rosario

Sábado, 18 de agosto de 2007

CONTRATAPA

Carta de un fantasma a otro

 Por Por Gary Vila Ortiz

Gary:

Incrustada en medio de la extensa carta de Nicanor que me mandaste hace una semana encuentro otra carta, escrita aparentemente por uno de sus viejos amigos, un tal Serafín López Arnaud. Después de leerla tres o cuatro veces creo descubrir, por algunas expresiones, por el estilo un tanto reiterativo y a veces contradictorio, por cierta tendencia a la dispersión, la prosa del mismísimo Nicanor. ¿Será que nuestro común amigo ha estado creando personajes (el invisible mister Wingren, el recién aparecido Arnaud) para que su novela Los criminales eruditos se cuente con otras voces que no sean la suya? ¿O acaso estos supuestos ayudantes y amigos de la infancia le sirven para no sentirse tan solo? ¿Y no seremos vos y yo también meras creaciones de Nicanor Pérez, apenas dos figuras fantasmales que calmamos sus angustias y llenamos las interminables horas de sus insomnios y poblamos su cansada vigilia? Y entonces, la pregunta obvia, borgeana: ¿y si don Nicanor dejara de soñarnos? No tengo la respuesta. Sí sé que en el sobre de papel manila que guardo en mi escritorio hay un par de textos más, fragmentarios y algo confusos, y que luego la carta termina abruptamente. Veremos cómo continúa esta historia. Saludos. Fernando.

Querido amigo Nicanor:

Ando leyendo preocupado sus tristezas, que no creo que nazcan de una influencia de su amor por los blues; tampoco de amores contrariados. Me inquieta porque lo conozco: comenzamos nuestra amistad desde que fuimos compañeros en el Mariano Moreno, cuando sólo era un colegio para varones, y tres de los amigos más entrañables que tuvimos ya no están. A Felipe Rodríguez Araya lo mataron vilmente por el solo hecho de ser noble y corajudo y no tener el mismo pensamiento que el Poder, eso siempre y cuando alguien crea que algunas formas del Poder sean capaces de llegar a algo parecido a tener pensamientos; Gustavito Antelo se murió de tristeza, sospecho, porque me enteré tarde, pero sé que andaba con bronca, mucha bronca; el Gato Maderna se mató en un estúpido accidente de auto y nos dejó un vacío difícil de llenar. No, difícil no, imposible.

Leí varias de las notas que escribe para el diario. Lo veo demasiado triste, Nicanor, demasiado ajeno a quien conocí con una alegría fenomenal, como cuando íbamos juntos a la cancha de Newell's y gritábamos los goles de Cantelli y gozábamos con las jugadas de Pontoni y Morosano, o cuando con Felipe, Gustavo y el Gato jugábamos a las cabecitas y de rebote el gol valía dos y de palomita tres. ¿Se seguirá jugando a las cabecitas? ¿Y recuerda usted cuando años después Gustavo se metía casi de prepo en el Yapeyú, lugar prohibido para menores donde se timbeaba y se chupaba de lo lindo? Mi querido Nicanor, a mí me consta que usted no era un tipo tan negativo por aquel entonces.

No soy un ingenuo; sé que no vivimos buenos tiempos. A nosotros nos gustaba la política y la política ya no existe. En aquellos días terribles, pero cargados de sueños, volvimos a practicar nuestra amistad en la sede del partido al cual los dos pertenecíamos. Si mencionáramos algunos de los libros que discutíamos, los muchachos más jóvenes sonreirían mirándonos como lo que quizá somos, ancianos perimidos. Así van las cosas. ¿Se acuerda? "El fin y los medios", "Ética y política", y además de Huxley y Croce, todo lo que podíamos de Bertrand Russell y, claro está, las obras de Lisandro de la Torre. ¿Y cuando nos trenzábamos por el pacifismo de Gandhi, por todo lo que eso había significado?

Como creo conocerlo, Nicanor, ahora no me gusta esa amargura injusta con las cosas que la vida le dio y le sigue dando. Es cierto, Violeta Parra cantaba un gracias a la vida hondo como son los aguaceros del verano y luego terminó suicidándose. Sé bien que a usted lo obsesionó el suicidio de Lisandro y el de muchos escritores que admira, pero (y no vea en esto insinuación alguna) lo que me preocupa es que en lugar de matarse, algo que sería una herida para quienes lo queremos, transforma sus tristezas en literatura. Y eso, mi amigo, me parece que no se debe hacer. Pocas angustias más tremendas que las kafkianas, pero Kafka no se mató; aunque George Orwell supo cómo iba a ser el mundo en que vivimos, tampoco eligió el camino del suicidio; las preguntas que asediaban a Beckett (usted lo ha estado escribiendo) eran feroces, y sin embargo él siguió hasta el final. Hemos perdido demasiados amigos, a nuestra edad eso ocurre, entonces no se anote en esa lista que de verdad nos pesa en los nervios y en la sangre.

