ECONOMíA › OPINION

Correr el arco

 Por Alfredo Zaiat

La asamblea anual conjunta del FMI y el Banco Mundial que acaba de terminar en Washington ha sido un oportuno recordatorio a no pocos desmemoriados. Pasan las crisis, fracasos estrepitosos, pronósticos fallidos y la mediocridad de su tecnoburocracia acosadora y el Fondo sigue igual. Sin cambios, más allá de maquillajes discursivos, en sus concepciones, propuestas económicas y en su estrategia política. La nota descalificadora a las estadísticas públicas incorporada a pie de página en su reporte sobre Argentina, al tiempo que una misión técnica trabaja con el Indec para asesorar en la confección de un nuevo índice de precios al consumidor a nivel nacional, evoca el tradicional comportamiento del Fondo: luego de obtener una concesión, exigir siempre más. En jerga futbolera, eso se conoce como correr el arco.

Después del estropicio que causaron en la economía sus créditos condicionados de revisión trimestral, Argentina decidió cancelar la totalidad de la deuda con el Fondo y resistir la auditoría anual sobre su economía, evaluación conocida como Artículo IV. Ante la crisis de credibilidad del Indec generada por la propia gestión kirchnerista, el Gobierno aceptó la intervención del FMI en esa sola cuestión para neutralizar críticas internas y no quedar descolocado frente a observaciones de países del G-20, que integra como miembro pleno. Realizada esa concesión, el FMI endureció las críticas. Es lo que mejor sabe hacer cuando se le brinda el espacio, aunque sea mínimo, de desplegar su práctica política de buscar subordinar a países, como era habitual en la década del noventa con los países latinoamericanos endeudados, entre ellos Argentina.

Hasta la invitación a técnicos del Fondo para asesorar al Indec, el escueto comentario en el panorama económico mundial (World Economic Outlook) de los últimos tres años era que “analistas privados estiman que el índice de precios al consumidor ha sido considerablemente mayor”. Acordada una misión técnica, mientras transcurre esa cooperación, la nota a pie de página en el capítulo sobre la economía argentina subió de tono. Se advierte que “hasta que la calidad de los datos no haya mejorado, el staff del FMI usará también medidas alternativas de PBI e inflación para la supervisión macroeconómica”. La diferencia entre una y otra aclaración es sustancial. En la primera, sólo se consigna la existencia de otras mediciones que difieren de las oficiales, mientras que en la última se adelanta que el Fondo utilizará las estadísticas de consultoras privadas.

Esa decisión tiene un evidente componente político, con escasa preocupación por la calidad de las estadísticas más allá de la inquietud intelectual del staff técnico del FMI que dedica su tiempo a elaborar un manual de metodología para los países integrantes del organismo. Ese factor político queda en evidencia cuando la producción del Indec la ubica en un plano de equivalencia con las cifras elaboradas por economistas de la city. Es una desproporción conceptual sobre estadísticas en términos técnicos. El problema con el índice de precios al consumidor del Indec es motivo de debate y cuestionamientos de sectores de la oposición y cercanos al oficialismo. Esa necesaria crítica adquirió en Argentina un estadio superior por varios factores, desde políticos partidarios, pasando por internas gremiales hasta económico-financieros, y ahora también judiciales.

Las observaciones sobre la credibilidad de las estadísticas públicas son habituales en muchos países, hasta en Estados Unidos. Resulta un interesante ejercicio recorrer el sitio web del economista John Williams, Shadow Government Statistics, donde se informa sobre la insuficiente calidad de las estadísticas estadounidenses, ofreciendo cifras recalculadas de índices de precios, de empleo y de producción que difieren sustancialmente de las oficiales, siempre con saldos más inquietantes para la población. Expone y analiza las fallas de las estadísticas elaboradas por dependencias públicas, señalando además que en varias ocasiones fueron manipuladas por diferentes gobiernos. Es difícil imaginar que el Fondo Monetario mencione en informes sobre la economía de Estados Unidos la producción de Williams. Situación similar se registra en otras economías desarrolladas y potencias emergentes.

Con el caso argentino y el FMI intervienen otras cuestiones en un vínculo que adquirió niveles promiscuos en los noventa. La reacción ahora de castigar por el lado de las estadísticas cuando se abrió una ventana de diálogo luego de años de una relación congelada tiene que ver con la histórica estrategia del Fondo, que hoy está padeciendo Grecia. Ningún ajuste es suficiente para la devastada economía del pobre país del Mediterráneo. Siempre le piden más. Es una conducta previsible teniendo en cuenta antecedentes históricos de un organismo financiero internacional desprestigiado, rescatado del ostracismo por las potencias económicas al estallar la crisis de la subprime en Estados Unidos.

Ese comportamiento de desplazar el umbral de acuerdos tiene un aceitado circuito de funcionamiento con una inestimable colaboración en el ámbito local. Primero desembarca en el país la misión de técnicos expresando la buena voluntad de cooperar con el Gobierno, luego de los encuentros formales con funcionarios comienza el recorrido de consultas con economistas y empresarios de vertiente neoliberal, para terminar con un comunicado de convivencia con las autoridades. Al mismo tiempo, trascienden por los medios conservadores sus críticas ortodoxas, para culminar con un informe crítico del staff del FMI, que a la vez es también amplificado por esos canales de comunicación con la advertencia de que esa evaluación no es nada bueno para la economía del país. En esa instancia, las autoridades políticas del Fondo expresarán públicamente su vocación de mantener un fluido canal de diálogo con el Gobierno, en paralelo a la difusión de esos documentos censurando ya sea las estadísticas o la propia política económica. Así funciona el Fondo en su búsqueda de la subordinación política, primero, y económica, después, a sus dictados que responden a los intereses del establishment local e internacional.

Esta reedición de la experiencia con el Fondo Monetario es oportuna en un momento en que algunos sectores evalúan como conveniente volver al mercado voluntario de crédito para financiar parte de los vencimientos de deuda del año próximo. El sistema financiero internacional es aún más brutal en esa estrategia de seducción para luego presionar con todo rigor para la aplicación de postulados de la ortodoxia económica.

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