DEPORTES

DIARIO DE VIAJE

Por J. J. P.

Los trenes alemanes no dejan de sorprender. Casi siempre salen a horario, casi siempre llegan a horario, casi siempre llevan vagones de más por lo que no se hace necesario reservar, casi siempre desarrollan velocidades superiores a los 250 kilómetros por lo que se puede llegar al toque a cualquier lado, casi siempre son muy, muy limpios, casi siempre lo hacen sentir a uno muy seguro. Casi siempre. Casi.

Volvemos de Gelsenkirchen después de compartir la cena larga sobremesa incluida con toda la banda de Clarín y La Nación. A las 2.05 debemos partir. Son 550 kilómetros en trenes medio lecheros con un par de trasbordos. Llegaremos a las 8.21. Pero está todo bien. Después de los seis goles a los serbios nada puede estar mal. El primer tren es un local que en 10 minutos nos llevará a Essen. Debe salir del andén 3, pero en el andén 4 a la misma hora hay otro tren que también lleva un cartelito que menciona a Essen sobre un costado. La comitiva –Quiroguita, de Clarín, el colega de Bahía Blanca Néstor Avila y nosotros– delibera y decide montarse. La primera combinación está prevista para las 2.24. Subimos. El vagón va vacío. Está sucio. En el suelo, una banana, tres latas de cerveza, una botella de vino, diarios desarmados, una mugre, vea. Va despacito el tren, muuuy despacito. Llega a la primera estación a las 2.14. Empezamos a desconfiar. ¿Estamos en el tren correcto? ¿Estamos en Alemania? A la segunda estación –no era Essen– llegamos a las 2.25, perdimos la combinación y se presume que pueden pasar más cosas malas. Apenas salimos, el tren se frena en el medio de la nada. Miramos por la ventanilla y sólo se ve una pesada niebla. Hay un cuento del chileno Sepúlveda, del libro Desencuentros, la historia de un tren que va de Chile a Bolivia que se queda parado en el medio de la nada. En el cuento también hay un clima nebuloso. El maquinista y el guarda bajan a ver qué pasa. Llevan linternas cuya luz no puede atravesar la niebla. Ellos conocen muy bien el camino y saben que no hay ningún puente, pero están parados sobre una especie de puente o algo así. Están aterrorizados. Tiran una moneda al piso esperando escuchar el ruido, pero la moneda no cae nunca. ¿Dónde están? Un rato más tarde uno de los pasajeros rescata una pequeña radio portátil de un bolso y todos escuchan el noticiero que informa sobre un “el fatal accidente del tren que...”

Je. Dentro del tren alemán parado en la nada no era un buen momento para recordar el cuentito por las cosas que dicen los otros. A uno lo salva (de los otros y de la incertidumbre propia) que un par de minutos más tarde el tren sigue su ruta y en la estación siguiente nos bajamos. Greco le pregunta a un borracho (es lo que hay). Dice que hay que correr, porque del otro lado de las vías está por partir otro tren que nos llevará a Nuremberg por otro camino y sin trasbordos. Al final llegamos a Nuremberg a las 8 y diez, un poco antes de lo que debió ser con el tren original. Lo que se dice un milagro alemán.

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