EL MUNDO › COMO ES EL AGENTE DEL FBI QUE ACERTO SIN SER OIDO POR SUS SUPERIORES

El hombre que pudo salvar Nueva York

Transmitió el primer informe que advertía que terroristas árabes podían estar aprendiendo
a pilotear aviones en EE.UU. con objetivos muy serios. No le hicieron caso, pero insistió. Esta es la historia de su vida.

Por Javier del Pino
Desde Washington

Kenneth Williams nació para ser agente del FBI. “Es de los más inteligentes que he conocido”, dice un compañero veterano en el cuerpo. Hace tres meses, Williams compareció en un juicio contra un piloto saudita acusado de mentir en su vinculación con uno de los terroristas que estrellaron el avión contra el Pentágono. En aquella comparecencia, Williams le dijo al juez: “Mi experiencia me dice que en cualquier investigación la clave puede estar en una pieza pequeña de información”. Si sus superiores hubieran compartido esa doctrina, el 11 de septiembre pudo haber sido un día normal.
Williams trabaja en las oficinas del FBI en Phoenix (Arizona). Suele estar en su despacho a las cinco de la mañana y sólo falta el Día de Acción de Gracias. Para él, una buena jornada laboral es aquella que dura menos de 15 horas. Y siempre ha dedicado el mismo tesón a un delito menor que a una trama de terrorismo internacional capaz de alterar el orden mundial. Hace casi dos años, Williams detectó que varios ciudadanos de origen árabe, algunos de ellos con vínculos lejanos a presuntos terroristas islámicos, estaban tomando clases de aviación en academias privadas, entre ellas la de Prescott en ese mismo Estado.
Después de múltiples entrevistas con los dueños de las escuelas de aviación, Williams redactó un informe en el que plasmaba sus sospechas: extremistas árabes, decía el documento, pueden estar aprendiendo a pilotear aviones comerciales en Estados Unidos con objetivos sumamente peligrosos. El agente, siguiendo el dictado de su disciplina, envió las conclusiones por correo electrónico a sus superiores de Washington. Pero en las oficinas centrales nadie detectó nada alarmante en semejante descubrimiento. Williams siguió insistiendo, pero no encontró nunca la atención que esperaba.
Algunos agentes reconocen ahora que en la CIA y el FBI el principal problema es lo que en el argot llaman TMI: “too much information”, “demasiada información”. “Si te llega un informe confidencial de un agente desde, por ejemplo, Phoenix”, cuenta alguien del FBI a la revista Time, “lo primero que pensás es ‘Ya está otra vez este pesado”’. El pesado de Williams nunca se quejó de que no le hicieran caso. Perfectamente subordinado a la cadena de mando, Williams es de los que da por buenas las explicaciones de un superior sólo porque parten de un superior. De otra manera, no puede explicarse que después del 11 de septiembre nunca develara a la prensa la existencia de su informe ni cerrase un contrato editorial para publicar un libro.
Ha pasado en el FBI los 10 últimos años de los 42 que acaba de cumplir. Antes había sido policía en San Diego; llegó a ser el especialista en disparos a larga distancia en un equipo SWAT, el hombre que se sube al tejado del edificio de enfrente en situaciones de peligro. En su informe de cinco folios, Williams pedía que se investigaran las academias de vuelo del resto del país para tratar de descubrir un patrón similar al que él había detectado. El FBI nunca lo hizo.
Como muestra de su entrega a la agencia que le paga el sueldo, Williams compareció el martes ante los senadores para decirles, a puerta cerrada, que los atentados del 11 de septiembre, en su opinión, tampoco podrían haberse evitado si alguien hubiera hecho caso a su informe. A los periodistas que se ponen en contacto con él les dice, educadamente, que no puede hablar con ellos “porque me metería en problemas”. Sigue trabajando en sus investigaciones como si no se hubiera convertido en lo que es: la única estrella del FBI.

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