EL MUNDO › OPINION

Entre el desbande y el golpe

 Por Claudio Uriarte

Washington vivió esta semana lo más parecido a un conato de golpe militar contra la autoridad civil que se registre en la historia norteamericana moderna. Su arquitecto fue el secretario de Estado, Colin Powell, él mismo un general retirado de cuatro estrellas y veterano de Vietnam; sus portavoces –nada anónimos– fueron el general Charles Swanneck, comandante en actividad de la crucial 82ª División Aerotransportada y los cuatro diarios militares –Army Times, Navy Times, Marine Times y Air Force Times–, que pidieron cambios en la cúpula, y el blanco de su intento de decapitación fue el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, cuestionado también desde el Congreso por el escándalo de las fotos y videos de humillaciones y torturas por militares estadounidenses contra prisioneros iraquíes en la ahora tristemente célebre prisión de Abu Ghraib.
Por el momento, Rumsfeld ha logrado escapar a la presión de los que piden su cabeza, en parte porque el presidente George W. Bush sabe que lo necesita para desviar una responsabilidad que en rigor le corresponde a él –como comandante en jefe de las fuerzas armadas–, en parte porque desembarazarse del arquitecto Nº 1 de la guerra cuando sólo faltan seis meses para las elecciones presidenciales equivaldría a admitir que todo fue un gigantesco error. Pero el peso de los acontecimientos militares, el hecho de que sólo falten seis semanas para la transferencia simbólica del poder a los iraquíes y la misma proximidad de las elecciones estadounidenses son datos que conspiran todos contra la continuidad del esfuerzo bélico; de hecho, las declaraciones en seguidilla del “virrey” Paul Bremer, de Powell y del canciller británico Jack Straw de que Estados Unidos se retirará de Irak si lo pide el gobierno iraquí a estrenarse el 1º de julio envían una señal de coalición en desbande, por más que Bush haya salido ayer a ratificar la permanencia de las tropas. La guerra está ahora en un plano inclinado electoral, y la medición del declive se obtiene en las desfallecientes encuestas de popularidad presidencial (ver nota principal).
Posiblemente el error cardinal de la ocupación haya sido la disolución del viejo ejército de Saddam Hussein, una decisión que en algunos círculos se atribuye a la asesora de Seguridad Nacional estadounidense, Condoleeza Rice. Eso no sólo mandó a las calles, al desempleo y a la resistencia a 400.000 militares armados y experimentados, sino que privó a los ocupantes de la única fuerza que tenían y que conocía el país. Eso se nota crucialmente en la falsa reconquista de Faluja por el supuesto “nuevo ejército iraquí” –que no hace más que pactar “ceses del fuego” falsos con los resistentes, que en la práctica terminan resultando nada más que capitulaciones– y, mucho más gravemente, en la entrada y combates a lo bestia de las tropas estadounidenses en la ciudad santa para los chiítas de Najaf, donde profanaron el cementerio más grande del mundo y agujerearon con proyectiles de ametralladora el domo de la mezquita del imán Alí. En una ocupación clásica, la cúpula del viejo ejército hubiera sido decapitada, los oficiales medios promovidos al generalato (con sus sueldos correspondientemente aumentados) y sus soldados encargados de hacer el trabajo sucio. Como están las cosas, todo está a cargo de las tropas norteamericanas y británicas, y eso no cambiará de la noche a la mañana por la invocación fetichista de la “devolución de soberanía” el 30 de junio. Más bien parece que las fuerzas ocupantes se verán cada vez más aferradas al combate a medida que aumente la pila de cadáveres con que las fuerzas rebeldes están preparando el escenario con vistas a las elecciones norteamericanas.
En este contexto, y con el trasfondo semipornográfico de las fotos y los videos de Abu Ghraib, Powell, exponente del conservadurismo moderado, y el grueso de las fuerzas armadas, que resienten los intentos de reforma militar draconiana impulsados por la cúpula civil del Pentágono, protagonizaron esta semana una suerte de levantamiento contra la derecha revolucionaria de Rumsfeld. Fracasaron, pero el tiempo está de su lado. También está de su lado la resistencia iraquí. La pregunta sin respuesta es ahora de qué modo Estados Unidos y Gran Bretaña pueden retirarse de Irak sin profundizar un vacío de poder que deje en lugar del viejo país a tres países entre sí –el chiíta, el sunnita y el kurdo– con los tres en disputa por la segunda reserva petrolera del mundo. Y con Al Qaida acechando en el sombra.

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