A Rosario Bléfari le gustaba treparse a los árboles y disponer del cuerpo sin miedo. “Se supone que el rock es como los autitos, subirse al árbol y todo eso”, le había dicho al NO en 2009. Le gustaba cambiar el rol de sumisión que había sido relegado a las chicas por el de la acción. Y por lo mismo hubiera preferido que las novelas que leyó tuvieran una heroína. Naturalmente se sentía más cerca de Julien Sorel (del Rojo y negro de Stendhal) que de la tía. Le divertía ser la protagonista. “El personaje femenino era adorado o perseguido, pero no hacía nada, no tenía acción. ¡La acción la tenían siempre los varones!”, había dicho riéndose aquella vez.

“Creo que ella nos agarró de la mano a todas y nos dijo: ‘Corran por el campo, sientan la brisa del viento, huelan la lavanda y hagan con eso lo que quieran’“, dice la actriz, directora de teatro y poeta Nadia Romina Sandrone, tratando de desentrañar el legado de Bléfari, que no dejó nunca de crear, hasta el último momento. “Creo que de alguna manera su obra retrata el latido de la vida, el latido de la existencia, la experiencia atravesada por una estela de sensibilidad absolutamente dorada y brillante que después se traduce en temáticas. Pongo Viento helado y Río Paraná y la existencia toma otra dimensión, está muy cercano al latido de la vida, pudo retratar algo muy cercano a un color.“

Todos los mundos posibles

Una generación que ensamblaba encuentros de poesía con recitales de rock, fanzines y películas de culto se ensombreció frente a la muerte de Rosario Bléfari, este 6 de julio a los 54 años. Desde ese día la memoria de esta artista tan compleja como entera ha recibido incontables muestras de cariño en redes y medios.

Cálida y tímida, pareciera que Rosario siempre estuvo a la altura de sus deseos. Protagonizó películas excepcionales como Silvia Prieto. Fue la cantante de Suárez, una banda fundamental para el indie y la música alternativa argentina. Luego se encumbró en una carrera solista notable, aunque más adelante armó otras dos bandas: Sué Mon Mont y Los Mundos Posibles, con los más fieles músicos.

Rosario abarcó mucho. También escribió obras de teatro y libros de cuentos y de poesía, dictó talleres de canciones, participó de lecturas de poesía y grabó discos sin esperar a nadie. Era tan grande que estaba en las alturas y también en el llano, con los pibes y las chicas. Vasto: así es el universo que construyó con las canciones como plataforma, acaso poemas del instante, fotos de momentos y de calles. Y de ahí se esparció a las otras ramas de un arte que nunca la vio caer.

Espíritu de aprendiz

La santa patrona del indie. Así la nombra el escritor y periodista Nicolás Igarzábal. “La estampita a rezarle a la hora de organizar un recital, un ciclo de poesía, editar un poemario o filmar tu peli independiente (y que te salga bien). Me quedo con su forma de hacer las cosas, su constancia, su espíritu de aprendiz, su timidez, su simpleza y su misterio.

Dueña de una verdad que se cuela por los ojos, Rosario fue diciendo y haciendo. Su forma de transcurrir era producir. En los '90 comenzó a cantar en el grupo que llevaba el apellido de su compañero, Fabio Suárez, con quienes grabó cuatro discos de estudio. Noise, pop, lírica y melodía se insertaron en el nuevo rock local, en medio del grunge, mientras sucedía el menemato.

 

“¿Cómo podés escribir y leer con ese ruido, Jorgelina?”. El ruido al que aludía la madre de la poeta y periodista Jorgelina Soulet era Horrible, el segundo disco de Suárez. “Hoy le respondería que tal vez fue posible escribir precisamente porque ese ruido salía de los parlantes. Un sonido que ilumina, eso fue Rosario. Siempre sentí que fue una guía. Y siempre me asombró su capacidad de observación, que no todes tienen; ese mirar lo pequeño y hacer con eso un mundo, un poema, una canción”.

A principio de los 2000, en el mejor momento de la banda dentro del ámbito independiente, Suárez se disolvió y Rosario dejó de ser la cantante de. Y fue Rosario Bléfari. Sola, única, brillante, inclasificable e inalcanzable en sus planes, porque siempre iba adelante. Grabó cinco discos siendo solista, uno con Sué Mon Mont (2014) y otro con Los Mundos Posibles (2018).

Rosario siempre estará cerca

“Me fascinan las formas de sus músicas, cómo se mueven las estrofas, los estribillos, los puentes, las letras; siento imágenes, siento historias y me doy cuenta de ese laboratorio, de estar buscando la palabra, la forma, de estar caminando mucho sobre sus pensamientos y sobre las cosas que le costaban. Es una obra muy honesta”, dice la cantante y compositora Mariana Michi, solista e integrante de Miau Trío.

“Lo que creo que hace es compartirte algo de ella, su filosofía, desde un lugar muy hermoso, suave y frío a la vez. Nos dejó un legado muy rico sobre el cual se puede volver, y siempre vas a encontrar algo nuevo. Y eso la convierte en una artista compleja con una forma simple. Es muy misteriosa“, concluye Michi.

 

Rosario se recostaba plácida entre versos sencillos que devuelven poesía a lo mundano. No cantaba como nadie y como nadie describía el instante. Cada canción era mirar el paisaje y descubrirlo por primera vez. Y transmitirlo con un fulgor único. “Esa refacción acerca del rock me parece una de las más acertadas en este último tiempo", dice Paloma Iturri, de Bestia.

“Tuve que aprender el arte musical, piezas de alegría me reconocían”, canta Bléfari en el inicio de su último disco solista, Sector apagado (2019). Se descubre una vez más la constancia en la humildad y en la alegría que le provocaba todo lo que hacía. Una niña en permanente estado de asombro.

“Rosario era una cazadora de imágenes. Podía adentrarse en un bosque musical y traerte versos como 'la tarde desparrama los minutos sin piedad', 'demoliendo y construyendo por la diagonal' o 'los dos silencios al teléfono'. O podía hablarte de cuadernos desprolijos, relojes con campana y rutas despejadas. Esas figuras se te fijaban en la mente, sean canciones de Suárez, solista, de Sué Mon Mont o Los Mundos Posibles”, rescata Igarzábal. Y recuerda una frase que Rosario escribió sobre sus últimos días en La Pampa y que, ahora intuye, fue una despedida: “Lamento no haber estado más tiempo acá, disfruto cada momento“.

¿Cómo armar una cartografía con todo lo que dejó? ¿Cómo narrar la obra de alguien que nunca decayó? El ángel de Rosario Bléfari no la dejó dar un paso en falso. No hay facetas flojas ni épocas discutibles, nada más un mismo espíritu. Pareciera que todo es presente en su historia. Pensar en su voz es traerla a la vida, imaginarla sonriendo a la vez que entona sus estrofas.

Foto: Cecilia Salas | Archivo