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Jueves, 19 de septiembre de 2013

CONTRATAPA › EL BOTE

El sol dado

 Por Beatriz Vignoli

"Ese día el soldado Aguilera traía el sol (...)/ Se acercaba como el amanecer/ agigantándose a cada paso/ Ya entre nosotros lo sujetó contra el suelo/ clavó su bayoneta en el ojo dorado/ y rápidamente nos llenamos manos/ y bocas con esa carne de cíclope/ que sabía a dulce de batata".

Gustavo Caso Rosendi, Soldados

--Hay una teoría que dice que si alguien, alguna vez, descubre exactamente para qué es el universo y por qué existe, al instante este desaparecerá y será reemplazado por algo aún más bizarro e inexplicable. Hay otra teoría que dice que eso ya ha sucedido.

Así habló Irazusta, citando a un tal Douglas Adams, que no sé quién es. Una frase que ha anotado en su libreta, de donde lee y completa los datos que le faltan cuando la cita de memoria; todo un perfeccionista, y sin embargo escribe con esa letra mezcla de mayúsculas y minúsculas, una caligrafía post﷓caligráfica que sólo se entiende él.

Estamos en un bar, al fin los dos tomando café en un bar. Hay varias mesas de billar, cumbia al palo en la radio y un televisor silencioso donde alternan entre el partido y el noticiero. Es un bar del fin del mundo; un bar kelper, un bar de pueblo minero, de puros hombres silenciosos, rencorosos tal vez, huidos de sus hogares donde los humillan, seguramente, o los han humillado; entonces el silencio, el portazo, la venganza de dejarla a ella sola con los pibes, hasta cualquier hora, hasta que se les antoje volver... si vuelven. Porque ninguna de ellas entrará a buscarlos aquí, ninguna se arriesgaría. Si una mujer entra sola en este lugar, inmediatamente todos la supondrán el enemigo. Hay acá una atmósfera de camaradería y densidad, una atmósfera de trinchera.

El nombre del lugar triplica un gesto extranjero: Mac Willy's. El prefijo escocés, el apodo real, el apóstrofe del posesivo. La extrañeza de la doble ve, la elle, la "y" griega.

--¿Estás bien? --pregunta Irazusta. Yo percibo amor y temor en su pregunta.

Es un bar último, un bar de refugiados. Corrimos hasta ahí, perseguidos por el hermano de Agustín Aguirre y sus amigos, Irazusta dándose vuelta y gritándole: "Yo no soy un invasor, la puta que te remil parió, sin mí se hubieran muerto todos los pájaros".

Irazusta se abre el cierre relámpago de la campera y saca de adentro un montón de papeles. Recuerdo una de las anécdotas de guerra que me ha contado: la de la lata de dulce de batata. La cuenta también Gustavo en un poema. Una vez más Irazusta se ha robado el sol, el sol dado: una vez más ha salvado a sus compañeros. A Aguirre y su poesía, los ha salvado. Porque en esos papeles que trae el Colo Irazusta en su campera están todos los poemas que dejó escritos Agustín Aguirrezabala. Y el sol nos da, da en nuestra mesa, un sol que vuelve siempre, como siempre terminan volviendo a su casa los hombres taciturnos que juegan al billar para que nadie les rompa las pelotas, horas y horas de soldadesca ociosa que la mujer perdona pero los hijos nunca les perdonarán.

Es de Irazusta el chiste: "sol dado". Un chiste tonto, hippie, adolescente, antiguo: un chiste de faso. Se está soltando el Colo, está recordando sus viejos chistes de faso.

Y la felicidad era esto: unos papeles viejos, un café, un chiste malo. Y reírnos.

A salvo, todos a salvo. Los vivos y los muertos. Se siente joven, dice. Se ha vuelto a sentir de dieciocho años. Todo porque vio a aquellos tres tipos cavando un pozo. Los vio y flasheó. La actividad lo remontó a 1982. Y él en ese regreso se encontró con algo de lo que se había olvidado: la alegría de aquel primer instante. Antes de las bombas y los muertos, hubo alegría, dice. Antes de la angustia y el dolor, hubo un momento de optimismo triunfal, extrañeza mezclada con expectativa de gloria. No todo fue el horror. Hubo un momento como de gloria pobre: un firme rayo de sol, un par de medias sucias.

En la radio del bar suena La Cumbia del Potrillo, el hit del otoño del año pasado por Selva Ramonez: "Se me retobó el potrillo, no lo puedo controlar./ Se me retobó el potrillo, no lo puedo controlar.// Mi potrillo era mansito, se dejaba dominar./ Lo tenía guardadito, tranquilito en el stud./ Pero ahora está loquito, quiere ir a galopar.// El potrillo me la vuela, no lo puedo pilotear./ Cuando pasan las mujeres me lo vienen a mirar./ Él asoma el hociquito y ellas lo quieren montar". Es una canción familiar, comenta Irazusta: divierte a los más chicos y ofrece un doble sentido a los mayorcitos.

La canción me hace acordar al Perro. Puede ser que Irazusta se dé cuenta de que no puedo olvidarme del Perro. El doctor Cachorro, como le dice él. Es su verdadero apellido. Creció y vino el apodo: el Perro. Dónde andará. En eso en el noticiero nos vemos pasar a nosotros mismos, Irazusta y yo. Somos tomados de casualidad, de espaldas, en la vereda por donde vinimos. Hay un corte de edición y la imagen, en cámara nerviosa, salta a una visión irreconocible, fragmentaria, del patio del fondo de Agustín. Desenfocadas en primer plano se ven esas tiras amarillas que rodean el lugar del crimen. Precintos, se llaman. El lugar está precintado y el movilero no entra; fuerza el zoom, no puede pisar ahí. Texto en pantalla: "Macabro hallazgo en Barrio Tablada".

Nada que hacer: hemos vuelto al presente, a la mediana edad, a la espera del fin.

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