VERANO12

Si la luna fuera tu premio

 Por Leonardo Oyola

La camisa a cuadros afuera del jean la tiene pegada a la espalda por la transpiración. Hace calor en Hidalgo del Parral. Mucho. Sólo media hora arriba del escenario. Treinta minutos. Y parece como si hubieran estado tocando toda la puta noche. Para Kevin Costner, por lo menos, es así. No ha perdido las ganas. Aún conserva el hambre. Por más que el minuto de fama que llegó a tener Modern West como banda de música country se lo deba a la popularidad de que él mismo gozó como actor hace ya un cuarto de siglo.

De la formación de tres guitarras, bajo, batería y violín, sólo este último, un chico de 23 años nacido en Kentucky e hijo de inmigrantes coreanos, le pone garra. El resto del grupo no. Toca por inercia. Esperando, ansiosos, llegar al último tema del set para desarmar los equipos, cargarlos en la caja de la destartalada Silverado y despedirse lo más rápido posible del estado de Chihuahua; para que cuando amanezca puedan dormir en el cuarto de hotel del próximo pueblito donde tienen arreglado hacer su siguiente show.

Esa es la idea.

Y ésa es la excusa.

Porque lo que no se pronuncia en voz alta esta noche en la ciudad de Hidalgo del Parral, esta noche ahí en la cantina La cabeza de Arkansas Dave, es la vergüenza que les da a estos dos guitarristas, al bajista y al baterista de Modern West, ser teloneros de Experiencia Religiosa: la mejor, y única, banda tributo mexicana a... Enrique Iglesias.

Un gracias amigos en una lengua muy dura para hablar en español. Aplausos tibios. Luces amarillas, verdes y rojas aún titilando. Y los músicos que empiezan a desenchufar juntando sus cosas con la misma urgencia con la que levanta sus prendas de vestir un amante que ha sido sorprendido por el esposo engañado. Costner se da cuenta. Pero no se piensa ir sin tomarse una cerveza. Su grupo le dice que si se quiere quedar que lo haga. Pero que no va a tener cómo ir al hotel porque ellos necesitan la Silverado. Costner sabe que se las va a arreglar y así lo manifiesta antes de despedirse de ellos. Se queda solo con su guitarra, que guarda en un estuche.

Necesita ir al baño. En el camino se cruza con una morocha de flequillo cortado a machete, de lunar chiquito y labios grandotes, una chica usando un short de jean que –con una dicción mucho mejor para el inglés que la de Kevin para el español– lo felicita por el recital que acaban de dar. El le agradece. Y le agarra el codo, curioso, averiguando cuál de todas las canciones le gustó más.

–“90 Miles An Hour”–.

Esa. Le dice.

Costner le pregunta si no quiere tomar algo. Ella acepta con la condición de que la deje invitarlo con una cerveza. Pero afuera. En la plaza. Así pueden charlar tranquilos. Kevin no se opone. Le explica que antes debe atender un asunto. Ella, sonriendo y sin ponerse colorada, lo alienta para que haga lo que tenga que hacer, que mientras va a ir a la barra a comprar los porrones. Después saldrá para esperarlo en la fuente de los deseos.

El entra contento al baño de hombres. Un petiso se le pone al lado. Lo escucha también mear. Cuando Costner termina de hacer lo suyo, y mientras la sacude antes de guardarla, nota cómo su vecino de mingitorio cogotea para mirársela con cariño, aunque le aclare mientras se la pispea:

Easy, cowboy. I’m not a fucking fagger.

Costner conoce muy bien, y a su pesar, esa sonrisa sobradora. Enferma. Insoportable. Incluso más insoportable que el aliento a alcohol que emana. El ceño fruncido. Es un año menor que él pero ya no le entra otra arruga en la cara. Los dos están cada vez más pelados. Y viejos. Este tipo le comenta, indiscreto, que Russo durante un rodaje ya le había advertido que la tenía chiquita. Que, según Rene, la suya era mucho más grande que la de él. Y más linda.

For Christ’s sake...

Pronuncia entre dientes, Costner. Y no le devuelve la sonrisa. Y tampoco se alegra de encontrarse en esa cantina de mala muerte en Hidalgo del Parral –en el estado de Chihuahua, en México– con Mel Gibson.

Justo.

Justo con Mel.

Gibson extiende la diestra. Costner le deja pagando el saludo. Le explica que mientras los dos no se laven las manos van a quedar sin estrechárselas. Que no lo tome como algo personal. Que él también las tiene sucias. Muy. Gibson achina la mirada intentando disimular el desaire. Kevin abre la canilla y no bien sale el agua comienza a enjuagárselas. Cierra la llave con el codo izquierdo. No hay toallas de papel. Mientras sacude ambas manos salpicando el espejo, Mel abotonándose la bragueta le pregunta si él también vino a La cabeza de Arkansas Dave a escuchar a Experiencia Religiosa.

