CONTRATAPA

Homo Cercano

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Me lo pregunté yo una vez y ahora –para eso sirve la escritura, para de tanto en tanto escribir cerca y acerca de uno pero con otra voz– hago que se lo responda Rodríguez, con mis palabras exactas. ¿Por qué es que uno va a ver la nueva película de James Bond? Respuesta: uno va a ver la nueva película de James Bond porque fue a ver la anterior película de Bond y porque irá a ver la próxima película de James Bond. Sin importar actor o director. Bond es Bond. Bond abriga y refresca, pega más y mejor que Suprabond. Bond es como esos otros héroes de la clase trabajadora inglesa y producto de importación universal Made in the UK: The Beatles. Rodríguez va a ver la nueva “de Bond” y a la salida se compra 1+, el nuevo de The Beatles –el mismo 1 que se compró Rodríguez y que me compré yo en el 2000– pero ahora con recopilación de videoclips restaurados y no: The Beatles nunca grabaron single bondiano; pero Paul McCartney sí y fue una de las mejores bond-songs de la historia: “Live and Let Die”. La canción que abre Spectre, en cambio, es horrible. Nada que ver con la maravilla que Adele grabó para la anterior, para la maravillosa Skyfall donde la franchise llegó a lo más alto fundiendo dos grandes tradiciones británicas: el thriller de espías con el gótico victoriano. Allí, Bond y el monstruoso Raoul Silva (cuyo auténtico apellido era, digámoslo, Rodríguez) se batían a duelo –sin quedar muy claro quién era Heatcliff o Rochester o la criatura de Frankenstein– en las cumbres borrascosas de una antigua mansión familiar nada high-tech. En Spectre, en cambio, se retorna a esa superguarida en lugar absurdo (cráter meteórico) que se sabe no demorará en volar por los aires y que no tiene ninguna razón de ser en tiempos en los que puedes dominar al mundo sentado en el inodoro de tu baño con un iPad en las rodillas. Decirlo: la caínabelesca Spectre no es tan buena como la edípica Skyfall y se siente algo cansada y distraída. Como si Daniel Craig & Sam Mendes hubiesen ofrecido todo lo que tenían para dar y estén arreglando la entrega de llaves. Los que se van son ellos, se entiende. Porque, seguro, entrando por la derecha de la pantalla, dentro de un círculo, Bond va a volver a sacar su revólver y disparar sobre nosotros al principio de la próxima de Bond.

DOS Aunque, claro, Bond tiene cada vez más competencia: Jason Bourne y Jack “24” Bauer (mismas iniciales) y Ethan “Misión: Imposible” Hunt han abducido buena parte de sus recursos y la reciente y paródica y homenajeante Kingsman ya no duda en considerarlo un artefacto vintage sino démodé. En sus propias películas, incluso, todo el tiempo se habla de pasarlo a retiro por ya no dar la talla en un paisaje de drones y hackers. Y, si se quiere algo nostálgico pero innovador, ahí está la serie de tv The Americans como mix de los Johns Le Carré y Updike. Spectre, entonces, luce conservadora y previsible y déjà-vu (esas persecuciones en auto que seguro excitan a Benzema, ese urso asesino, la martinistica chaqueta blanca, la máquina torturadora, la necesidad de creer a ciegas que el Reino Unido continúa siendo decisivo dentro del orden mundial y de ahí el que la Reina no se pierda un estreno bondiano como si se tratase de fecha patria) y le sobra un helicóptero y Christoph Waltz ya cansa un poquito como villano demasiado parecido a José Mourinho pero mucho menos enervante. Alguien como George Clooney o Jeff Bridges o –por qué no si ya se habla de la posibilidad de un futuro Bond “de color”– Meryl Streep hubiesen sido un Blofeld/Oberhauser tanto mejor a la hora de acariciar níveo y persa gato de angora. Pero, aún así, la magia permanece (el joven Q en plan mini Cumberbatch sigue siendo un hallazgo); por fin conocemos el pisito de Bond (como de recién mudado o a punto de mudarse); está ese impactante comienzo en el DF mexicano (los agentes de viajes se verán en problemas al informar que la celebración del Día de los Muertos no es tan espectacular además de explicar que allí te pueden pasar cosas mucho más terribles que el que se te venga un edificio encima); y vuelve a resplandecer el encanto de aquel a quien Ian Fleming creó a su más que sublimada imagen y semejanza. Aquella vieja magia technicolor que, en realidad, se nos proyecta en el blanco y negro de los sueños imposibles: Bond como entidad mitológica y el saber que todo es mentira, que es imposible que un hombre aguante tantos golpes y que conquiste a tantas mujeres, pero aun así... Y es que Fleming lo tuvo claro desde el principio: no importa que algo sea increíble; lo importante es creer en ese algo primero y, después, hacer que se lo crea el resto del mundo. Y el mundo cree más en el ficticio Bond que en cualquiera de esos políticos imposibles pero ciertos que andan dando vueltas por ahí. Y a los que les gusta mucho reunirse en mesas largas para buscarle la quinta pata a todo pero, en realidad, tanto más preocupados porque no les quiten su silla o su sillón o su trono.

TRES Y, sí, la secuencia más encantadora de Spectre es, también, una de las menos espectaculares. Una confidencial cumbre subterránea y criminal de la Special Executive for Counter-Intelligence, Terrorism, Revenge and Extortion en palazzo romano al que se accede (en tiempos de chip y scanners retinales) con sólo mostrar un anillito al dedo con pulpito grabado. Allí están todos rindiendo y haciendo cuentas, desglosando cifras de negociados farmacéuticos o de tráficos de seres humanos. Inevitable para Rodríguez encimar esa postal a la de fiestitas del FMI, Mercosures, OTAN, y tantas otras siglas sigilosas y surtidas. Y –mientras no hay organización de inteligencia que no alerte de inminentes megaatentados de ISIS en territorio europeo– a Rodríguez lo remite a las últimos rejuntes y plenos vacíos de sentido y desconectados y desconectantes del Parlament catalán para buscar salida o entrada. Allí, la desunida Junts pel Sí (marche logo con algún marisco mediterráneo). Y Artur Mas con look de 000 y sonrisa de malo de Anacleto, Agente Secreto. Y, en la sombra, Jordi Pujol como la versión Blofeld de un Donald Pleasence a cuya historieta le pasó por encima el camión de la Historia y los autos de luxe de su hijo (ningún Aston Martin) comprados con dinero turbio. Y en la sede central, el grisáceo Rajoy con caracol en su anillo (en comparación, el opaco pero funcional y nada emotivo ni emoticón George Smiley es como Gene Kelly cantando bajo la lluvia) esperando a que pase algo y a que pase todo. Mientras Albert Rivera se propone como su recambio con la sonrisa rebosante de gadgets y Sánchez & Iglesias no pueden sino sentirse como esos secundarios desventurados al que matan al principio o a mitad de aventura.

Y, claro, dove Spectre –su cónclave ubicado junto a un Vaticano cada vez más pecador y tentacular con la bendición del Spectre Santo– a nadie se le ocurre sacarse una selfie en grupo para después colgarla en Internet a la espera de Likes y Comments.

Y que sea lo que Bond quiera, porque Bond siempre fue independiente de verdad.

Pero –lo sabemos por el final de Spectre– Bond ahora queda y está y se fue lejos.

Hasta que Bond vuelva.

All You Need is Bond.

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