EL PAíS

“Más que ejes, hay una nueva América”

El presidente venezolano Hugo Chávez fue protagonista en la Cumbre por el ingreso de su país al Mercosur y resultó un mediador clave en el reclamo argentino por Hilda Molina.

 Por Martín Piqué
Desde Córdoba

Hugo Chávez pasó tres días agitados en la provincia que recibió a Ernesto Guevara en 1932, cuando tenía cuatro años y ya empezaba a sufrir de asma. El venezolano tuvo un rol protagónico en la Cumbre del Mercosur –la primera que comenzó con su país como miembro pleno del bloque–, aunque su papel también se extendió sobre otras lides. Tuvo que asumir la función de mediador entre sus pares Néstor Kirchner, a quien suele definir como “un compañero y amigo”, y Fidel Castro, a quien no tiene dudas en llamar “el padre de todos”. La mediación se volvió inevitable el jueves a la noche, luego de que Kirchner decidiera presentar un reclamo oficial a Fidel para que dejara viajar a Buenos Aires a la médica cubana Hilda Molina.

Como la cuestión se presentaba muy difícil, el Gobierno recurrió a todas sus cartas. Entre ellas estuvo el ministro de Planificación, Julio De Vido. Viejo conocido de los venezolanos, De Vido le pidió a Chávez que tratara de convencer al líder cubano para que permitiera que la neurocirujana pudiera viajar a la Argentina a ver a su hijo, Roberto Quiñones. Sin prometer nada, el venezolano recibió una copia de la carta que el canciller Jorge Taiana le entregaba en ese instante al propio Fidel.

Aunque Chávez no padece asma como el Che, cuando llegó a esta ciudad mediterránea arrastraba un leve problema de salud. Eso lo obligó a suspender una cena con Lula el miércoles y a ausentarse de la cena de honor de la Cumbre un día después, según la versión de un importante funcionario argentino que participó de la comida. Pero el contratiempo más importante, sin duda, fue el conflicto inesperado que surgió entre Kirch-ner y Fidel.

Con todo eso cargaba Chávez cuando visitó la casa del Che en Alta Gracia, la misma que habitó entre los 4 y los 16 años. “Al final esto fue lo más importante del viaje. Acompañar a Fidel a reencontrarse con la casa de quien fue su compañero”, confesó a un periodista cuando entraba a la vivienda de estilo inglés. Chávez no tenía pensado participar de la excursión. Debía volver rápido al aeropuerto para volar a Bielorrusia, previa escala en Lisboa, donde lo esperaba una nueva gira comercial y política. Pero el pedido de Fidel pudo más. Suspendió compromisos de su agenda para compartir la visita con su amigo y mentor político.

Tras recorrer lo que supo ser la casa de la familia Guevara, Chávez salió rodeado de custodios y casi abrazado con el líder cubano. Cuando se dirigía al auto oficial de Fidel –un Mercedes Benz negro de los años ’80, blindado y con matrícula de la isla, que los cubanos habían traído desde La Habana en uno de los dos aviones de la delegación– se detuvo y conversó con Página/12. “Hemos venido a recoger semillas para la lucha. Semillas de la historia, recorriendo los caminos de la historia, cargando las baterías revolucionarias. Sin duda”, dijo.

–¿Está de acuerdo con que en estas cumbres se está vislumbrando cada vez más dos ejes diferenciados, uno La Habana-Caracas-La Paz y otro BrasiliaBuenos Aires? –le preguntó este cronista.

–Hay una nueva América, eso es lo que hay. Más que ejes. Un nuevo tiempo, un nuevo continente y unos nuevos pueblos. Míralos, allí están –contestó. A su alrededor una multitud coreaba su nombre y el de Fidel mientras sacaba fotos con cámaras digitales y celulares. Entre el gentío se vio flamear una bandera negra y roja, los colores que identifican al Movimiento 26 de Julio desde el desembarco en la Sierra Maestra, y otra celeste y blanca de Libres del Sur. La delegación se fue como había llegado, con un estruendo de sirenas. Habían pasado sesenta horas desde su aterrizaje en el aeropuerto de Córdoba y llegaba el momento del balance. Los funcionarios venezolanos que acompañaron a Chávez en este viaje, el ministro de Energía y Minas y titular de Pdvsa, Rafael Ramírez, y el deIntegración, Gustavo Márquez, se habían preocupado por transmitir satisfacción. “Habría que repetir muchas veces reuniones como las de ayer. Sus contenidos, los discursos de los presidentes. Estamos hablando de países con una misma visión y un mismo sentido y propósito. Es muy importante. No se hagan eco de esas matrices de opinión del enemigo, del imperio. Esta es una iniciativa que hay que aplaudir y respaldar”, aseguró Ramírez en diálogo con este diario.

Según contó a Página/12 un legislador argentino que suele hablar con la Cancillería, la invitación a Fidel para que asistiera a la cumbre de Córdoba había sido pedida a la Casa Rosada por el mandatario venezolano. El Gobierno aceptó, aunque nunca creyó que el cubano finalmente viajaría. Pero al final dio la sorpresa. Y Kirchner se enteró de que su invitado estaba volando el jueves a la mañana, doce horas antes de que aterrizara en Córdoba. “Muchas veces tengo que engañar a mis propios amigos. No se olviden que sufrí seiscientos atentados”, explicaría luego Fidel durante el acto del viernes en la Ciudad Universitaria.

Si la invitación al Comandante de Cuba fue una idea de Venezuela, ¿cómo habrá evaluado Chávez el resultado de la visita? ¿Qué habrá pensado cuando los cubanos se quejaron en duros términos por la “descortesía diplomática” que le endilgaban al Gobierno? Las mismas palabras escucharon sucesivamente los distintos negociadores que fue enviando el Ejecutivo para acercar posiciones: no sólo el canciller, Jorge Taiana, y el embajador en La Habana, Darío Alessandro, sino también el secretario de Provincias del Ministerio del Interior, Rafael Folonier, y el subsecretario de Integración Económica, Eduardo Sigal. Algunos dirigentes argentinos –que apoyan a Kirchner y quieren incondicionalmente a Fidel– interpretaron como un primer indicio de la reacción de Chávez su sorpresiva ausencia en la cena de honor de los jefes de Estado. Esa noche del jueves, en el acondicionado Palacio Ferreira, que la gobernación de Córdoba había embellecido con pinturas de Berni, Spilimbergo y otros artistas latinoamericanos, la cena no logró ni la mitad del quórum. Estaban Michelle Bachelet y Tabaré Vázquez, pero faltaban Lula, Chávez, Fidel y Evo Morales.

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Imagen: EFE
 
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