Es cierto que las cosas no andan para nada bien. Comparto su escepticismo. El alimento espiritual de demasiados argentinos es la serie "Gran hermano". He comprobado que muchos, por no decir muchísimos, no tienen la menor idea del Gran Hermano de Orwell y menos aún de quién fue ese escritor de tanta nobleza, de tan probado coraje. ¿Se acuerda de las líneas iniciales del libro? Winston Smith va subiendo por las escaleras y en cada piso al que llega puede ver ese "cartelón del enorme rostro que lo miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos lo siguen a uno donde quiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA". Así, en mayúsculas, tal como lo escribe Orwell. En la novela, además de ese siniestro Gran Hermano estaban el Ministerio de la Verdad y la Policía del Pensamiento, dos instituciones que creo que hoy existen, aunque con otros nombres y con una mayor crueldad. Usted debe recordar los dogmas esenciales del partido del Gran Hermano: La Guerra es la Paz, la Libertad es la Esclavitud, la Ignorancia es la Fuerza. Creo, como usted debe creerlo, que esas tres premisas rigen en el mundo de hoy, en el que los poderes juegan a la guerra, prefieren la esclavitud y sin duda alguna la fuerza que tienen nace de la ignorancia que sustentan. Me cuenta un amigo común que ha estado viendo una serie de películas por televisión (para ver películas, sólo para eso, debe encenderse ese aparatejo tan atractivo como una puta mala que nos hundirá inevitablemente en el consumo excesivo del alcohol), y descubro que por azar (si es que el azar existe) hemos coincidido en la visión de esa serie de películas aterradoras. Casi todas tratan de las guerras de fines del siglo veinte y las de principios de este siglo en que se deambula entre muertes fáciles. Hay que ver esas películas para entender que la crueldad humana ha adquirido proporciones monstruosas, en los Balcanes y en el Cercano Oriente, y hasta en Sri Lanka o en donde se quiera. Hay que leer a Eric Hobsbawm para tratar de poner algún orden hipotético en el tablero de la guerra y la paz en el siglo veintiuno. El de Sri Lanka es un caso que como síntoma resulta alarmante: un sitio que el historiador inglés considera que fue una rara isla de civismo, con una mayoría budista y una minoría de tamiles hinduistas, ambas formas de pensar inclinadas hacia lo que es la no violencia, se fue convirtiendo en un reducto de terroristas que hasta pueden considerarse, cuenta Hobsbawm, entre los mayores activistas del terrorismo suicida. Ese proceso comenzó por los ochenta y la piedrita inicial fue una cuestión de idioma. Uno puede pensar con Maritain que para tratar el tema del mal en el mundo hay que partir de la premisa que Dios es inocente. Lo creo así, pero también agregaría que Lucifer es inocente. Todo comenzó con la maldita Torre de Babel, que separó a los hombres en el lenguaje (nadie entendía ni entiende a nadie), que tendría que ser nuestra demostración de superioridad zoológica, pero además nos permitió a los hombres de cada sitio, por pequeño que fuera, encontrar en nuestro idioma la posibilidad de una creación poética que, junto con el amor, un amor desesperado, desmesurado, como quiera llamarlo, deberían salvarnos. Una buena paradoja, mi amigo Nicanor, sin solución alguna.

Por eso ahora no comprendo por qué le escribo esta carta si pienso igual que usted. Trate de ser feliz, siéntase estúpido y además un privilegiado, haga el amor hasta que no dé más y consuma el alcohol necesario para ciertos olvidos. Sea feliz, se lo ruego, no crea que por sentirse bien es un "estúpido o un corrompido", como afirmaba el poeta inglés de quienes se sentían satisfechos con las atrocidades de un siglo deleznable. Lo que le diré ahora acaso le parezca algo mínimo, pero no lo es: todavía hay gente que tiene bibliotecas y una escalerita de madera para llegar a los estantes más altos. Y cuando andan en busca de algo, entonces juntarán montones de libros en los que han ido rastreando aquello que deseaban encontrar. Es, seguramente, más trabajoso que apretar un botón de la computadora y tener la información que se quiera en unos minutos. ¿O será que se obtiene la información que nos dejan tener?

Le mando, angustiado amigo, esta angustiada carta, y ni sé bien para qué, pero también le mando un abrazo, que siempre hace bien el contacto humano directo. Sepa perdonar esta intromisión que comenzó de una manera y termina de otra. Tal vez Gran Hermano sea la forma de resolver lo que pasa. Pero vea en esto último que digo una broma absurda: soportemos la libertad que tanto nos pesa pero que al mismo tiempo nos permite amar y crear y dejar que nuestras cenizas sigan diciendo un obstinado y claro "no" a este "proceso de reversión a la barbarie" que venimos padeciendo.

Un abrazo. Serafín López Arnaud.

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