Era octubre, 16 de octubre. 16, múltiplo de 4, de octubre, o sea del mes octavo de Roma. Al otro día, 17 de octubre (1+7 da 8), vinieron unos amigos a visitarnos. No podían creer que ese día y las casualidades (o causalidades) de la vida los hubiera traído al lugar exacto donde detuvieron a Perón para llevarlo a la isla Martín García, el 8 de octubre de 1945, día de su cumpleaños. Los militares rebeldes lo buscaron en el piso 4to de Posadas 1567, donde habitaba con Evita hasta mudarse al Palacio Unzué que era la residencia presidencial. El Palacio Unzué quedaba en Austria y Libertador, donde actualmente se erige la Biblioteca Nacional. Alguna vez en ese lugar, sentí algo parecido a lo que sentí frente al jardín del departamento de la calle Posadas. Fue durante una tarde de otoño en que decidí caminar por Austria hacia la Biblioteca Nacional. Vi el jardín que rodea la majestuosa construcción, sus árboles y sus formas geométricas y sentí algo, entre las hojas arrastradas por la brisa. En esa época aún no conocía la historia del Palacio Unzué. Algunos años después, cuando me enteré de que en ese lugar había muerto Evita, comprendí la sensación extraña que había experimentado en ese lejano día otoñal. Algo como un llamado, un misterioso mensaje o desconocido lenguaje se había asomado a mi alma en ese momento.

El edificio de Posadas al 1567.

El jardín, siempre los jardines. Me acuerdo de Borges, “El Jardín de senderos que se bifurcan” que le dedicara a Victoria Ocampo y que apareció en Ficciones en 1944 (tetragrámaton). El protagonista, un cerebral espía, asesina al sinólogo Stephen Albert, para pasar el nombre de la ciudad que debe ser bombardeada: la ciudad de Albert, luego de encontrarlo en una red de tiempos pasados, presentes y futuros, verdadero laberinto temporal, que lo lleva, después de elegir la dirección hacia la izquierda, en la bifurcación de los caminos, a un mágico jardín amarillo y negro, un jardín como el que tenía ante mis ojos, en la planta baja del edificio de la calle Posadas. Un “húmedo jardín”, como dice Borges en el cuento.

El “húmedo jardín” me recordó a Rodolfo Walsh, quien en el relato “Esa mujer” menciona también ese lugar misterioso. Veamos: en 1953, Walsh hizo la selección de Diez cuentos policiales argentinos donde incluye, precisamente, “El jardín de senderos que se bifurcan”. Años después, cuando narra el encuentro de un periodista investigador con el coronel Carlos Eugenio Moori Koening, quien tuvo a su cargo el secuestro del cadáver Eva Perón, en “Esa mujer”, ese relato magistral donde se mezclan ficción y realidad de un modo cinematográfico, habla de un “húmedo jardín”. La clave del lugar donde fue enterrado el cuerpo embalsamado de Eva Perón, podía estar en esa narración casi teatral, donde el narrador-personaje dialoga nada menos que con el propio Moori Koening en el departamento del militar en Callao y Santa Fe. La vida familiar, los vecinos, las luces del anochecer en Buenos Aires, la vista del río, los olores y ruidos del edificio, su cotidiana existencia, enmarcan el encuentro. Y, de un modo lateral pero muy importante, muestra la sutileza femenina a través de la presencia de la mujer del coronel y la presencia/ausencia de la hija del coronel, cuyo desorden mental se debe en gran medida a la tanática historia que narra Moori Koening acerca del destino del cuerpo de Evita.

Moori Koening fue el hombre encargado por la Inteligencia de Estado de secuestrar el cuerpo de Eva Perón que se encontraba en el edifico de la CGT. Luego de peregrinar por distintos lugares de Buenos Aires, el cadáver de Evita fue finalmente embarcado rumbo a Europa con un nombre falso. Sabemos que fue restituido, gracias a la colaboración de la iglesia católica, a Perón desde Milán donde estuvo enterrado muchos años. Moori Koening fue separado de su misión por mostrar evidentes signos de alienación. Los testimonios hablan de una enfermiza fijación con el cadáver, una especie de necrofilia. Ante esta situación, el gobierno militar encomendó la delicada tarea del traslado del cuerpo de Eva al general Cabanillas.

