EL MUNDO › EL PREMIER CAMERON PUSO EN DUDA LA CONTINUIDAD DE LA EUROZONA

Pesimismo en Gran Bretaña

Por el momento, la Eurozona existe en un estado similar a la definición que Alfred Hitchcock daba del suspenso: “Imagínese una bomba puesta debajo de una silla y a punto de estallar: el espectador la puede ver, el protagonista no”.

 Por Marcelo Justo

Desde Londres

Caída del euro, gobierno interino en Grecia, impasse francoalemán, austeridad y recesión, aumento del déficit, desempleo, indignados: la lista de tormentas de la Eurozona es interminable. El botón del pánico está sonando más allá de la moneda única europea. En el Parlamento británico, el primer ministro David Cameron señaló este miércoles que la Eurozona “necesita decidir si sigue adelante o no y trazarse una estrategia coherente al respecto”. El presidente del Banco de Inglaterra (Banco Central), Mervyn King, se unió al pesimismo diciendo que la Eurozona “se está autodestruyendo”.

Cameron y King gritan desde los márgenes del escenario: junto a la economía británica sufren las peripecias de la tragedia, pero pueden hacer poco para influir en el desenlace. Mucho más grave aún para la obra es el diferente diagnóstico que hacen de la crisis la austera dama de hierro alemana Angela Merkel y el procrecimiento presidente de Francia, François Hollande. Alemania y Francia son el eje de la Eurozona: sus diferencias presagian una parálisis. Por el momento, la Eurozona existe en un estado similar a la definición que Alfred Hitchcock daba del suspenso: “Imagínese una bomba puesta debajo de una silla y a punto de estallar: el espectador la puede ver, el protagonista no”.

La bomba a punto de estallar es Grecia, que tiene nuevas elecciones el 17 de junio y armó este miércoles un gobierno interino. Los analistas anticipan que una victoria de la coalición de izquierda Syriza (trotskistas, maoístas, verdes, independientes), que rechaza la austeridad acordada con la troika (IMF, Banco Central Europeo y Comisión Europea) a cambio de 130 mil millones de euros para evitar un default, significará la salida de Grecia de la Eurozona. En su cumbre, el martes, Merkel y Hollande dijeron que querían a Grecia en la Eurozona, pero la canciller alemana dejó en claro que los compromisos debían respetarse. El préstamo de la troika sólo será entregado si el próximo gobierno se compromete a podar otros 10 mil millones de euros el mes próximo en una economía que ya anda por su quinto año consecutivo de recesión. Los griegos empiezan a curarse en salud. El lunes retiraron unos 600 millones de euros de los bancos y se calcula que unos 28 mil millones están escondidos bajo el colchón por si viene la estampida y el retorno al dracma con megadevaluación incluida.

La preocupación británica expresada por Cameron y King es comprensible pero tiene una pata floja o, cuanto menos, curiosa. El mes pasado la economía británica entró oficialmente en recesión: la Eurozona logró evitarla por un pelo. Según la oficina de estadísticas Eurostat, el crecimiento fue nulo, pero esta “buena noticia” esconde una historia de dos eurozonas. Alemania con un crecimiento del 0,5 por ciento, acompañada por Bélgica, Eslovaquia y un reducido número de países compensó la recesión de Italia, España, Portugal, Holanda y Grecia (que experimentó una caída del 6,2 por ciento). A futuro, los analistas advirtieron que este desempeño alemán es insostenible con una Eurozona pinchada.

El fantasma más temido de un default griego es el contagio hacia lo que quede de los famosos PIIGS; Portugal, Irlanda, Italia y España sin la G de Grecia. Los cálculos varían, pero una estimación promedio coloca el costo de la salida griega de la Eurozona en alrededor de 400 mil millones de euros. La reestructuración de la deuda griega y la devaluación de su moneda harían perder unos 240 mil millones a la UE y el FMI, unos 130 mil millones a los bancos centrales y unos 25 mil millones a los bancos privados. Más grave aún sería la amenaza que se cerniría sobre España, Italia y Portugal y sus frágiles sistemas financieros, que podrían provocar, según algunos analistas, una crisis similar a la de 2008.

En este contexto, la crisis de legitimidad de los gobiernos empieza a parecerse a una enfermedad crónica. Desde el estallido de la deuda soberana en 2010, 16 países han cambiado de gobierno, más de la mitad de los 27 que conforman la UE. Estos nuevos gobiernos tienen una legitimidad de corto alcance, como sabe de primera mano el presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy, que ya perdió una considerable parte del apoyo mayoritario que recibió en las elecciones de fines del año pasado. Con un desempleo juvenil que supera el 50 por ciento, los Indignados de España parecen tener un futuro asegurado. En Italia, el premier Mario Monti corre el peligro de perder el inicial apoyo si Italia sigue empantanado en su explosivo cóctel de recesión y ajuste. El 31 de mayo Irlanda vota en un referendo sobre el acuerdo fiscal europeo firmado por 25 miembros de la UE a fines del año pasado para garantizar que nadie tenga un déficit fiscal mayor del 3 por ciento y una deuda pública de más de 60 por ciento del PIB.

En medio de este sombrío panorama todavía hay voces que ven luces al final del túnel. Según un nuevo paper del ECFR (Consejo Europeo de Relaciones Exteriores), un think tank paneuropeo, la relación entre François Hollande y Angela Merkel será más productiva que la que existía con Nicolas Sarkozy. “La experiencia muestra que es más fácil el acuerdo y la cooperación de dos partidos con ideas diferentes que deben hallar un compromiso que la de una pareja simbiótica como la Merkozy”, señala Ulrike Guerrot, del ECFR. Aun una salida de Grecia del euro tiene sus adalides, como el analista Simon Jenkins, quien en el matutino inglés The Guardian no duda en poner a Argentina como un ejemplo de las bondades de una reestructuración de la deuda. “Solo cuando Grecia se desembarace de la deuda que tiene, como lo hicieron Islandia y Argentina, podrá reconstruir su economía en base a una tasa de cambio realista”, señaló Jenkins.

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Cameron destiló pesimismo en su presentación ante el Parlamento británico.
Imagen: AFP
 
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