EL MUNDO

Siete días en Beirut sobreviviendo al infierno desatado por las bombas

El primer misil, los consejos para no morir, los desplazamientos de tanques y camiones blindados, la destrucción de fábricas de comida, el miedo de los recolectores de basura y las acusaciones de antisemitismo, todo en una semana.

 Por Robert Fisk *
Desde Beirut

Domingo 16 de julio. Es la primera vez que veo un misil en esta guerra. Pasan demasiado rápido –o uno está demasiado ocupado intentando huir como para verlos–, pero esta mañana Abed y yo vimos uno dejar su humo sobre nosotros. “¡Habibi (mi amigo)!”, exclamó, y yo comienzo a gritar “Da la vuelta, da la vuelta”, y huimos en el auto, saliendo de los suburbios del sur.

Lunes 17 de julio. Los teléfonos todavía funcionan y mi celular emite chirridos. Muchas de las llamadas son de amigos que quieren saber si deben irse de Beirut o de libaneses que están fuera del país y quieren saber si deberían regresar. Puedo escuchar las bombas detonando a lo largo del área de Hezbolá en los suburbios del sur, pero no puedo responder estas preguntas. Si aconsejo a amigos que se queden y mueren, soy responsable. Si les digo que se vayan y mueren en sus autos, soy responsable. Si les digo que vuelvan y mueren, soy responsable. Por eso les explico cuán peligroso se ha vuelto el Líbano y les informo que es su decisión.

Martes 18 de julio. A las 3.45 de la mañana, me despierto con los ruidos de un tanque y un gran motor militar desapareciendo en la oscuridad. Me dirijo a la planta baja para descubrir que el ejército libanés ha posicionado un vehículo blindado en el estacionamiento frente a mi casa. Ha sido ubicado estratégicamente debajo de algunas palmeras, como si esto fuera a evitar que los aviones israelíes lo detecten. No me gusta para nada, y lo mismo piensa mi casero, Mustafá, que vive en la planta baja.

Miércoles 19 de julio. Ahora que los israelíes están destruyendo edificios de departamentos completos en los suburbios chiítas del sur, decenas de miles de musulmanes chiítas han llegado en busca de refugio a la parte intacta de Beirut, en los parques y escuelas y junto al mar. Al igual que Hezbolá, los israelíes están ahora tomando como objetivos fábricas de comida, camiones y micros –sin mencionar 46 puentes– y los recolectores de basura son reacios a recoger la basura cada noche por miedo a que su inocente camión de residuos sea confundido con uno lanzamisiles.

Jueves 20 de julio. Un mal día para mensajes. Recibo llamadas de Estados Unidos diciendo que soy antisemita por criticar a Israel. Aquí vamos otra vez. Calificar a gente decente de antisemita pronto convertirá el antisemitismo en algo respetable, les digo a los que me llaman, y les pido que les digan a las fuerzas aéreas israelíes que dejen de matar civiles.

Viernes 21 de julio. Los israelíes acaban de bombardear la prisión de Khiam. Un objetivo interesante ya que ésta era la cárcel en la que la anterior milicia ad hoc de Israel, el Ejército Libanés del Sur (ELS), solía torturar a los prisioneros aplicando electrodos a sus penes, y a las prisioneras electrocutando sus pechos. Cuando el ejército israelí retrocedió en 2000, Hezbolá convirtió la prisión en un museo. Ahora la evidencia de la crueldad del ELS ha sido borrada.

Sábado 22 de julio. Tomo café en el jardín de mi casero y él se trepa a una higuera con una escalera de madera y me trae un plato de fruta. “Todos los días nos da nuestros higos”, me dice. “Nos sentamos debajo de nuestro árbol por la tarde, con la brisa del mar, que es como aire acondicionado.” Miro su pequeño paraíso de plantas y bebo mi café árabe de una pequeña taza azul. Vemos los barcos de guerra deslizándose hacia el puerto de Beirut. “¿Qué ocurrirá cuando se vayan todos los extranjeros?”, pregunta. Eso es lo que todos preguntamos. Lo descubriremos esta semana.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Virginia Scardamaglia.

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Un refugiado libanés con sus hijos en Jedeidet, Siria, país al que llegaron miles de desplazados.
Imagen: AFP
 
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