2007) de Ariel Rotter, desde una poética propia, que roza lo que señala sin subrayarlo o aclararlo. Castagnani compone su película de estados de ánimo suspendidos, que pueden tener nexo, pero que en todo caso dependen de una puesta en escena enrarecida, que hace de lo que le rodea un no-lugar cada vez más acentuado.

Ahora bien, en un solo momento Iván habrá de decir lo que le pasa y dejar en claro lo que sucede. Porque debe ser inevitablemente así. Debe decirlo para que lo que busca pueda, por fin, comenzar, aun cuando el rumbo sea incierto. ¿Es incierto?, vale preguntar. Poder abrumarse en esa falta de seguridad es lo que importa porque es el desafío del mismo film, paradójicamente construido desde encuadres precisos (aspecto, vale agregar, que era también esencia fílmica para el cine de Antonioni), en colaboración con la dirección fotográfica de Mauricio Riccio.

La infinita distancia mereció subsidios por parte de Espacio Santafesino, del Incaa, y su realizadora fue galardonada por su desempeño en el Festival de Cine Global, a partir de un jurado compuesto por Pablo Trapero, Ricardo Darín, Lita Stantic, Andrés Di Tella y Víctor Hugo Morales. De las últimas realizaciones de Florencia Castagnani, hay que mencionar el ciclo de microprogramas Un aire a vos. Los nietos que buscamos, con producción de Señal Santa Fe, a partir de un proyecto de HIJOS Rosario y la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo. La consulta de estos cortometrajes se encuentra también disponible on line en Youtube.

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Una película con estados de ánimo suspendidos, que dependen de una puesta en escena enrarecida.
 
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