CONTRATAPA

Mirar para arriba

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Ahí están todos, en la renovada sala del Consejo de Derechos Humanos y de la Alianza de Civilizaciones en la ONU, en Ginebra. Ahí están todos, mirando para arriba.

Porque eso es lo que toca y corresponde en tiempos de crisis: mirar para arriba, nunca para abajo. El tema de si es mejor mirar hacia atrás (para perderse en el ensueño de pasados esplendores) antes que mirar hacia adelante (temerosos de las sombras que, nos dijeron, no eran verdaderas pero parece que ahí están, entonando a coro la Cantata para Nuestra Señora de la Recesión) lo dejo ahí, porque no se trata de arruinarle el día a nadie.

DOS Ya ganó Obama y nada cambió demasiado. Ya consiguió Zapatero su sillita en Washington (en lo que se definió como “la victoria diplomática más importante en décadas” que, seguro, de no haberse logrado, jamás hubiera sido considerada como “la derrota diplomática más terrible en años”) y fue, habló y firmó un papel que no dice gran cosa. Lo que vale, parece, es que España salió “del rincón de la historia” y tiene ahora garantizado puesto en las sucesivas reuniones en las que se continuará “conversando constructivamente” mientras se espera el nuevo turno de posar para la foto. Y yo me pregunto –más barato, menos lío– si no convendría organizar todas estas fiestitas en Second Life. Allí, días atrás, una mujer británica sorprendió al avatar de su marido haciendo el amor con una prostituta virtual y, enseguida, le pidió el divorcio argumentando que “un engaño es siempre un engaño y que duele tanto como en el mundo real”. La británica se llama Amy Taylor, tiene 28 años, problemas de obesidad y en Second Life es Laura Skye: una disc-jockey con curvas de vértigo vestida como cow-girl fatal. Su marido, David Pollard, tiene 40 años, problemas de obesidad, y en Second Life es Dave Barmy: un tipo apuesto, millonario, con mansión en la colina y helicóptero de combate. Taylor y Pollard se conocieron chateando, se fueron a vivir juntos y, dicen, su boda en Second Life fue algo para alquilar balcones y pantallas. La otra boda, de este lado, fue un tanto más modesta: registro civil y a otra cosa. Ahora ya no sienten esa electricidad del principio.

TRES Aquí, todo es político y de la fatiga de materiales del gobernado que camina con la cabeza gacha mientras los gobernantes miran para arriba porque, en Ginebra, en el techo de la ONU local, se inaugura la polémica cúpula del artista mallorquín Miquel Barceló. Zapatero dice que es “la obra de nuestro genio contemporáneo”. Al rey le gusta. Si me preguntan a mí, que la veo por televisión, lo cierto es que todo el asunto me recuerda a una cruza de baticueva psicodélica con escenografía para Viaje al centro de la Tierra y, ya que estamos, alucinación neón-cromática de Second Life. Supongo que ahí, en vivo, el efecto de esas estalactitas de colores causará asombro y un poco de miedo ante la posibilidad de algún desprendimiento. Emociones útiles para funcionarios que se reúnen –uno de ellos dijo que veía allí “los colores de la libertad”, otro explicó que le hacía pensar “en la complejidad y las posibilidades de la globalización”– para discutir abstracciones como la paz en el mundo, el fin del hambre, la justicia universal y esas cosas. Pero –tengo que reconocerlo con cierta vergüenza y me disculpo pensando que la culpa no es mía sino del bombardeo informativo al que he sido sometido en los últimos días– miro todo eso y no puedo dejar de pensar en los 20.000.000 de euros que costó, en los 6.000.000 que se embolsa Barceló por haber manguereado los 35.000 kilos de pintura de colores contra ese techo de 1400 metros cuadrados, en los 15.000 euros que durante trece meses se pagaron por el alquiler de una villa con chef italiano mientras Barceló estuvo allí, haciendo lo suyo. Dinero que, dicen, salió de partidas dedicadas para la ayuda humanitaria (unos 500.000 euros) más 8.000.000 como aportación del gobierno español y los 12.000.000 restantes a cargo de una fundación en la que participan una quincena de empresas entre las que se cuentan Repsol, Telefónica y el Banco Santander. Presupuesto que, afirman, descarriló cuando patrocinadores privados decidieron borrarse por “los tiempos de crisis”. Alguien –vaya a saber cómo llegó a esa conclusión– aulló que hoy Miguel Angel cobraría unos 400.000 euros por toda la Capilla Sixtina y el Partido Popular calificó de inmoral toda la operación. Y cuando digo que no puedo dejar de pensar en el dinero no quiero decir que me parezca bien o mal gastado (o que no son tiempos para estas farras), sino que ya estoy cansado de pensar en el dinero y en no poder dejar de pensar en el dinero. ¿Habrá sido siempre así? ¿No hubo tiempo en que, además, se pensaba en otras cosas? Pero supongo que antes se pensaba en el oro, ¿no?

CUATRO Así que intento concentrarme en las explicaciones del autor. “Este espacio es un poco de ciencia ficción. Es como un Consejo Intergaláctico, con gentes e idiomas muy diferentes, con opiniones tan opuestas.” Y después dice algo sobre las cuevas marinas de Mallorca y comencé a marearme un poco (la misma sensación que me producía el ministro de Economía cuanto nos explicaba que la crisis no afectaría a España) y cambié de canal y de noticiero rápido. Y ahí estaba todo. First Life: los despidos masivos, Garzón que ahora se declara incompetente en la causa general contra los crímenes del franquismo, las insinuaciones de que el gobierno socialista suspendería momentáneamente sus medidas sobre el laicismo y el aborto porque ahora hay que ocuparse de la crisis, la nueva minipolémica por la colocación de una placa en el Congreso que honre la memoria de una monja canonizada de nombre –atención– sor María de las Maravillas de Jesús, el descenso de las ayudas humanitarias... y me puse a buscar como loco, de nuevo, alguna noticia sobre la cúpula de Barceló. La encontré rápido. Allí, el avatar de Barceló hablaba de “árboles, dunas, asnos, gentes multicolores... Escurriéndose gota a gota. Consumiéndose también. Todo esto puesto al revés es un mar, pero también es una cueva. La unión absoluta de contrarios” y concluía con “un mar agitado con fondo de agua con sus moradores; luego está el plano de la espuma revuelta en marejada; y al final, el reflejo, lo que está debajo, nosotros”. Y ahí me quedé y ahí estoy. Hundido hasta el cuello. Flotando. Consumiéndome. Viendo los colores.

Ah, sí: feliz cumpleaños, Mickey Mouse.

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