EL MUNDO › LA CAPITAL DE OSETIA DEL SUR TRAS LOS COMBATES Y LAS BOMBAS

Una ciudad bajo la sombra

Tskhinvali tiene una población de 10 mil habitantes, pero ayer estaba casi desierta. De los edificios y tanques quemados salía humo. Había pocas señales de los miles de efectivos rusos que los fueron a “liberar” de la agresión de Georgia.

 Por Kim Sengupta y Shaun Walker *

Desde Tskhinvali

La capital de Osetia del Sur tiene toda la apariencia de un lugar pulverizado por días de bombardeos georgianos y por el feroz contraataque ruso que le siguió. Todavía sale humo de los edificios quemados y de los restos de tanques y autos blindados. Mujeres consternadas en medio de las ruinas lloran por el horror que vivieron, otras gritan su furia.

Ayer, The Independent fue el primer medio occidental en entrar en la capital rebelde desde el comienzo de un conflicto que tuvo aviones de guerra rusos enviados para bombardear objetivos a lo largo de Georgia, aliada de Occidente.

Entramos escoltados por soldados surosetios apostados en la frontera, bajo poco auguriosas palabras: “Ustedes vienen con nosotros a Tskhinvali, no se vuelven”. Esto abrió una oferta intrigante, terrorífica, para comprender lo salvaje desde adentro, la violencia que se desató en Georgia.

Mientras nos mostraban los resultados de la “agresión” georgiana, los guías también amenazaron con dispararnos o tomarnos de rehenes. Cada tanto se escuchaban los ecos de morteros y ametralladoras disparadas en los valles lindantes.

Fuera de sus casas –todas con las ventanas destruidas–, las familias habían reunido las pertenencias que pudieron salvar, pero no sabían con claridad dónde encontrarían refugio. Una mujer se acercó llorando a nuestro auto. “¿Por qué hacen esto, por qué nos hacen esto? Somos gente común. No le hicimos daño a nadie”, suplicó.

Aunque Tskhinvali tiene una población de 10 mil habitantes, ayer parecía casi desierta. Había pocas señales de los miles de efectivos rusos que supuestamente “liberaron” la ciudad y la hicieron su base de operaciones en Georgia. En cambio, parecía que el control lo tenían las tropas y milicias surosetias, que aparentemente operaban sin ninguna cadena de comando.

Mientras apuntaba hacia la estructura ennegrecida de las Oficinas para la Seguridad y la Cooperación en Europa –el grupo de monitoreo–, Alik, uno de nuestros captores, disparó: “Como pueden ver, nadie quiere ayudarnos. Ni la ONU ni los norteamericanos hicieron nada mientras nos bombardeaban. Nos salvaron los rusos. Un día más y todo este lugar no existiría, ni ninguno de nosotros”.

Todo lo que había alrededor eran desechos de un combate feroz. Los soldados osetios posaron frente a los enormes restos de los tanques georgianos, mientras algunos de sus camaradas rugían desde los techos de sus propios tanques, haciendo flamear la bandera surosetia.

En la plaza principal dos perros peleaban sobre lo que parecía un pedazo de algún material roído. “Miren eso”, dijo uno de los soldados. “Eso es carne humana. Los georgianos no nos dieron tiempo de enterrar a nuestros muertos cuando atacaron”, agregó.

No había modo de verificar si eso era cierto, pero éste es el tipo de creencia que está conduciendo el conflicto. El misterio más grande era saber dónde estaban los rusos. “Acá hay voluntarios de todo el Cáucaso y Rusia”, dijo Alik, que parecía estar a cargo. Pero al presionarlo sobre el paradero de los rusos, dijo: “¡Dejá de hacer tus jodidas preguntas! No he dormido en seis días”.

Después, Alik giró hacia nosotros tres, apretados en el asiento trasero del abollado taxi Mercedes que había requisado para nosotros. Agitando su rifle Kalashnikov, con sus ojos llenos de furia y odio, le apuntó a nuestro conductor georgiano y dijo en voz alta: “El está listo”.

Habíamos sido conducidos desde la capital georgiana, Tiflis, hacia la frontera entre Georgia y Osetia del Sur, en medio de reportes de columnas rusas moviéndose desde Osetia del Sur hacia la “verdadera” Georgia y paramilitares apoderándose de puntos estratégicos. Pero no había signos de los invasores rusos.

Más adelante encontramos a veinte miembros de las fuerzas de paz rusas, que el viernes habían visto los tanques georgianos avanzando hacia Osetia del Sur, pero armados sólo con rifles de asalto no pudieron hacer nada para detenerlos. Uno de los soldados, un checheno, nos mostró imágenes del ataque, que había filmado con su celular.

Tres kilómetros más adelante estaban los puestos militares georgianos, precipitadamente abandonados. Las fuerzas de paz rusas nos habían dicho que encontraríamos puestos de control manejados por camaradas. Lo que encontramos fueron soldados surosetios que insistían en “escoltarnos” hacia la ciudad. Al principio el clima parecía hostil, aunque no demasiado agresivo. Pero cambió cuando llegaron Alik y sus camaradas, de los cuales uno empezó a blandir un cuchillo, asegurando que nuestro chofer era un espía. “Miren eso, los georgianos dispararon las municiones, pero los británicos y los americanos se las habían provisto”, dijo el soldado. “Son la gente que se esconde detrás de los georgianos”, agregó.

Nuestro tenso tour por Tskhinvali terminó con un escalofriante debate entre los soldados. Alik anunció que los reporteros tenían libertad para irse, pero el chofer sería retenido. “Debe ser un buen hombre, como ustedes dicen, pero los georgianos están reteniendo muchas de nuestras buenas personas”, dijo. Después de una discusión, los soldados decidieron liberarnos a todos. Al irnos vimos tanques georgianos reunidos en el camino.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.

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Parecía que el control lo tenían las tropas y milicias sudosetias y no las rusas.
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    Por Kim Sengupta y Shaun Walker *
 
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