Hoy no se puede decir lo que se piensa. Pero es por un buen motivo: la práctica democrática. Vendría a ser como una censura buena. Por eso uno no puede andar por la calle al grito de "Viva Juan Domingo Azcuénaga, carajo", sin que lo acusen de voto cantado. Es, además, día obligado de paz entre los que practican ideas políticas diferentes porque no se puede putear a ningún candidato sin que la ley lo persiga, lo que lleva además, y por las dudas, a no putear a ningún primo que se llame Mauricio o semejantes.

Otra veda buena es la que uno se impone cuando está oyendo música o viendo teatro, veda o silencio de respeto hacia el músico o la obra. Pero detrás del acto de vedar suele haber pura intolerancia, como aquel "por qué no te callas" del ex rey de España y de las Indias a un presidente latinoamericano que, a diferencia de él, tenía el aval del voto y además no mataba elefantes, algo que debería estar vedado, siempre y en todos lados. Hacer callar al otro es el gran sueño de los intolerantes. Por eso, cuando en estos días (excepto hoy, claro) te mandan a callar, hablar y hablar es casi una obligación. No es cuestión de que te mande a callar un inútil, mantenido, mentiroso, mafioso, corrupto o vendepatria. El nombre póngalo usted. Yo no puedo. Hay veda.

Hay vedas que no se pueden desafiar porque te pueden costar la vida. Los vedadores suelen no necesitar más que una débil excusa para dispararte por la espalda. Hay otras vedas novedosas, de alcances aún difíciles de entender. La de no poder decir un piropo, por ejemplo. Y justo que me había aprendido eso de "ayer pasé por tu casa y me tiraste con una puerta, menos mal que estaba abierta". Menos mal que hay piropos en clave, ideales para domingos de veda política. Por ejemplo: "Ni pindonga ni cuchuflita, mi yegua…". Acá son importantes tanto los puntos suspensivos como dirigir el piropo a una militante del palo. No diga que no le avisé.

"Callada te defiendes mejor", le decía Quico a doña Florinda cuando la mujer, que se creía de clase media, intentaba aclarar algo y todo lo que hacía era hundirse más y más. Esta es otra veda buena, porque Quico intentaba que la madre no pasara vergüenza al hablar, aunque en este caso el silencio también era pasar vergüenza. Nuestra Clase Media Doña Florinda lo sabe bien. Si explica por qué hace lo que hace, es un papelón. Y si calla, como en estos días, y no por la veda, justamente, ratifica con su silencio vergonzoso la complicidad con el latrocinio. O sea otro papelón. ¿Hay solución a esto? Sí, pero en día de veda no se lo puedo dar.

"En boca cerrada no entran moscas", dice el dicho. Con frases así, los que no tienen nada que decir quieren callar a los que sí tienen. "En la mesa no se habla", decían los padres de antes, desperdiciando el momento en que padres e hijos interactúan y se confiesan miedos y deseos. "El silencio es salud" dice otro proverbio de dudosa lógica, porque el silencio es salud cuando calla tonterías, pero es enfermedad cuando es obligación impuesta por soberbios, patrones y matones. Vedas, vedas, vedas. Impuestas y autoimpuestas, sanguinarias y pasajeras. Luppi se corta la lengua en "Tiempo de revancha" para ya no poder confesar ni en sueños. Al general romano Craso sus enemigos le llenaron la boca de oro líquido, por bocón, como diciéndole "en boca cerrada no entrarán moscas pero sí oro hirviendo".

Tampoco le vamos a quitar méritos al silencio. La canción Los sonidos del silencio alerta sobre gente hablando sin hablar y los riesgos de perturbar la paz del silencio. Y está el mutismo selectivo, una especie de trastorno que hace que los que lo padecen no puedan hablar ante algunas personas o situaciones y en otros/as parezcan loros. No deja de ser inteligente, vea. Porque, ante ciertas situaciones o personas, mejor callar, aunque no haya veda. "Me gustas cuando callas porque estás como ausente", escribió Neruda, frase que ha dado lugar a chistes, memes y enojos. Esta sería una veda del amor y del desamor. Está el juego "el primero que habla, pierde", que yo les hacía jugar a mis hijos pequeños para disfrutar un rato de silencio, en vano, por supuesto. Vedas y más vedas. "¿Por qué me hablas así?", dijo uno de los dos ante las palabras hirientes del otro. "Repetí eso si sos macho", dijo el patotero o el que era patoteado. "Quién te dio vela en este entierro", dijo el que quería ser el administrador de la conversación de los otros.

"Le dieron una  cachetada para que hable y diez para que calle", dice el ingenio popular sobre los interrogatorios. Hay votos de silencio, una especie de castigo que alguien se autoinflige para buscar paz, o una especie de paz que alguien encuentra en no hablar por años. Está el silencio de los que no delataron a sus compañeros aunque fueran torturados hasta la muerte. Está también el silencio de los que no quieren decirnos qué pasó y dónde están los desaparecidos.

Al fin está la veda a la que nos quieren obligar los militantes de lo políticamente correcto, los nuevos legionarios de estos tiempos. O, como los llamara el amigo Víctor Ducrot, la Columna Paco Rabanne del pensamiento o de la política. Son los puristas, los educaditos, los censores de las ideas revoltosas, los que te venden un eslogan y creen que te dieron la fórmula de la felicidad, los que saben todo sobre todo y creen saber todo sobre vos. A esos mejor tenerlos lejos, pero mejor aún es tenerlos cerca y hacerlos rabiar hablando con incorrección militante hasta por los codos, como diciéndole "Vedame ésta". 

Y está la gente que simplemente habla poco, como la mayoría de nuestros abuelos. Gente que la pasó difícil y ahorra hasta en las palabras, por las dudas, por lo que pudiera venir. Vedas buenas y vedas malas, todas significan algo. Depende de dónde esté parado uno, qué quiera decir y escuchar. Quizá lo mejor sería hacer siempre lo contrario a lo que te piden que hagas. Menos hoy, claro. Y con respecto a este domingo, que el rato que estés obligado a callar hoy sea por el mejor motivo posible.

javierchiabrando@hotmail.com