El narrador-protagonista de “Esa mujer” quiere saber dónde está ese cuerpo. Le propone a Moori Koening escribir la historia, le ofrece dinero, difusión en los más prestigiosos medios de prensa, pero Moori Koenig ya no está en condiciones de contar ni de negociar. Ha caído en el abismo de la demencia, se ha internado en el continente de la alucinación y lo real, ese lugar sin regreso. Solamente habla de un húmedo jardín:

Día por medio -dice el coronel- día por medio llueve en ese jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.

El lector sabe por el mismo personaje Moori Koening que Evita fue enterrada con un cinturón franciscano.

El narrador-personaje fracasa en su intento de saber dónde está el cadáver. Pero la literatura de investigación llevará a Walsh a encontrarse con Tomás Eloy Martínez en París, cuando los dos escritores se reúnen para conversar sobre el tema, como se relata en la novela Santa Evita. Eloy Martínez cuenta los detalles de ese encuentro, documentado y verdadero, con la presencia de Lilian, esposa de Walsh. En un café de la rue Balzac, los escritores dialogan sobre el destino del cuerpo de Eva y concluyen que está en Bonn. Eloy Martínez irá a Bonn, pero Walsh le aclara que él ya está en otra cosa y que no lo acompañará. Pero la pista era falsa. A pesar de los datos del jardín y los tablones apilados. Allí no estaba Eva Perón, había sido enterrada en el cementerio de Milán.

Estas versiones novelescas, la de Walsh y la de Eloy Martínez, implican, sin duda alguna, miradas masculinas. Siempre el cuerpo de Evita aparece como un trofeo de facciones en pugna. Jamás hay una comprensión del personaje como mujer, como ser particular, sufriente, con sus oscuridades y luces, con sus fantasías, prejuicios y dolores. Nada hay en estas narraciones del alma de Evita. Santa Evita es el esfuerzo por decontruir un mito, surgido de la necesidad de crear una individualidad devenida en un ser simbólico que la despojará de su ser terrenal, de su humanidad. En “Esa mujer”, por el contrario, ni siquiera se le permite el nombre, es un objeto, un objeto de goce, un objeto perdido e invalorable por el poder que significa. El nombre le ha sido vedado, es en suma un NN, un bello cuerpo aun después de muerto que mueve a las acciones y deseos más abyectos, un cuerpo-objeto, un cuerpo de mujer-objeto, trofeo-botín de guerra…

Sin embargo, Evita fue una niña, con infancia y madre y hermanas y un hermano con quienes jugaba incansable. Su madre la disfrazaba para los carnavales en Junín y fue una adolescente que soñó con el sufrimiento y el heroísmo. Deseó y fue deseada, cantó, recitó, soñó desde el lugar del padre negado, pues era hija natural, “ilegítima” como se decía entonces, lo que le acarreó no poco dolor y discriminación, amó, se hizo militante, llegó a lo más alto que podía llegar una mujer en esos años en un país como la Argentina y una enfermedad le atravesó el cuerpo cuando apenas había pasado los treinta años. Ese ser femenino y dolido no aparece ni en Walsh ni en Eloy Martínez.

Releí el texto que había escrito hace años:

Tantos amaneceres. Trató de dormir. Le dolía la cabeza. Buscó una aspirina en la mesa de noche. El respaldo Luis XV resplandecía a través de las luces del parque y la calle que se filtraban por los visillos. Perón dormía. Eran las 4 de la madrugada. Había sido un día agotador en la Fundación y en la Secretaría. Las luces artificiales se iban y entraba la luz mortecina del amanecer. Crepúsculo. Horas mágicas. Horas intermedias. Fronterizas. No es ya de noche y no es de día tampoco. Frontera del insomnio. A los poetas les gusta esta hora. Oyó un canto entre las palmeras del Palacio Unzué. Le pareció que era un zorzal. Después se durmió. Mejor dicho, dormitó.

