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Viernes, 3 de julio de 2009

GLTTBI

Lunes de descarnado invierno

Lunes de descarnado invierno, el frío me estaba escarchando la tanga. Tenía que ir a terapia sí o sí, mi caripela ya no daba má de tantos cachetazos de mis ataques de pánico. Bamboleando minifalda y tacos subo por Perú hacia Plaza de Mayo para tomarme el subte A, camino por la placita seca, tierra caliente de motoqueros, uno me grita: ¡Linda te hago de todo!

Me quedo quieta, giro mi cuerpo, lo llamo con la mano provocativa y acoto: ¡Vení a ver si es cierto! 1,80 de carne morocha joven y cabeza... ¡Me encantan los cabezas que te envuelven con cumbia y aliento a vino tinto, esos machos de verdad con las manos engrasadas por tener que andar arreglando a cada rato la puta moto. Me pregunta si vivo cerca, que ¡SI! con la cabeza. Me empieza a susurrar al oído sus intenciones. Me caliento, pienso en la psicóloga, le digo que no puedo y me pide el Tel con urgencia. ¡Upalalá! Se lo doy, me da un lengüetazo en la orilla de mis labios, me pongo nerviosa de caliente (pero si me cuelgo en ese intercambio de profundo erotismo no llego). Sigo caminando haciéndome la linda, sintiéndome yegua, sirena, Pamela Anderson o Nélida Roca en su mejor Maipomomento. Subte A. Respiro hondo. Saco boleto. Cruzo molinete que tiene más apoyadas que yo y aguanto estación tras estación con la cara trepada a esas ventanitas de mierda de madera que para recibir un poco de aire y viento tenés que medir dos metros. Me siento bien, el motoquero elevó mi autoestima..

Me observan algunas caras pedorras de clase media, quizás nunca vieron, o les hago acordar a su hermana o a su suegra o simplemente observan con la curiosidad de su morbo, pero sus miradas ya no me enferman. Me da igual, ya estoy acostumbrada, me hago la linda creyendo que puedo. A veces cuando una cree ciertas cosas, un ejército de idiotas se come el verso. Sube una joven hiperobesa... gorda como una laguna de carne, como un pantano de estrías y adiposidades. Ahora paso a ser una más. La atención se centra en ella, que aunque en su cara se nota un esbozo de amargura tiene mi mismo acostumbramiento. Qué más da. Allá ella... Acá yo. Siempre hay algo que mirar, alguien de quien reírse. Por marico, por gordo, por forro, por feo. El reloj que marcaba la hora de mi víctima se paró en ese mismo momento. Se cruzan mis ojos travestidos de delineador negro con las ojeras de la gorda y se intercambia una sonrisa marginal...

—Listo. Ya está.

Los pánicos no son propiedad privada mía. No soy el centro del mundo. Soy un gusanito más en la gran manzana pudriéndose que es el universo. Bajo del subte A. Camino cuatro cuadras. Toco el timbre y sale mi terapeuta. Entro. Cuando todo termina corro de nuevo al subte A recordando el metro noventa del chongo motoquero. ¡Subte Ahhhh!...

Tenía más ganas de resolver el prometido revolcón que mis conflictos más intensos.

Subte A y que ruede mi ansiedad. Me suena el celu, una voz de chongo grasa me pregunta dónde estoy y le contesto que ¡Voy para allá! Bajo en Perú, camino cinco cuadras con la velocidad del Correcaminos, con la seguridad de que no hay Coyote que me agarre y me impida revolcarme con ese hermoso macho negro. Llego. Sentado en la moto me espera. Subimos. Me agarra del cuello. La mejor terapia de mi vida. Me besa. Me devora la boca. Me acaricia en celo.

Le faltan justo los dos dientes del medio. Así es la vida. Nadie es completo. Cuando no nos falta la lechuga, nos falta el jamón, nos falta el tomate y más de una vez... los dos huevos...

Lunes de descarnado invierno. Terapeuta de carne cabeza que me hace olvidar de mis problemas, mis pánicos y mis complejos... Lunes de descarnado invierno... para mi corazón, para mi alma... ¡Y para mi cuerpo!...

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