ECONOMíA › LO MANEJAN ONGS, DA PRESTAMOS PRODUCTIVOS PEQUEÑOS

El banco de la buena fe

No tiene sucursales ni pide garantías y presta de 300 a 2000 pesos para microemprendimientos. Son fondos públicos manejados a través de ONGs.

 Por Laura Vales

Inspirado en el sistema del economista Muhammad Yunus, en la Argentina está funcionando el Banco de la Buena Fe, que otorga pequeños préstamos a muy bajo interés, con la confianza como única garantía. Los créditos se entregan a desocupados que quieren iniciar un emprendimiento productivo. Desde que se puso en marcha el sistema, a principios del año pasado, se otorgaron créditos a 160 mil personas. Están financiados por el Estado, que quiere extender la cartera de clientes al medio millón durante este año.
El banco no tiene sucursales ni empleados, ni sigue una lógica financiera. En realidad, lo de “Banco de la Buena Fe” es el nombre de fantasía para un paquete de fondos públicos destinado a préstamos rotatorios. Los créditos van de los 300 a dos mil pesos. A medida que el que recibió el crédito lo devuelve, el dinero de las cuotas se utiliza para dar otros nuevos.
“Pedimos 300 pesos para comprar materiales y armamos un taller de confección de ropa y carteras”, cuenta Eduardo Enríquez, mendocino, de 35 años. Enríquez cobra un plan Jefes de Hogar de 150 pesos, a lo que ahora suma otros 100 o 200 por mes, según cómo anden sus ventas. Devolvió el dinero en pagos semanales de 10 pesos y una vez cancelada su deuda pidió un segundo préstamo para agrandar su negocio.
Como en otras partes del mundo donde funcionan bancos para pobres, el recupero de los créditos es muy alto. “Superior al 95 por ciento”, aseguró a Página/12 el viceministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, de quien dependen los fondos del Banco de la Buena Fe. El ministerio tiene en este momento cuatro líneas de microcréditos por un total de cuatro millones de pesos. Pero no administra los fondos, ya que la tarea es puesta en manos de ONGs y otras entidades intermedias.
A ellas el Gobierno les pide que abran “banquitos”: centros de recepción de los pedidos que se encarguen, además, de hacer un seguimiento de los proyectos productivos. En este momento hay 1500 banquitos distribuidos en distintos puntos del país.
Para acceder a un préstamo se le pide a la gente que forme un grupo de cinco personas. El dinero se entrega de manera individual a cada uno, pero quien se hace responsable del pago es todo el equipo.
Este sistema de garantías mutuas ayuda a fortalecer los lazos comunitarios y da “sostén” a los emprendimientos, porque apunta a que todo el grupo se preocupe para que funcionen.
El banco para pobres más famoso es el Grameen Bank de Bangladesh, fundado por Yunus, el creador de los microcréditos. “Nuestro banco se basa en la confianza mutua con el cliente, en las relaciones humanas, no en prendas ni avales”, suele explicar el economista bengalí.
Yunus comenzó prestando dinero de su propio bolsillo y comprobó en poco tiempo que los pobres devolvían sus préstamos sin ningún atraso. Alentado por los buenos resultados, llevó la experiencia a cinco aldeas y más tarde a otros distritos. Hoy funciona en 37 mil localidades de Bangladesh, donde ha otorgado créditos por 8 mil millones de dólares a ocho millones de personas, la mayoría de ellas mujeres.
El modelo se extendió por todo el mundo. En América latina, los microcréditos tienen un fuerte desarrollo en Bolivia, mientras que en Brasil el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva está buscando darle masividad con una inversión de 4 mil millones de reales, unos 1360 millones de dólares.
En la Argentina, donde los fondos públicos destinados al área son mucho menores, la experiencia es todavía una suerte de prueba piloto. De funcionar con éxito, en el Ministerio de Desarrollo Social quieren que se transformen en un apoyo de los programas sociales. Piensan en un esquema de complementación con el Manos a la Obra. Este plan subsidia la compra de máquinas y herramientas para montar emprendimientos productivos. Entrega dinero por única vez, para iniciar la producción. Los microcréditos, creenen el Gobierno, podrían apuntalar su desarrollo posterior y en algunos casos suplantar los planes de empleo.

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Una sorpresa es que el “sistema de honor” funciona: el 95 por ciento paga las cuotas, un record.
 
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