Y el ruido de la máquina de coser de su madre Juana Ibarguren. Mamá está cosiendo: hilván, bordado relleno, punto atrás, sulfilado, alforjillas, festones, vainillado, cadena, punto cruz, crochet, puntilla, pata de gallo, punto cadena, gabardina, lienzo, moaré, rafia, organza, seda, plumetí, tules, gasa, franela, paño, percal (Eres linda paisanita - con tu falda de percal, recitaba en la escuela para los más pequeños), lana, terciopelo, lanilla, escocés, algodón, lino, hilo, encaje, raso, entredós, guipur, pasa-cintas, piqué, granité, piqué labrado, cretona, brocado, perlas, lentejuelas, mostacillas, strass. ¿Qué cose mamá tan temprano? Tal vez los disfraces para el corso. Disfraz de abejita, de hada de sueño de una noche de verano, de dama antigua, de Caperucita Roja, de paisana, de japonesa, de magnolia, de rosa, de ave del paraíso, de Calipso, de Arlequín, de muñeca, de Pierrot, de mariposa, de bichito de luz, de flechador, de Cupido, de guerrero, de emperatriz, de Greta Garbo, de Carlitos Chaplin, de gato, de payaso, de viento, de golondrina, de picaflor, de ave fénix, de quimera, de Teseo y el Minotauro, de Jano, de Casanova, de conejo, de ardilla, de soldado, de fantasma de Cumbres Borrascosas, porque el viento, en Los Toldos, parecía Cumbres Borrascosas. El canto del gallo. Mamá cose y cose. La Singer cose y cose. No sé cómo vos mamá podés bordar. Buenos días Mi Señoría, Mantantero le-ru-lá- Qué quería, Mi Señoría, Mantantero le-ru-lá- yo quisiera a una de sus hijas, Mantantero le-ru-lá. A cuál de ellas la quisiera, Mantantero –le-ru-lá. Yo quisiera a Evita, Mantantero le-ru-lá. Qué oficio le pondremos, Mantantero le-ru-lá. Le pondremos de modista, Mantantero le-ru-lá. Ese oficio sí le agrada Mantantero le-ru-lá–Pues haremos la ronda entera ronda entera en general.

La Singer sigue sonando. La máquina de coser al amanecer es como un trino. Siente que se le ha adormecido el brazo debajo de la almohada, uno, dos, tres, hay que levantarse. Cereijo ha dicho que la Fundación, y los números y que el avión con ayuda para Bolivia y el Ecuador. Ya suben Sarita y Renzi. Ya suben. Traen flores, rosas y orquídeas como Las rosas de Caseros, qué buena idea la de Blomberg en ese radioteatro. Me oculto entre las sábanas como un coleóptero asustado. La señora está dormida, dicen. Todavía está dormido el monstruo del castillo minotauro monstruo crisálida el traje de abejita con lentejuelas la abeja está escondida con el traje de lentejuelas que le hizo su mamá en la Singer con lentejuelas y zafiros oro rubíes piedras preciosas de Darío que las trae en elefantes. Se ha ataviado de abejita y perlas con terciopelo y plumas y pieles de marta cibelina como en España cuando recibió la Gran Cruz en el Palacio de Oriente. Cómo brillaba la abejita debajo de su tapado a pesar del calor de junio en España.

Desde pequeña Evita había recitado los poemas de Amado Nervo, los sabía de memoria, en ellos está dicho su destino, su más allá de la enfermedad, su sacrificio, inclusive el deseo de morir joven y, más aun, de permanecer para siempre intacta, como una Bella Durmiente. El mismo Perón cuenta esto en Como conocí a Evita y me enamoré de ella, cuando dice que su mujer le pidió ser embalsamada. Nervo, además, había muerto en 1919, el año en que nació Eva.

Busqué la página donde se alude al poema del poeta mexicano que tanto marcó a Eva Perón:

Y ese raro poema de “La bella del Bosque Durmiente” de Amado Nervo que me recitó en voz baja, y que nadie oyó, salvo ella misma y la tarde y yo, y la perra Canela, si es que los perros pueden oír.

-¿Yace aquí la princesa que está dormida,-Esperando ha dos siglos un caballero? -La princesa que hablan en tu conseja -¡soy yo…! Pero ¿no miras, estoy muy vieja…

Quiso seguir recitando y le rogué que descansara. Es muy bello eso, le dije. Quedate tranquila, voy a cumplir tus deseos.

III- La distancia de los años 

Por supuesto, motivada por el entorno y la literatura, la historia y también las coincidencias, releí en internet el cuento “Esa mujer” de Walsh que forma parte de Los oficios terrestres de 1965 y la novela Santa Evita de Tomás Eloy Martínez de 1995. Treinta años es la distancia que separa las dos obras. El cuento de Walsh se mantiene en el terreno del misterio. Nada se sabía en la década del 60 del cadáver de Eva. En cambio la novela de Eloy Martínez desnuda un mecanismo de creencias y mitos nacidos de lo popular, y una serie de operaciones, mentiras y engaños surgidos del poder. La escritura se construye sobre documentos y es producto de una rigurosa investigación. En la década del 90 se conocían muchos detalles acerca del secuestro y la desaparición del cuerpo de Evita, además la historia se había precipitado desde aquel aciago 1955, año del golpe de estado que derrocara a Juan Domingo Perón, hasta el advenimiento de la resistencia peronista, la aparición de la guerrilla, en especial de Montoneros, que tuvieron un papel protagónico en el desarrollo de los hechos, los gobiernos de facto, la dictadura de la Junta Militar, la resistencia, los 30.000 desaparecidos, presos políticos, exiliados. La historia se había despeñado, terrible, impiadosa, hasta que sobrevino la democracia en 1983 y el aire de la libertad de los argentinos volvió a reinar en todo el país, desde el norte hasta el sur. Santa Evita continuaba en gran medida a otra gran novela de Martínez (en realidad Martínez Castro), La novela de Perón, de1985.