Costner se queda inmóvil. Mordiéndose la bronca y el labio inferior. Gibson es el que se está lavando las manos ahora. Se sostienen la mirada en el espejo. Un rato. Kevin cabecea antes de confirmarle que sí, está ahí por la banda tributo a Enrique Iglesias. Que es fan de la primera hora. De Enrique y también de Experiencia Religiosa. Mel, arrugando el mentón, argumenta que el Enrique Iglesias que a él le gustaba era el de los comienzos. Su discografía de los noventa. Por ahí se puede llegar a estirar hasta “Héroe”. Costner se impacienta y le ladra al reflejo de Gibson:

Let’s just cut the shit.

Mel gira para quedar cara a cara con Kevin.

Okay, clown, no bullshit!

Costner quiere saber qué está haciendo en esa cantina. Gibson le responde que lo fue a ver a él. Costner, masticando cada vez más su ira, le pide que respete a su banda. A lo que Gibson le retruca que no se refería a Modern West. Que se acercó para verlo a él, en persona, al mismísimo Kevin Fucking Costner. Gesticula exacerbado. Mostrando que algo le duele. Y mucho. Que tiene una cosa que lo envenena. Abre la boca y no emite palabra. Respira hondo. Bien hondo. Un brazo en jarra. Puño en la cintura. La mirada clavada en el piso. Respira hondo una vez más y pregunta sin mirarlo a los ojos:

Why?

Costner, desconcertado, repregunta un ¿por qué qué? Que por qué vos si y yo no, contesta Gibson. ¿Qué cosa? Quiere saber Kevin. “Jonathan Kent”, nombra Mel. Amargado. “Jonathan Kent.” Repite. Y ahí confiesa lo mucho que quería interpretar ese papel. Que era volver a filmar con la Warner. Dejar de hacer películas que se estrenan directo en DVD. Que estaba rodando una por ahí cerca cuando se enteró de que él iba a estar esta noche tocando en La cabeza de Arkansas Dave. Y que quiso venir a decirle personalmente que a él le hubiera salido mucho mejor hacer del papá adoptivo de Superman. Eso. Y preguntarle por qué.

Por qué él sí y por qué él no.

¿Por qué tiene siete hijos? Uno más que él. ¿Por qué no se saca nunca esas gorras mugrientas de béisbol? ¿Por qué anda con la guitarrita haciéndose el Tom Petty? ¿Por qué filmó no sabe cómo cuántos westerns y él sólo estuvo en Maverick? Que no es justo. Eso vino a decirle. Que él le robó ese personaje. La chance de volver a empezar. Y que era la segunda vez que le robaba y que en esta oportunidad le había salido bien. No como cuando se quiso hacer el Mad Max en Waterworld.

Gibson hace esfuerzos para contener las lágrimas. Costner mira para otro lado. Sabe respetar al hombre que llora. No hay que sumarle más humillación. Sería cómo patear a un caballo muerto... Lo que igual no va a dejarle pasar, por más que Mel esté bien borracho, es que lo haya tratado de ladrón. Se lo hace saber. No le pide que se retracte formalmente. Pero le pregunta si él está seguro de que le robó el bendito papel.

You sure?

Yeah. I’m sure, man. I never forget an asshole.

Los dos transpiran odio.

Y desenfundan a la vez las respectivas armas de fuego que llevan en sus cinturas. Gibson, atrás. Costner, adelante. Mel tiene una pistola idéntica a la réplica que usó en la escena final de Traición al amanecer. Kevin, más clásico, anda calzado con una Magnum 357. Se apuntan en pleno rostro. A ninguno de los dos le tiembla el pulso.

“Jonathan Kent”, vuelve a nombrarlo Gibson. Que por qué no se lo dieron a él. Costner opina que eso es algo que tendría que preguntárselo a los productores de la película.

Fucking jews.

Maldice escupiendo. Y baja su arma. Costner hace lo mismo. Gibson se calza la pistola atrás, en su cintura. Eructa. Se disculpa. Toma de un hombro a Costner y le pregunta si no sabe si Experiencia Religiosa esa noche tocará “Héroe”.

I don’t know, man.

Gibson dice que para él sí, que seguro en la lista de temas tiene que estar “Héroe”. Que se va a quedar al recital. Que si no quiere compartir mesa. Que le invita un trago. Costner le agradece. Que no va a poder ser. Que tiene una cita. Gibson comenta si es con la morocha de flequillo cortado a machete. La del lunar chiquito y labios grandotes. La chica del short de jean. Esa misma le responde Costner. Gibson sonríe y le aconseja que no la haga esperar. Que no hay muchas mexicanas lindas, agrega antes de salir del baño de hombres. Costner, cuando se queda solo, se levanta la falda de la transpirada camisa a cuadros para esconder la Magnum.

