EL MUNDO › ANALISTAS CHILENOS DESMITIFICAN EL LEGADO DE LOS CHIGAGO BOYS

Vea las cifras del milagro de Pinochet

La peor distribución del ingreso fue lejos en los años ochenta, y eso lo heredó la democracia chilena. La derecha continúa agradeciéndole al dictador recientemente fallecido haber “ordenado económicamente” el país.

 Por Christian Palma

Desde Santiago

Corría la primera mitad de los convulsionados años ochenta. La dictadura instaurada en Chile por Augusto Pinochet hacía estragos no sólo por la sistemática violación a los derechos humanos, sino también por una profunda crisis económica que, como hecho cúlmine, llevó a la bancarrota al sistema financiero en 1982. Además, gatilló una de las tasas más altas de desempleo y pobreza que este país recuerde. Por esos tiempos Horacio O. tenía 22 años, era padre de tres niños y no contaba con un oficio conocido. Con apenas unos cursos aprobados en el colegio, formaba parte de los miles de cesantes y del 45 por ciento de pobres que pululaban por Chile buscando una oportunidad.

“Fueron tiempos malos, muy malos. No teníamos qué echarle a la olla. A veces con la vieja cocinábamos cebollas y papas que recogíamos de las sobras en las ferias itinerantes y les preparábamos una sopita a los cabros. Cuando cachaba que había vacantes en las numerosas construcciones de edificios en el barrio alto, me levantaba a las 5 de la mañana, me mojaba con agua helada en el patio pa’ despertar y partía en la bicicleta. Medio pan con margarina pa’ la ida y medio pa’ la vuelta. Porque el regreso, sin pega y con hambre, era mucho peor. Así estuve mucho tiempo, ingeniándomelas para comer.” Las palabras de Horacio, 24 años después, suenan lejanas, inimaginables, casi ajenas. Las últimas cifras de la Cepal indican que Chile es uno de los países con la tasa de pobreza más baja en la región, con un 18% de la población en esa situación. Incluso, ya alcanzó las metas de Desarrollo del Milenio de reducir a la mitad la proporción de personas en extrema pobreza que había en 1990. La indigencia, si bien no se ha exterminado, sigue descendiendo.

Horacio O trabaja hoy en un almacén que instaló en su barrio, ubicado en la populosa y brava comuna de La Pintana, en la periferia del Gran Santiago. Ya los chicos están grandes y se las arreglan solos. La pena por el mayor, Andrecito, que fue muerto en un confuso incidente con carabineros en 1987 está más aplacada con la muerte del dictador. Así, vendiendo cosas de primera necesidad, reúne cerca de 500 dólares al mes, lo justo para vivir con su esposa. Todo un lujo. En 1982, cuando comía pan duro y tomaba té de cuarto enjuague, se echaba al bolsillo, con suerte, 55 dólares al cambio actual. Y trabajaba barriendo calles, sacando basura de las paltonas casas de Providencia o limpiando baños de sol a sombra “gracias” a los planes de empleo de emergencia dispuestos por el aparato militar. Los humillantes y tristemente célebres planes de explotación temporal de Pinochet, conocidos como el PEM y POHJ.

“Agradecimiento”, “él ordenó económicamente el país”, “trajo equilibrio y seguridad”. Esas son sólo algunas de las frases que desde la otra vereda, la de las pitucas billeteras de cuero de los millonarios empresarios chilenos, no han parado de escucharse.

Extraño en algunos y en otros (los más viejos) no tanto que el recientemente elegido titular de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), Alfredo Ovalle, en su primera acción pública, acudiera al funeral del dictador. De hecho, el día de la cremación de Pinochet, el gremio tenía sus elecciones presidenciales. Sin ninguna vergüenza adelantaron la ceremonia en una hora para “poder llegar a tiempo” y rendirle el último adiós a quien les permitió amasar una gran fortuna. Justamente ése fue otro de los objetivos que buscó el sistema ideológico de Pinochet: crear un nuevo poder económico privado, sin raíces históricas, lo que dio paso al impulso de nuevos grupos económicos, que se sustentaron en la serie de facilidades que se entregaron para el establecimiento de sociedades financieras.

“Me parece por lo menos dudoso que vaya a los funerales de Pinochet y que luego diga que quiere sentarse a conversar con los trabajadores”, dijo Arturo Martínez, presidente de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Martínez estuvo relegado en Chañaral, en el norte de Chile y, como dirigente, vivió en carne propia la persecución y total exterminio de los sindicatos y beneficios logrados en años de lucha sindical.