Eloy Martínez narra la historia desde un lugar más armonioso y amplio, más libre, pues imperaba ya la democracia y el país había dejado atrás la noche de la dictadura.

En su libro hay una cuidadosa documentación y elaboración de datos. Es una construcción novelesca que implica investigación y verosimilitud. Los personajes reales dialogan, denuncian, sufren, aclaran, conversan con el lector en busca de una verdad: ¿dónde está el cadáver de Eva Perón?

La historia se remonta a 1952, año de la muerte de Evita y sigue, como señalé, por el nefasto 1955, cuando la furia antiperonista produjo el sanguinario bombardeo a Plaza de Mayo y la caída de Perón, para perderse en los recodos de las décadas que siguieron. Moori Koening asume su oscuro protagonismo en varios momentos. Como Rodolfo Walsh, Eloy Martínez asigna al antiguo agente de la Inteligencia Militar el conocimiento del secreto de la tumba sin nombre, la tumba de Evita.

En la época en que Eloy Martínez escribió y publicó su novela, se conocía lo que había ocurrido con el secuestro del general Aramburu por parte del grupo guerrillero Montoneros que exigió a cambio de la vida del militar la devolución del cuerpo de Eva que permanecía enterrado en Milán. Hubo acuerdo y Perón pudo recibir en Madrid el cadáver de su esposa, gracias a la intervención de altos dignatarios de la Iglesia. Sin embargo, cuando Perón retornó del exilio y fue elegido presidente del país, el cuerpo de su compañera permanecía aun en España, por lo que Montoneros realizaron otra operación: secuestraron el cadáver de Aramburu y comunicaron que si no se traía a Evita a la Argentina, no devolverían los restos del general golpista. El gobierno de Isabel Perón aceptó la exigencia y, de ese modo, los restos mortales de Eva Perón pudieron regresar a la Argentina.

En un momento de la novela, Moori Koennig ordena a uno de sus subalternos que entierre el cadáver en la zona de Olivos. El lugar está descripto con detalles. Cuando lo leí, el asombro y el estupor de un descubrimiento me invadieron. Dice el texto:

Este cuadrado verde es una plaza -dicta el coronel como si hablara con un niño-. Acá, en la esquina, junto a la iglesia, hay un jardín enrejado, cubierto de pedregullo, de diez metros de ancho por seis de fondo. Está cubierto de tártagos, begonias, plantas de hojas carnosas. Ponga allí contra el muro, algo que parezca un cantero. Rodéelo con macetas o lo que sea. Haga que los soldados caven una fosa profunda. Disimúlela para que nadie pueda ver desde la calle.

Miré el jardín que tenía ante mis ojos a través de los vidrios. Era idéntico: el pedregullo, los canteros contra la pared, las macetas, los tártagos, las begonias y las plantas carosas… Entre los senderos saltaban algunos gorriones y un zorzal. Sí, un zorzal, en ese barrio céntrico de Buenos Aires.

El departamento de Moori Koening, en Santa Fe y Callao, estaba muy cerca del departamento de la calle Posadas. En el texto de Walsh la paranoia queda a la vista. En el texto de Eloy Martínez, se da por cierta la descripción del jardín. Pero, ¿por qué creer que ese jardín estaba en Olivos? ¿No es mejor pensar que Moori Koenig como buen paranoico dio una pista falsa para ocultar el lugar verdadero?

Pensé que por cierto el jardín del que habla estaba ante mis ojos en esa planta baja del edificio de la calle Posadas. Y que en realidad Evita estuvo enterrada allí. Era el lugar adecuado, ahí estaba el departamento de la familia. Nadie sospecharía…Moori Koenig mintió. No era en Olivos el famoso jardín, era en ese edificio de Recoleta. 

*Premio Casa de las Américas de Cuba de Novela, 1993.