EL PAíS › OPINION

Tercera posición y medio embarazo

 Por Mario Wainfeld

Daniel Scioli se zambulló en la campaña, al lado del intendente lomense Martín Insaurralde. Estaba en la bolilla uno del programa: la irrupción del intendente de Tigre Sergio Massa es un reto para el gobernador bonaerense, su propio futuro está en juego. Scioli, entonces, entró en escena intentando sumar en dos aspectos. Por un lado, ampliar la visibilidad y el conocimiento masivo de Insaurralde, por otro circunscribir a Massa en el espacio opositor. Las dos tareas son imprescindibles para potenciar las chances del Frente para la Victoria (FpV) en Buenos Aires. La idea es correcta, las tácticas son ensayos cuyo producido se irá midiendo.

Massa explora un carril inexplorado por casi todo el resto de la oposición política. Acaso escarmentado por el fracaso de la experiencia de quienes confrontan a todo o nada con el kirchnerismo, procura otro discurso (más matizado) e incluso otra gestualidad (menos enconada). En su arranque, las encuestas le atribuyen virtualidad en ese sentido.

El sondeo de la consultora Poliarquía (encargado y publicado por el diario La Nación) desagrega la posición política de quienes afirman que lo votarán. Divide cuatro grupos según su afinidad con el kirchnerismo. Llamémoslos, con nuestras palabras, muy partidarios, afines, bastante opositores, irreductibles adversarios. Massa, hasta ahora, captura preferencias en los cuatro segmentos, claro que muy contados en el primero. El consultor Hugo Haime, que trabaja para él, entre otros, coincide con el dato. En el arranque, es lo que se apoda, en jerga, un aspirante catch all.

La alocución de Scioli, que se reseña en notas aparte, divide aguas: no hay una “tercera posición” creíble o aun posible. O se está con “el modelo” o contra él. O, dicho más sencillo, ante la elección se es oficialista u opositor.

Scioli, como paladín del oficialismo, busca agitar el segundo tramo de los cuatro mencionados, interpelar-espabilar al votante kirchnerista que (por ahora) mira con simpatía al rival emergente. Restarle a Massa ese segmento de adhesiones transitorias.

Hay que optar, argumenta el FpV. Para la persona politizada, puede parecer una redundancia. Pero no todos los ciudadanos lo son y el sufragio es universal. Los números (que el kirchnerismo lee con fruición y de los que, por lo visto, no desconfía mayormente) indican que para muchos bonaerenses no rige tal obviedad.

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Se está de un lado o de otro, afirmó Scioli. No es posible otra postura, como no lo es una mujer medio embarazada. La comparación es forzada, pero didáctica, a veces es mejor eso que la sofisticación.

Massa es opositor, más vale. Por cojones, diría un politólogo español. Su objetivo primero es superar al FpV en la provincia, el ulterior es construir una referencia nacional que sea alternativa al kirchnerismo en 2015. Pero, de nuevo, puede haber sectores del electorado que no lo hayan registrado aún. Contribuyen a eso la falta de “clima de campaña”, la integración de la lista del challenger (en la que hay muchos ex kirchneristas, varios secesionados hace cosa de semanas), algunas de sus iniciativas.

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El aserto de Scioli no tiene vigencia plena en la práctica política. Hay, puede haber, espacios grises en la puja electoral. Lo sería, por ejemplo, el del “apoyo crítico” expresado en listas diferentes. Tal fue el caso de Martín Sabbatella en los comicios de 2009, en el que fue con boleta propia. En general, ese posicionamiento es efímero respecto de partidos muy potentes, dotados de gran capacidad gravitatoria. El peronismo lo es, su variante kirchnerista no hace excepción. Sabbatella sostuvo su lista, decisión antigua que algunos kirchneristas a ultranza no le perdonan aunque el presidente Néstor Kirchner la miró con simpatía, si es que no la alentó. La tercera vía duró poco: el ex intendente de Morón hoy integra el dispositivo oficialista, su partido se enrola en Unidos y Organizados.

De cualquier forma, ese espacio no es el que navega Massa.

Su presentación en Tigre sinceró su lugar, por si hacía falta. Massa detalló una serie de coincidencias, no desdeñable, con políticas públicas puestas en práctica desde 2003. La inclusión jubilatoria, la Asignación Universal por Hijo (AUH), la política de derechos humanos. El auditorio, compuesto por tropa propia, aplaudió cada una de las menciones, en un tono similar al del orador: relativamente bajo, no muy fogoso, con escaso énfasis. El estallido de entusiasmo ocurrió cuando Massa anunció un compromiso de toda su bancada: no apoyar jamás una reforma constitucional o la reelección indefinida. La promesa (que se sobreactuará con la firma de una escritura pública de nulo valor legal, pero potencial atractivo mediático) motivó que la asistencia se pusiera de pie y comenzara con el proverbial “Olé, Olé, Olé/Ser-giooooo, Ser-gioooooo”.