Sale con la guitarra en una mano y se sorprende de encontrarse en la cantina con el triple de público para el que tocó con Modern West. Pidiendo permiso, se abre paso entre la multitud buscando la salida, cuidando de no golpear a nadie con el estuche. Gibson, que llegó a acodarse en la barra, lo ve marcharse. Niega con la cabeza. Habla solo. Arquea las cejas. Suspira hondo. Y se decide. No espera que le sirvan el José Cuervo que le había solicitado al barman y se va detrás de Costner internándose entre la gente toda apretujada. Las luces amarillas, verdes y rojas no paran de titilar. Como semáforos rotos.

Fucking wetbacks.

Insulta. Atrapado entre todos esos cuerpos.

Fucking wetbacks.

Los insulta una vez más. A lo que un parroquiano le devuelve el agravio con un pinche gringo. Y otro se suma con un culero.

Costner cruza la calle, y se interna en la plaza Guillermo Baca iluminada apenas por una luna que está en su cuarto creciente, justo cuando Experiencia Religiosa sale a escena para hacer su primer tema.

Uuu Uuuu...

Uuu Uuuu...

Si pudiera bajarte una estrella del cielo

Lo haría sin pensarlo dos veces

Porque te quiero, ay

Y hasta un lucero...

Afuera se escucha casi tan fuerte como adentro la canción que está haciendo la banda tributo. Entre los aplausos y la primera estrofa Kevin distingue sentada, en el borde de la fuente de los deseos, a la chica del short de jean, que lleva en las manos dos porrones de cerveza. Se alegra de verla.

Y si tuviera el naufragio de un sentimiento

Sería un velero en la isla de tus deseos

De tus deseos

Gibson emerge endemoniado de La cabeza de Arkansas Dave y apura el paso para que no se le pierda Costner. Lo ve atravesando la plaza y corre desesperado detrás de él. No se va a ir así nomás. No se va a ir así nomás. No se va a ir así nomás, no deja de repetirse como un mantra hasta que se frena de golpe a unos metros para que no lo escuche llegar ese miserable cuatrero ladrón de caballos que le quitó el papel de Jonathan Kent.

Pero por dentro

Entiende que no puedo

Y que a veces me pierdo

La pistola idéntica a

la réplica que usó en la

escena final de Traición al amanecer está a menos

de un metro de la espalda de Costner cuando Gibson abre fuego.

Fucking Kevin Costner.

Y el sonido de los cuatro disparos se pierde entre los petardos que estallan en el escenario mientras Experiencia Religiosa canta el estribillo.

Cuando me enamoró

A veces desespero

Cuando me enamoró

Cuando menos me lo espero

Pero... me enamoró

Se detiene el tiempo

Me viene el alma al cuerpo

Sonrío

Cuando me enamoró.

La chica del short de jean, del susto, se pone de pie dejando caer las dos botellas de cerveza. Costner clava ambas rodillas en el piso. No le hace falta girar para saber quién acaba de matarlo.

Goddammit, Mel.

Se incorpora como puede. Ayudándose con la guitarra. La usa como bastón. Da un paso. Dos. La morocha de flequillo cortado a machete, la del lunar chiquito y labios grandotes, la chica del short de jean; se está tapando la boca con ambas manos. ¿Costner? Sonríe. Aunque le duela y arda, sonríe. Le sonríe a la chica del short de jean. Sonríe al notar que sus aros de estrás violeta le combinaban con el morral por uno de los círculos que tiene el mismo color. El otro redondel es blanco. Es lo último en lo que llega a pensar. Y lo último que ve.

Kevin Michael Costner, actor y músico estadounidense nacido el 18 de enero de 1955 en Lynwood-California, murió en el día de ayer a los 58 años de edad en la ciudad de Hidalgo del Parral, estado de Chichuahua en México, asesinado a quemarropa y por la espalda a manos de un agresor no identificado. Gracias a él y a sus películas aprendimos que a la hora de encarar hay que hacerse el lindo y ser jetón como su Crash Davis en La bella & el campeón, que cuando no queda otra más que tomarse el palo rajar a máxima velocidad a lo Sin salida, donde corre Kevin corre, que para bailar hay que hacerlo bien y ponerle todas las ganas como si fuera un Fandango –ojota que Crash Davis también la movía–, que si empezaste algo lo tenés que terminar así sea a puro huevo como su Elliot Ness, que hay que animarse a escuchar las voces que nos hablan y tener fe –“si lo construyes él vendrá”–, que a veces es difícil dar justo en el blanco pero si la jugás de Robin Hood nunca te van a faltar las flechas... y que a tu Whitney Houston siempre le vas a poner el pecho para que no te la lastimen... AND I... WILL ALWAYS LOVE YOU...

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