El amor garpa. O como diría el sumo Maurífice en inglés: love garps. Usted lo sabe, deudólar, y usted también deudeuro.

Jacques Lacan insistía con que “Amar es dar lo que no se tiene a quien no lo es”, anticipándose quizás a la política económica del mejor equipo contrario de los últimos 50 años, que, creyéndose divinos, le dan pan solamente a quien demuestre que no lo necesita, y le pide a quien no lo tiene.

Decía hace poco tiempo, el filósofo Darío Sztajnszrajber que “en el amor se pierde”; en todo caso, que el amor no es un negocio. Claro, él no es parte del mejor equipo contrario. Si no, seguramente sabría que es mejor no decir cosas como esa en público, porque puede escucharnos la gente del FMI y prohibir el amor, porque produce déficit fiscal.

Perdón si le molesta que hablemos de temas tan personales, íntimos y trascendentes en estos tiempos tan dolarizados y dolorizados, deudora. Quizás nos sintamos autorizados a hacerlo porque llegó la primavera; o porque el mismísimo Maurífice nos pidió que nos enamoremos de Madame Lagardel en una extraña versión del síndrome de Estocolmo; o porque somos personas sensibles y no queremos dejar de serlo en estos tiempos de cólera; o porque nos dimos cuenta de que hablar de economía es inútil cuando tantos y tan masivos medios siguen hablando de la pesada gerencia.

Hablando de eso, seguir recitando con un mantra “Se robaron todo / López y Báez”, luego de tanta lluvia fallida de inversiones, es como echarle la culpa al novio anterior por un embarazo que se produce después de tres años de matrimonio monogámico y fiel. No te lo cree ni el más amarillo de los globófilos, porque si su cerebro gori hace el amague, si su neurona más antipopulista envía el menor impulso meritocrático hacia el axón, será su propio estómago clasemediático, ese al que según González Fraga le hicieron creer que tenía derechos, quien rugirá ácidamente en gástrica protesta.

Estamos viviendo tiempos extraños y extrañas, deudora. Ya quedaron atrás las bellas épocas en las que una persona podía conocer a otra con la extraña contraseña “¿estudiás o trabajás?” (que daba por sentado que todo el mundo accedía a una de estas dos instancias) para iniciar, no digamos que un romance duradero, pero al menos una bella posibilidad. Ahora, lo más cerca de eso a lo que puede llegar nuestra clase media aspiracional es a preguntar “¿Qué serie de Nefli estás viendo? ¿Por qué temporada vas? ¡Uy, esa ya la vi, pero si tomás algo conmigo, te prometo que no te spoileo!”. Y alguien que es capaz de tomar algo con vos, y no spoilearte, bien merece una oportunidad amorosa, o erótica, o cualquier cosa, menos un crédito UVA.

El lunes pasado, en el multitudinario acto opositor en el que habló, el Secretario General de los Bancarios, Sergio Palazzo, dijo, ante cientos de miles de personas, que “encarcelar a los dirigentes, es un objeto de deseo lacaniano” de este gobierno. Que el deseo, y que Jacques Lacan lleguen a cientos de miles de argentinos en un acto de protesta político y sindical, es un acto inaugural de la nueva política argentina.

Quizás (y esto va en serio y con todo respeto) él percibió, o intuyó, que frente a la certeza delirante (otra expresión lacaniana con la que el narcisismo mauritocrático nos quiere marcar), frente a la negación de la realidad consuetudinaria con la que afirman que la inflación baja cada vez que los precios suben, o que es bueno perder el trabajo, frente a la desmentida con la que piden miles de falos verdes al FMI mientras dicen que estamos mejor, el psicoanálisis sea, por qué no, una herramienta de resistencia, uno más de los caminos que nos permitan salir de esta extraña tormenta sedicente neoliberal

Entonces, quizás un poco esperanzado, el próximo acto espero escuchar, a toda voz, ante las multitudes a un orador entusiasmado, proclamando:

  • ¡El gobierno no superó el estadio del espejo!
  • ¡El mejor gobierno siempre es el que va a venir!
  • Con esta política económica machirula van a lograr que la mujer no exista
  • ¡Basta de promesas imaginarias, queremos salarios reales!
  • ¡Esta es una regresión a los tiempos de Martínez de Hoz!
  • ¡Que vuelva la etapa retentiva, queremos retenciones!
  • ¡Que no sigan usando objetos fálicos para reprimir al pueblo!
  • ¡Falta trabajo, faltan remedios, falta comida… basta de falta!
  • ¡Queremos un gobierno que interprete el deseo popular!
  • Y finalmente, como dijo Freud, ¡el inconsciente nos gobierna!

Volviendo al amor, no le creemos nada al Sumo Maurífice cuando declara su amor a Doña Lagardel. Primero, porque lo hace en inglés, idioma que suelen usar nuestros políticos y economistas cuando quieren que no se les entienda, o que al menos gran parte del pueblo no se entere de lo que están diciendo (y no me refiero a la parte del pueblo que no habla inglés, sino a la que sí lo hace, y de pronto se encuentra con una cocoliche más digno de una película de Los 5 grandes del buen humor que de un discurso presidencial en la ONU. por ejemplo).

Por otra parte, Love Story, aquel hit de los tempranos 70, escrita por Erich Segal y protagonizada por Ali Mc Graw y Ryan O’Neal, termina con una frase que rompió todos los records del poster kitch: “Amar es nunca tener que pedir perdón”. Y el Sumo Maurífice y su nuevo Jerry, Nico Baldío, se la pasan pidiéndole perdón a Christine. Así que mucho love story ahí no hay.

Sí, no le creemos que Lagardel sea su amor. Y nos parece un papelón digno de mejor acusa que se lo declare así, a la vista de los 44 millones de argentinos que, lo hayamos votado o no, ¡o no, o no!, lo soportamos estoicamente, por estos cuatro años, porque así lo juró ante Dios y la Patria.

Y como en tantos otros “macrimonios” no creemos que haya amor, entre él y nosotros/as, pero por lo menos que trate de que no nos demos cuenta de que su libido (hoy estamos muy psi) anda en otra parte.

Hasta la que viene.

@humoristarudy