La tribuna franqueó lo ostensible.

Ni el apoyo notarial le bastará para ahorrarse los cuestionamientos del diputado Francisco de Narváez (que lo acusa de ser un kirchnerista encubierto) o de Margarita Stolbizer (que alerta contra las divisiones entre peronistas, que describe como simulacros transitorios).

La competencia entre varios añade complejidad. El oficialismo busca también clasificar a Massa, con objetivos propios.

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Massa se diferencia, entonces, del mainstream opositor afirmando que el ciclo kirchnerista no es un mero y falaz “relato”. Su trayectoria incluye medidas rescatables que se deben conservar y hasta ahondar. La modalidad de enfrentamiento coloca al oficialismo ante un dilema que no tuvo hace dos años. Por cierto, puede valerse de un recurso clásico, que es negar la sinceridad del adversario. Y puede agregar otro, bien ligado a su imaginario: es imposible sostener los pilares “del modelo” sin la vocación confrontativa que está en el ADN K y de la que Massa se despega ostensiblemente.

Las réplicas son válidas, quizá inexorables. Tal vez sean insuficientes o por lo menos el FpV debe analizar esa posibilidad. Ocurre que “el modelo” jamás fue tal, una propuesta cerrada y predeterminada desde 2003. Por el contrario, piensa el cronista, una de las virtudes del kirchnerismo (cuanto menos de sus características) fue adaptarse a circunstancias cambiantes, variar de herramientas, tomar medidas que había desestimado en el inicio o por muchos años.

Dos de las tres estatizaciones más importantes llegaron después de terminado el mandato de Kirchner: AFJP y Aerolíneas. YPF se nacionalizó recién tras nueve años de gestión. La AUH, desestimada durante un largo lapso, se plasmó recién en 2009.

¿Estaban “contra el modelo” quienes las bancaban y reclamaban desde antes? ¿Lo están hoy día quienes creen que la AUH debe regularse por ley y no por decreto (ahora que se puede), incorporando modificaciones surgidas de la experiencia? Las preguntas del escriba sugieren su respuesta.

Tal vez la existencia de un contendiente que insinúa cambios “dentro del modelo” sirva de alerta para una tendencia incipiente del discurso oficialista de campaña. Su centro, casi excluyente, es “la década ganada”, el inventario de los avances y conquistas de la etapa. Poco o nada se expresa respecto de reformas, innovaciones y hasta cambios. Las banderas del oficialismo son su identidad, su confiabilidad y el mantenimiento del rumbo. Confía en que una mayoría o una primera minoría consistente acepten sus promesas, fundándose en la experiencia vivida.

Nada es seguro ni uniforme “leyendo” a una sociedad civil plural y muy variada, que se pronunciará en 24 distritos separados, diferentes entre sí. Pero, por ahí, la convocatoria oficial se fortalecería si no confiara sólo en la retribución popular a lo ya adquirido. Al fin y al cabo, el padrón ciudadano ya premió lo realizado hasta 2011, con generosidad inédita. Es factible que ahora clave más su mirada en lo transcurrido en los dos años recientes y en los que están por venir.

Muchos candidatos oficialistas son poco conocidos. La primera misión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es machacar sobre su identificación, cometido al que se sumó ayer Scioli. Lo que queda por verse es si los candidatos, amén de protagonizar pertenencia, se las rebuscan para “agregar valor” al discurso oficial, trascendiendo la exaltación de los logros y la reseña de lo ya obtenido.

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La experiencia del cronista es que, cuando se hace el balance de una elección, se comprende qué candidato la “condujo” imponiendo su presencia y organizando las preferencias. No es nada sencillo descifrarlo mientras se juega el partido. Por ahora, Massa consiguió picar en punta y añadir un nuevo protagonista a quien lo es en toda la escena nacional y todas las provincias: Cristina Kirchner.

La Presidenta, los sondeos ya mentados lo reconocen, sigue teniendo una valoración pública elevada y el plus de la iniciativa gubernamental. Y su partido es el único competitivo en los 24 distritos o en casi todos. Sus rivales sólo son taitas potenciales en uno, un pequeño puñado podría serlo en un par. Ese es el mapa de la distribución de poder actual, un escenario que no será tan fácil de poner patas arriba en agosto u octubre. Aunque, he ahí lo fascinante del sistema democrático, el horizonte es aún indeterminado, pendiente del veredicto popular.

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