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El sueño de los héroes

 Por Mario Wainfeld

En un trance complicado de un partido que tuvo demasiados, Javier Mascherano sale jugando desde su defensa con pelota dominada. Levanta la cabeza, tiene panorama para hacer un buen pase y generar una pausa en el asedio. A sus espaldas viene corriendo un mexicano con pinches intenciones de birlarle el balón, aprovechando que el gran capitán no tiene ojos en la espalda. En la casa del cronista, en la que se agolpan trece plateístas, no menos de ocho previenen a Mascherano, mayormente a voz en cuello. El hombre se percata y resuelve bien. El cronista no es quién para descifrar si el grito masivo llegó a sus oídos o a su inconsciente a miles de kilómetros de distancia. Sospecha que sí, pero carece de pruebas científicas contundentes. Eso sí: Página/12 está en condiciones de asegurar que el clamor fue proferido por millones de ciudadanos argentinos, a través de la amplia geografía nacional, en un mismo segundo. Esa unanimidad (o por la parte baja, esa mayoría coral) convivió los goles, alguna seguidilla de corners a favor del rival, o los instantes en que Diego Maradona contestó una pregunta en su peculiar italiano, gastando a los que dicen que no sabe “un cazzo” del rol de técnico.

Sesenta y cinco puntos de rating hubo días atrás, ayer habrá sido igual o algo más. Los números fríos dicen que son cien mil espectadores por punto. Escéptico de los sondeos, el cronista olfatea que había más millones frente a la tele, respirando, gozando y sufriendo al unísono. En su hogar, sin ir más lejos, no regía la conservadora marca de cuatro espectadores que usan las sospechadas consultoras.

La previa también expresa a una comunidad. Una reunión entre argentinos no es tal si no hay comida para compartir. Enzo Francescoli y Diego Latorre discuten amablemente al aire si está para almorzar asado o unas pastas. La cavilación también habrá atravesado hogares muy variados. El Mundial es una época de experiencias comunitarias convividas on line.

Hay un lugar común que el cronista comparte en sus intenciones, aquel que predica no entonar los himnos nacionales antes de los partidos, para no mezclar los tantos. Se impone una lectura revisionista de ese planteo: ese momento identitario justifica el Himno y los colores patrios, a condición de desmilitarizarlos y “culturizarlos”. Una nación es un conjunto de personas que comparten prácticas, imaginarios, saberes, culturas, costumbres, algunas memorias, eventualmente una lengua. Los símbolos sintetizan su identidad y sus, exóticos, momentos de consenso extendido. La canción patria viene a cuento cuando tantos deciden agasajarse de modo similar, cuando tantos vibran en paralelo. Si se despoja a la bandera de su mensaje excluyente, si se le saca el sol de la “enseña de guerra”, si se entiende el Himno como la condensación del Preámbulo que equipara a “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, es casi de cajón que formen parte de ese episodio. Breve, no fundacional, aunque siempre emotivo y a veces gozoso.

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Carlos Tevez fue la figura del partido, dejando bastante atrás a Lionel Messi, que demuestra dotes únicas a cada rato pero que sigue con la maldición gitana de no embocar un gol. Da gusto escuchar a Tevez en las conferencias de prensa porque rehúye el casete, ayer sinceró que no le gustó salir de la cancha. Es simpático también verlo entrar a la cancha. La liturgia dibujada por los medios acompaña a los jugadores con pibitos sudafricanos. Las cámaras no les prestan mucha atención, optan por mostrar una escena bien mediática: la del referí agarrando la diabólica pelota que está ahí, en primer plano. Sin embargo, las instantáneas de esa entrada son instructivas. La mayoría de los jugadores lleva de la mano a los pibes de modo distraído. Tevez los abraza, pasando su brazo por encima de los hombros del chico, trasfundiendo calidez a una criatura regocijada de entrar a un estadio. Su gesto afectivo corporiza que intuye que, como él, es un pibe criado en barrios populares. Tevez sigue siéndolo, cuando se franquea frente a un micrófono o una cámara que le tiende celadas. O cuando juega a la pelota, reo y solidario como el que más.

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Como en un videogame, la Selección afronta desafíos mayores cada vez que pasa de pantalla. México es más que los rivales de la ronda inicial, Alemania más que todos juntos. Argentina versus Alemania es un clásico mundialista. Desde 1950, sólo se repitieron dos finales: entre Brasil–Italia y entre esos dos equipos. También se cruzaron en la primera ronda de Londres ’66 (empataron y se clasificaron los dos) y en Alemania 2006, cuando nos dejaron afuera. La sucesión de octavos con México y cuartos con Alemania se repite como un calco y sugiere a este cronista el título de esta columna, en asociación libérrima. El sueño de los héroes es, a su ver, la más bella novela de Adolfo Bioy Casares, y no es poco decir. Su argumento es difícil de contar y, para colmo, se lo simplificará al servicio de este relato. El protagonista, Emilio Gauna, vive un carnaval de ensueño, aunque en una noche extraña cree no haber estado a la altura de su hombría y haber sido flojo. El destino, o lo que sea, le da la oportunidad de repetir esa noche. La celeste y blanca, que cuatro años atrás perdió un partido definitorio sin perderlo (empate y definición por penales) tendrá revancha, la chance de mejorar su pasado, de purgarlo. Es peliagudo, Alemania viene en ascenso, aunque siempre fue un rival al que se le pudo “hacer partido”.

En 2006, la cifra de la derrota (según el relato construido por el imaginario colectivo) fincó en no dejar entrar a Messi. Los contrafactuales no pueden corroborarse pero en una remake pueden rectificarse. Ahora sí que estará Messi, mejor rodeado que entonces, con grandes goleadores de las ligas europeas.

Las tertulias de la semana, otra instancia comunitaria y plena de coincidencias en temáticas y obsesiones, discurrirán acerca de cómo formarle el equipo a Maradona. Para aportar su granito de arena, el cronista supone que a un equipo rebosante de jugadores concentrados, de gran corazón y con un tremendo poder de gol le falta a veces pausa y raciocinio. Juan Sebastián Verón y eventualmente Bolatti o Pastore son los que pueden agregar cerebro y, en el caso de la Brujita, autoridad.

La vigilia será larga y tensa, hasta el sábado. En su ínterin, llegará al recinto del Congreso la reforma al Consejo de la Magistratura, se cobrará otra mensualidad de la Asignación Universal, oficialismo y oposición cruzarán diatribas, avanzarán los análisis de ADN más polémicos de la historia nacional. En Europa zozobrarán “los mercados” y el G-20 dirá lo que tiene que decir. Las sociedades seguirán en vilo, conflictivas y dialécticas. Para el sábado cabrá decidir entre medialunas o sanguchitos (opciones no excluyentes). La fiesta seguirá su curso, distrayendo sin alterar variables sustanciales. Vale la pena disfrutarla, mientras dure la buena racha y a la espera de los goles de Lio que (esperemos a coro) ya van a venir. Ruda macho ahí, por favor.

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