El economista de la Cepal, Ricardo Ffrench-Davis, es uno de los más autorizados para examinar el “legado de los Chicago Boys”. El cursó su master y doctorado en esa casa de estudios, aunque siempre se ha mostrado crítico al modelo neoliberal. “Si uno analiza la política económica entre el ’69 y el ’70, donde nos quejábamos de la mala distribución del ingreso, eso se deterioró en la primera mitad de Pinochet y más en la segunda mitad de su gobierno. Si bien en su segundo período se introdujeron elementos pragmáticos, fue con un signo muy regresivo. La peor distribución del ingreso en los cincuenta años de cuya información se dispone, fue lejos en los años ochenta y eso lo heredamos en democracia”, explica.

–¿Con esto se derriba el mito de los logros económicos de Pinochet?

–Hay un numerito que lo dice todo: el crecimiento promedio en esos 16 años fue de 2,9%. En la Concertación, con todos los errores cometidos fue de 5,6%. En relación con los salarios, en 1989 el mínimo era equivalente a 60 mil pesos de hoy día (113 dólares de hoy). Siendo el máximo 80 mil pesos antes de 1983 donde llegó a 45 mil pesos. Hoy estamos en 135 mil pesos (255 dólares) –señaló en una reciente entrevista.

Otro que aporta datos para derribar este mito es Ernesto Livacic, quien fuera superintendente de Bancos entre 1998 y 2000: “La reforma financiera, como todas las emprendidas por el gobierno militar, fue hecha en un contexto de gran ideologización y en dictadura, por tanto, sin oposición y sin una discusión amplia. Eso llevó a exceso o a la aplicación de soluciones de texto, que no contemplaron elementos de la realidad. Además, la crisis bancaria del ’82 no puede asociarse al gobierno de Allende, habían transcurrido 8 años y todo era distinto”.

Estudios recientes de la Cámara de Diputados dicen que entre 1985 y 1989 el Estado de Chile se deshizo de 30 empresas, lo que significó una pérdida de 1000 millones de dólares. Esto, por consiguiente, debilitó al Estado y permitió a las grandes empresas seguir creciendo.

Según Orlando Caputo, economista de la Universidad de Chile, el terrorismo político y económico de los 4 cuatro meses finales de 1973 –a partir del golpe de Estado del 11 de septiembre–, logró bajar la participación de los salarios en el PBI desde 52% en 1972 a 37% en 1973. 15 puntos porcentuales, que equivalen a una disminución de un 30% de la masa global anual de los salarios. Desde 1979 a 1989 la participación de los salarios en el PBI continúa cayendo, en tanto las ganancias aumentan. Al final de la dictadura, la participación de los salarios baja a 31% y 32% respectivamente y las ganancias suben a 56 por ciento.

La participación de los salarios en el PBI baja en 20 puntos porcentuales desde 1972 a 1988-1989. Si se suman las partes de los salarios que se han transferido a las ganancias de los empresarios durante los años de la dictadura, resulta ser una cifra tan elevada que equivale al valor total de todas las empresas chilenas y del valor de todas las casas de barrios residenciales y del valor global de los hoteles y de las casas de las nuevas zonas turísticas.

“Es un modelo fallido. Con una visión ideologizada del funcionamiento de los mercados, no entendieron cómo funcionan y generaron esta situación precíclica para fortalecer el desarrollo productivo, pero con muchas falencias. Le pasó también a Menem en Argentina y a Salinas en México. Lo interesante es que varias de las reformas que hace Latinoamérica en democracia, a partir de los noventa, son bastante parecidas a las modificaciones del ’73 al ’81 en Chile y los resultados son parecidamente malos. América latina en esos 16 años creció 2,7%”, remata Ffrench-Davis.

Horacio O. toma su té tranquilo en su local de abarrotes. En su televisor –-comprado en cuotas– ve las noticias. Ríe. En el funeral están los mismos que gastaban dinerales en los restaurantes donde hace años sacaba la mierda de los new rich chilensis. Hoy con su señora está feliz. No debe rendirle cuentas a nadie. “Ni cuando me muera, no sé si estos otros cuenten eso”, dice, mientras pesa medio kilo de pan que ya no está duro.

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“Fueron tiempos malos, muy malos. No teníamos qué echarle a la olla”, cuenta Horacio.
Imagen: AFP
 
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