DEPORTES › OPINION

Lavezzi, ese objeto del deseo

 Por Carolina Spataro y
Carolina Justo von Lurzer *

Mientras una de nosotras comentaba por teléfono el partido de Argentina-Nigeria con una amiga –”está fuerte Lavezzi, ¿no?”–, la otra posteaba en Facebook una evaluación del encuentro deportivo apenas finalizado –”No quiero tener más hijos... salvo que se apelliden Lavezzi”–. Esta casual coincidencia se multiplicó al infinito en las redes, que en pocas horas no sólo se plagaron de fotos en diferentes poses de este jugador del que hasta entonces el Mundial no se había pronunciado en demasía, sino que se crearon movidas colectivas como la página “Movimiento para que el Pocho Lavezzi juegue sin camiseta”, con ¡152.000 me gusta!, o la más reciente “Agrupación de Mamis Pochistas Hasta La Victoria”.

Comentarios del tipo “te doy hasta que el Indio admita que sí lo soñó”, “te doy contra el ropero hasta que entremos a Narnia” son sólo algunos de los muchos que aparecieron en esos sitios. Inteligencia y sentido del humor al servicio de la cosificación de Lavezzi, ¿qué tal?, ¿cosificación? Sí, llamémosle cosificación, al menos provisoriamente. De un tiempo a esta parte, en espacios académicos y políticos, se denuncia con ímpetu que las industrias culturales cosifican a las mujeres, es decir, las convierten en objetos para ser mirados y deseados por otro, fragmentan y resaltan partes de sus cuerpos en detrimentos de otros, reducen su existencia a la mera corporalidad. La denuncia se funda en que esa objectificación es, siempre, un ejercicio de violencia.

Pero ¡ups!, esta vez fuimos nosotras las que recortamos los pectorales de Lavezzi, sus brazos, su espalda, su bajo vientre, admiramos su belleza, erotizamos su figura, enunciamos frases de “alto voltaje”, separamos sus atributos físicos del resto de su personalidad y existencia y de su performance deportiva, que no entró ni por asomo en el debate, salvo en los comentarios de varones que no sabían cómo hacer para meter bocadillo en el asunto. Porque, claro, no iban a quedar afuera de esta sororidad virtual del deseo por Lavezzi que se estaba conformando con tanta rapidez. ¿Qué hacen?, ¿están todas locas? Empezaron a intervenir tímidas, pero insistentemente con argumentos deslegitimadores del Dios de los tatuajes que estábamos construyendo entre todas, en especial, un latiguillo que nos alertaba sobre la posibilidad de que el príncipe se volviera sapo: ¡¡¡antes era feo!!!, gritaban desde la tribuna visitante y nosotras, con gesto displicente, les recordábamos que nuestro “deseo de Lavezzi” es en presente, como el deseo, bah.

La inversión de roles que culturalmente parecen bastante estancos –varón cosificador/mujer cosificada– puso sobre la pantalla varias preguntas: ¿qué sucede cuando las mujeres decimos lo que nos parece atractivo, cuando hacemos públicos nuestros placeres estéticos y eróticos?, ¿qué les pasa a los varones con este aluvión de manifestaciones en las redes?, ¿dónde queda la denuncia políticamente correcta sobre la cosificación? En definitiva, ¿qué sucede con la coherencia?

En varios posteos de Facebook podían leerse reclamos escritos por varones del tipo: “¿por qué cuando miramos tetas y culos en TV nos acusan de convertir el cuerpo femenino en objeto de consumo, pero mirarle el lomo a Lavezzi es re cool? ¿No es la misma estrategia de mercado más allá de los géneros? (Dicho esto, quede claro que no me opongo a que cada uno mire las tetas, culos y lomos que le interese... pero bueno, sólo un poco de coherencia)”. Varones que nos piden coherencia. O sea, ellos corriéndonos por izquierda. Algo así como “si decís que no hay que cosificar no cosifiques”. O, en estilos menos reflexivos y más pulsionales, venganzas simbólicas dedicadas a la preciosa novia de Lavezzi: si ustedes lo cosifican a él nosotros la cosificamos a ella. Como si hubiera que garantizar que la cosificación no vaya a quedar en manos de estas ladronas del placer, porque nos estábamos robando por un rato el espacio-tiempo del piropo, de la calentura dicha a los cuatro vientos, de la socialización de las ganas de morderle el hombro a lo Suárez que teníamos muchas.

Lo que esta situación pone en juego es el modo contradictorio y complejo en el que se cruzan la cultura de masas con las cuestiones vinculadas a géneros y sexualidades. La cosificación como una especie de ejercicio de sinécdoque, en donde tomamos una parte por el todo, ¿es siempre un gesto de violencia? O, más bien, los modos en que se manifiestan los placeres estéticos y eróticos –incluso aquellos massmediatizados– ¿sólo pueden ser evaluados a través del prisma de la violencia? O pueden pensarse otras dimensiones de esos placeres no sólo de quién mira, sino de quién se muestra.

No, no. No estamos pretendiendo equiparar los efectos de los miles de comentarios e imágenes desplegados en las redes sociales en 24 horas con una tradición que en los medios masivos lleva ya algunas décadas. Mucho menos su impacto. Sin embargo, esta explosión mundialista nos permite hacernos algunos cuestionamientos: ¿debemos denunciar los culos y las tetas que aparecen en objetos de la cultura masiva, porque lo que hay allí es sólo y siempre reproducción del patriarcado? O podríamos pedir más bien una distribución más equitativa de culos, tetas, pitos, hombros, abdominales, orejas, dedos gordos de los pies. El debate es arduo y levanta calientes discusiones. No es ánimo de estas líneas simplificarlas ni darlas por saldadas. Todo lo contrario, lo que buscan es simplemente presionar a Sabella para que ponga otra vez a Lavezzi en la cancha. Pero claro, esta vez, sin camiseta y con el único y puro objetivo de observar qué sentidos sobre géneros y sexualidades se despliegan a través de su figura. ¿Por qué si no?

* Doctoras en Ciencias Sociales (UBA), Docentes en la carrera de Comunicación y coordinadoras del Area de Comunicación, Géneros y Sexualidades (FSOC-UBA).

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