rosario

Domingo, 24 de agosto de 2014

CONTRATAPA

Carta a Guido Carlotto

 Por Bea Suárez

Encontraste a tu abuela, Guido, en agosto, entre las leyes de la herencia que estuvieron perdidas. Azucarado sos y la encontraste, un locus dio el oculto nido de tu estirpe y hoy sos: nieto. Nieto como yo, estamos iguales. Mi abuela era como la tuya pero su lucha de lentejas me la llevó hace unos años, desde entonces la busco, busco su labor de miel. Encontraste a tu abuela, Guido, por los fragmentos iguales de ADN, porque unos racimos de mitocondrias dieron pie a raíces ansiosas que te volvieron nieto de repente, por la primera y segunda ley de Mendel y porque tuviste ganas, Guido, ganas. Mi abuela no era de la plaza de mayo (aunque la conocía pues mi madre la llevó varias veces) pero, al igual que la tuya, era milagrosa, podía convertir el corazón, sostener misterios, perdurar, pasar guerras interiores, hasta que la vida volvía a darle brillo a sus ojos opalinos. Una enzima, Guido, una proteína menos y ya no eras, pero fuiste, sos, habitas la secuencia de bases necesarias para llamarte Carlotto, un ofrecimiento que la ciencia te dio cerca del fuego, tocando lirios, entre escasos delantales que le habrán quedado a doña Estela ´por dejar los pucheros y salir a buscarte durante 37 años. Guido, sos una gameta de ella, el cromosoma que canta lindo y derrite el hielo de la búsqueda, y desentierra duraznos y caminitos. También sos el ciento catorce, mira cuántas palabras hoy te nombran, qué ponchada de predicados te ligaste. Quería escribirte una carta para contarte que soy nieta también de unos abuelos que me hacían mariposa y me colmaban de porrones mínimos de néctar, para amortiguar cada segundo del existir. Porque es re difícil existir, Guido, pero el índice de abuelidad prende los párpados, abre el plumaje, hace que los pianos toquen solos, baladas de hace mucho; y los alelos tuyos dan la pauta que cerca del rocío vienen plantas en serio, que, en espirales blancas, las luciérnagas del próximo verano te alumbrarán la mallita de los siete años que imaginó tu abuela tantas veces. Guido, encontraste tu sangre porque un tal Fred Allen (director del Blood Center de Nueva York) ayudó al genetista Penchaszadeh, y, entre valentía, glóbulos y deseo, descubrieron el oro nuevamente. Hoy tu marca es, en el equipo argentino de antropología genética, como aquél gol de Maradona a los ingleses, Guido, la filiación, la herencia y tus canciones. Tres gotas heladas nacieron de un huevo, tres gotas de sangre, tres gotas de padre, tres gotas cavaron la tierra y los abuelos volvieron a ocupar un lugar en la casa. Ella venía en puntas de pie a ponerme la bolsa de agua caliente, yo la escuchaba pero me hacía la dormida para que me cuidara mas todavía, cuidaba que no me despertara, que es (creo) el mayúsculo cuidado que humano puede hacerle a otro, velar su sueño, hacer que no se escape hacia las ruinas de una madrugada. Mientras la tuya esperaba el complejo mayor de histocompatibilidad leí varias veces lo que te escribía a los 18, a los 30, e iba soñando la jalea en la que te estaría pensando ella mientras vos andabas creciendo o creyendo, ahora sé que en el campo. Ella le decía al viento que le diera coraje, y el mundo la esperó con traje de organdí, porque es cierto que pudo morirse sin verte pero viste que tiene como pinta de gacela? De ese hermoso animal de los bosques cuya elegancia hace imposible la muerte. La mía era una manzana, una petisa labradora, tan preciosa y tan entrecortada que, en espejo, la veo con la tuya, y nos veo a nosotros dos diplomados, doctorados en prórrogas, pero llenos de flores. Guido, encontraste a tu abuela de la plaza, porque los abuelos, todos, son de la plaza, y la hamaca aterciopelada de los años; te fuiste por la enredadera de la vida y en el meristema apical diste con ella que es mucho más que un marcador genético. Ella es un chupetín, guardaba un chupetín envuelto en Adenina, Timina, Citosina, Aníbal Troilo y Carlos Gardel. Quizás vivió a los gritos sordos avalando el proyecto Genoma humano, dando alaridos a la luna de los nietos, que sale ciertos días en los inviernos del sur. Encontraste a tu abuela de la multitud, a la mía también, a la verdad entreabierta. Te bautizó un helecho, un zorro salvaje, te vino la idea y tu sangre al minuto. Que suerte para mí, que tuve una, que me llevó en trineo cuando no había muerte ni salario, ni la mosquita de la fruta que investigara nada. Yo no estuve cuando la mía se fue, le quedaba un minuto, tres centímetros cúbicos de oxígeno, los últimos tres y yo no estuve. Murió en Calamuchita que tanto le gustaba. Pero estuve cuando nació la tuya, Guido. Y todo, y todo todo volvió a tener sentido.

N de la R: Este texto fue publicado en el muro de Bea Suárez en Facebook y le llegó a Ignacio Guido. Después de leerlo, le contestó a la autora con mucho cariño. "Todos somos simples poetas. Cuesta aceptarlo, pero todos somos eso", escribió. Y mandó saludos al Fander(mole).

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