VERANO12 › EL ETERNAUTA, DE HECTOR G. OESTERHELD Y FRANCISCO SOLANO LOPEZ

El Mano y la cafetera

 Por Rodrigo Fresán

Desde un punto de vista hollywoodense, El Eternauta –historieta con guión de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López publicada por primera vez por entregas en la revista Hora Cero Semanal entre 1957 y 1959– es, seguro, el sueño húmedo de todo productor en busca de dónde hacer crecer los efectos especiales del próximo blockbuster veraniego. Es decir: El Eternauta –algo que hoy sería definido, un tanto pomposamente como “novela gráfica”– desborda de “good parts” pero –además– tiene el cerebro y el corazón bien puestos.

A saber: la materialización de Juan Salvo en un chalet en Vicente López, los primeros copos de la nevada mortal, la terrible y solitaria muerte de Polsky, el avance de los cascarudos, la batalla de la General Paz y el combate de la cancha de River, los hombres-robots, la aparición del primer Mano en la glorieta de Barrancas de Belgrano, los edificios derrumbándose por la marcha de los gigantescos gurbos, la huida por los túneles del subte, la chica espía, la Plaza Congreso como cuartel general de los invasores, el retorno de la nieve y el largo y terrible final...

Pero, puesto a elegir un momento entre tantos, yo me quedo con esas páginas donde un Mano agonizante (seguro Oscar Clip para Mejor Actor de Reparto en un rol que, me temo, caería en las garras de John Malkovich o Jeremy Irons) pide que le alcancen y acaricia, conmovido, “esa escultura, por favor... En la gracia de ese cuello hay siglos de arte...”. “No es una escultura, es una cafetera”, le dice Franco, casi con rabia. Y convengamos que el dibujo de Solano López –que al menos para mí, tiene el mismo sabor de las ilustraciones de las viejas figuritas y no es muy superior al de un hipotético “chico que mejor dibuja de mi grado”– no es, aunque ya clásico, algo muy destacable. Pero las palabras que pone Oesterheld en boca del alien sucumbiendo al influjo de la glándula del terror implantada en los suyos por los invisibles y todopoderosos Ellos, tienen la lírica del mejor Ray Bradbury o Theodore Sturgeon. “¿Se dan cuenta los hombres...?”, recita el Mano, recuerda su planeta cubierto por la nieve apagándose de a poco y todos nosotros morimos un poco con él mientras, como despedida, con el rostro súbitamente dulcificado, canta: “Mimnio... Athesa... Eioioio”.

Léanlo y emociónense en las páginas que siguen.

Alguna vez leí –pero nunca volví a leerlo– que el germen de El Eternauta estuvo en una regular novela militarista sci-fi leída por Oesterheld: Starship Troopers (1959) de Robert A. Heinlein y mucho después filmada por Paul Verhoeven. La fecha no cierra y tal vez el equívoco tenga que ver con que tanto en el libro como en el film hay, sorprendentemente, personajes argentinos (el héroe se llama Juan “Johnnie” Rico), aparecen cascarudos y Buenos Aires es aniquilada.

Leí, sí, las dos secuelas de El Eternauta escritas tambien por Oesterheld pero ninguna de las múltiples continuaciones, inserts y proyectos varios (gracias, Wikipedia) de cuya existencia me acabo de enterar y entre las que se cuenta una variante distópica en la que Juan Salvo es un amnésico y cruel gobernante de la Ciudad de Buenos Aires.

Hace casi once años que no vivo allí, he vuelto un par de veces por unos pocos días y ahora –como la primera vez que la leí, en Caracas, a mediados de los años ’70– cada vez que quiero volver a Buenos Aires, voy a la biblioteca, abro El Eternauta, y viajo de regreso.

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