Martes, 3 de marzo de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Son ya varios los días transcurridos desde el San Valentín S&M de Rodríguez (más M que S: fue a ver 50 sombras de Grey), pero no puede dejar de pensar en el amor. En lo que, según el divino comediante, muove il sole e l’altre stelle. Eso que suele terminar eclipsado o en catástrofe cósmica o emitiendo la luz de estrellas muertas; cuando ya no sucede nada ni ahí arriba ni aquí abajo y, mucho menos, al costado, en la cama.
DOS La cosa viene –muy Christian Grey– de lazos y de sogas y de látigos. Y, sobre todo, de nudos que ponen a prueba al más viejo marino o al más joven boyscout. “Tie the knot” o “echar el lazo”, le dicen en inglés a casarse. Y esa alianza en el dedo no es más que la versión permanente del atarse un hilo al dedo para no olvidar nunca que uno/una ya ha sido encadenado. Antes de todo eso, el clímax de por qué hacerlo, cómo se produce y para qué sirve una de las reacciones químico/psicológicas más impredecibles donde –más allá de tantas promesas pronunciadas y tantos papeles firmados– nada es firme y siempre se camina sobre arenas movedizas o hielo delgado. Allí, los roles se alteran y se intercambian y nada ni nadie suelen permanecer por mucho tiempo en su sito. Ejemplo: la gran hazaña del nuevo gobierno griego ha sido, sin dudas, la de proponer y presentar al primer ministro de Economía de la Historia Universal –el muy 300 Yanis Varufakis– con look sexy y cool en un métier de gárgolas usureras que se frotan las manitas y hablan con vocecita aguda. La esposa y la hija de Rodríguez lo amaban sin reparos. Y no dejaban de seguir su blog y de alabar su moto y su mochila y su elegancia casi batmaniana para vestir de negro y su tendencia a compararse con Odiseo. Ahora bien, Varufakis no demoró en pasar de dominatrix a sumiso cuando le demostraron cómo funciona –algo que suena tanto a instrumento penetrador– la Troika. Y ya fue, ya pasó. Y, sí, siempre será, a partir de ahora, un dulce y breve recuerdo. Y, por supuesto, un buen amigo.
TRES Echar el lazo, sí; y Rodríguez ha leído una reciente biografía de William Moulton Marston. ¿Quién fue Marston? Marston fue el creador de una heroína de comic (próxima a volver a la gran pantalla entrometiéndose en el duelo entre Clark Kent y Bruce Wayne); y en The Secret History of Wonder Woman, de Jill Lepore, se remonta su saga. Marston creó a la amazona con dos pechos, sí. Pero también fue un gran defensor del bondage, bígamo convencido e inventor del detector de mentiras: de ahí el “lazo de la verdad” con el que la princesa Diana de Themyscira, embutida en su trajecito patriótico, arreaba a villanos y los obligaba a contarlo todo. Marston, también, era un dedicado farsante y un inconformista casi patológico; pero no mentía cuando pensaba –como esos Masters & Johnson en Masters of Sex, siempre dispuestos a llevar sus teorías verticales a la práctica horizontal– que en la medición precisa de las pulsaciones amorosas estaba la posibilidad de comprenderlo todo, de iluminar los rincones más oscuros de la mente y del cuerpo. Eso que ni siquiera todos esos millones de Christian Grey –y su habitación roja decorada con lo que, en el desatado ambiente de lo atado, se conoce como “amarres de amor”– pueden comprar. Aunque, claro, ayuden a la hora de adquirirse una Anastasia Steele más bien barata y en cómodas cuotas. Ah, el romanticismo...
CUATRO Y San Valentín es el santo patrón de los enamorados. Rodríguez no tiene idea de dónde salen o vienen su aureola y alitas; pero seguro que lo decapitaron o quemaron o crucificaron cabeza abajo o, sí, flecharon de manera nada amorosa. Alguien comentó que era un loco que insistió en seguir casando jóvenes aunque el emperador de turno lo prohibiese porque “debilitaba la moral y el coraje de los soldados” o algo así. Quién sabe. ¿Y conoce alguien si hay un santo patrón de los divorciados que vuelven, envejecidos, a la casita de los viejos? ¿O un angelito para los adolescentes con el corazón hecho pedazos y los ojos llenos de angelitas de Victoria’s Secret? ¿San Tuario para los primeros y San Grante para los segundos? Tampoco se sabe qué es eso que desencadena la pasión amorosa. Y no hay temporada en que no se añadan apuntes científicos al enigma: la situación del Big Bang en el llamado núcleo accumens del cerebro, justo detrás de los ojos; el aumento de neurotransmisores dopamina y serotonina que también se consigue comiendo chocolate; las flexiones de las hormonas oxitocina y vasopresina; una determinada reacción físico-química que te hace más proclive a la monogamia (o no), y hasta la menor llegada de oxígeno al cerebro impidiendo pensar con precisión y lógica y ya saben... Pero, a la hora de la verdad y del sí quiero, está claro que seguimos tocando de oído y, a menudo, más bien desafinado.
El último “hallazgo” sobre cómo anudarse –leyó Rodríguez– fue ese experimento sobre el que, el 9 de enero pasado, reportó Mandy Len Catron en The New York Times. Sentarte frente a un desconocido en laboratorio y cuestionario de 36 preguntas diseñado por un tal Dr. Aron. Y mirarse a los ojos y, presto, ya estás enamorado y envuelto para regalo con moño, versión amable de algo que no deja de ser un nudo. Las visitas al artículo en el blog del periódico sumaron, en una semana, 5,2 millones de lectores y fue compartido 365.000 veces en Facebook y 14.000 en Twitter (aquí: http://verne.elpais.com/verne/2015/01/21/articulo/1421856772_939357.html ). Y ya saben cómo sigue: mientras ustedes leen esto, en algún lugar hay gente contemplándose sin pestañear y arrojándose sogas del tipo 25. Di tres frases usando el pronombre “nosotros”. Por ejemplo, “nosotros estamos en esta habitación sintiendo...”; o 31. Cuéntale a tu interlocutor algo que ya te guste de él. En The New Yorker, Susanna Wolff replicó, graciosa, con sus 36 preguntas para desenamorarse (aquí: http://www.newyorker.com/maga zine/2015/01/26/fall-love). Las favoritas de Rodríguez son 6. Honestamente: ¿quién de nosotros dos preferirías que muriera primero?; 7. Así que quieres que sea yo quien se convierta en una carga para nuestros hijos y después muera a solas; 16. ¿Cuál es tu recuerdo más precioso? No, yo estuve allí y no sucedió de ese modo; 23. ¿Qué quieres que veamos en TV hoy a la noche?; 24. ¿De verdad que vas a volver a quedarte dormido en la mitad del episodio?; 35. Dile a tu pareja algo que te guste de ella. Intenta pensar en algo. Cualquier cosa.
Je Je. ¿Je?
Y así, amantes del amor, llegamos al final de la entrega de esta semana. Grey & Steele, Varufakis, Wonder Woman, Dr. Aron y, según Philip K. Dick, en algún lugar pliegue del espacio-tiempo, un Valentín aún non-sancto sigue casando a escondidas a rígidos legionarios con supuestas vestales.
37. ¿Vas a hacer/te las preguntas para enamorarse o desenamorarse que se enumeran en esta contratapa?
Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez, enredado, se dice que mejor no formular preguntas vagas y relajadas, porque es posible que se conviertan en tensas y exactas respuestas. Respuestas que, más que atar a muñecas inflamables, acaban apretando como sogas el propio cuello.
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