SOCIEDAD › OPINION

Víctimas visibles, culpables escondidos

 Por Marcelo Ciaramella *

Sin duda fue potente el gesto del papa Francisco haciéndose presente en la diminuta isla de Lampedusa, al Sur de Sicilia, un poco más que a mitad de camino de las costas de Túnez. Quiso tomar contacto con una dolorosa e impactante carga de sufrimiento: la de los inmigrantes del Africa subsahariana que huyendo de la miseria han sobrevivido a ser tragados por el mar. En un mundo que invisibiliza o ignora a los pobres, sin duda que estar físicamente junto a ellos, hacer que la mirada de la prensa mundial y de toda la Iglesia se pose sobre ellos, conlleva una importante carga profética y evangélica. Celebró la misa sobre los restos de una barcaza y obvió las incomodidades por el simple hecho de estar junto a los que sufren. Además de un delicado gesto de pastor en reconocer la hospitalidad y la ternura de los residentes de la isla para con los migrantes. Una formidable señal profética que refresca nuestra búsqueda de evangelio en las problemáticas sociales del mundo.

Sus palabras no me ilusionaron tanto como el gesto de haberse llegado hasta allí. La prensa mundial no ahorró elogios para calificar la expresión “globalización de la indiferencia” como dura, y hasta de “dinamita para los poderosos”. Si bien es cierto que la indiferencia hacia el injusto sufrimiento de refugiados y migrantes es un síntoma preocupante, creo que no es el fondo del problema. No hay duda de que la indiferencia está instalada y que la falta de soluciones es un síntoma. Visibilizar la pobreza es un paso adelante. Pero más grave me parece la invisibilidad de los responsables de estas catástrofes, que siempre flotan a salvo en un mar de generalidades mientras naufragan los pobres. Calificar de “explosiva para los poderosos” la mención de la indiferencia globalizada es subestimar a los poderosos.

En el mundo de hoy existe casi una verdadera guerra contra los migrantes, que les cuesta la vida a miles de personas que viven inenarrables dramas humanos. Esta “masacre” puede ciertamente atribuirse a las estrategias inhumanas contra los fenómenos migratorios en general. La crisis del sistema neoliberal, que golpea los sectores más vulnerables de la sociedad, está empeorando la condición de los migrantes, volviéndola cada vez más precaria. Guerra y pobreza son denominadores comunes en casi todos los países del Africa. La miseria en la que se encuentra una gran mayoría de personas en situación de movilidad representa una prueba más de la negativa por parte del orden social y político actual de responder a las nuevas exigencias de la humanidad. Las desigualdades entre el Norte y el Sur del mundo son escandalosas y cada vez mayores. ¿De quién es el protagonismo de la indiferencia?

La historia de la colonización de Africa está llena de episodios dramáticos y brutales. El reparto del continente quebró los espacios étnicos naturales y alteró completamente el funcionamiento económico de las sociedades africanas. Estos pueblos fueron siempre considerados seres inferiores, con menos derechos que los colonos. Se les arrebataron las tierras, los recursos mineros y los bosques. Los nativos fueron obligados a trabajar en condiciones infrahumanas, mal pagados y castigados con dureza. La descolonización dejó al descubierto la gravedad de tamaña violación a manos de los invasores erigidos en dueños de la llave del progreso. Un tendal de saqueo y pobreza quedó ante nuestros ojos. Pero tras la descolonización, en términos formales, vino una oleada de neocolonialismo. Alrededor de 1981, los programas de ajuste estructural del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional instalaron la crisis africana, la agudizaron, añadiendo la austeridad a la pobreza, influyendo negativamente en los aspectos del desarrollo humano y en el modo de vida de los pobres. El neocolonialismo liberal, basado en el “pensamiento único” en el que la acumulación de renta prima sobre lo humano para servir los privilegios de los poderosos de los países ricos, consiste en reproducir el modelo occidental en Africa, en lugar de desarrollarla. El objetivo es la incorporación neocolonialista y subordinada de Africa en el mercado mundial, con la complicidad de las élites locales, que nunca han planteado los problemas de desarrollo en términos de ruptura. Como bien señala Samir Amin, los africanos, cuya ciudadanía se niega a favor de las leyes del mercado, se refugian en las identidades comunitarias para compensar el vacío creado por el modelo neoliberal y se convierten en presas fáciles manipulables por los dirigentes cínicos y sin escrúpulos. Las condiciones de vida dramáticas que les imponen significan una invitación al oscurantismo, al fanatismo étnico o religioso, con las consiguientes guerras y limpiezas étnicas. Guerras que a la vez también son una preciada mercancía para los productores de armamentos ubicados en las naciones desarrolladas.

La isla de Lampedusa llena de pobres que huyen de las condiciones infrahumanas impuestas por el neoliberalismo colonial es un botón de muestra. El capitalismo neoliberal mata. Pero los verdugos no son visibilizados. La pobreza parece caer del cielo como la lluvia.

La Iglesia no podrá desarrollar su profetismo si sigue atada a obligaciones de pleitesía y diplomacia. Como la carta del papa a David Cameron en vísperas de una reunión del G-8, cuya presidencia temporal estará a cargo de Inglaterra, que encabeza diciendo “Me complace responder a su amable carta del 5 de junio de 2013, con la que tuvo la amabilidad de informarme sobre la agenda de su Gobierno para la Presidencia británica del G-8 durante el año 2013 y sobre la próxima Cumbre”. Tanta amabilidad con los reyes de la indiferencia y el colonialismo suena contradictoria. La Iglesia jerárquica está presa de la formalidad y no es libre para denunciar y visibilizar a los responsables de la crisis que empuja a los pobres al mar por un pedazo de pan. “Señor primer ministro, con la esperanza de haber brindado una contribución espiritual a sus deliberaciones, le ofrezco mis mejores deseos para un resultado fructífero de los trabajos” cierra la carta. Las economías desarrolladas y sus figuras de gobierno junto a corporaciones y organismos financieros son principales responsables de imponer la globalización de la miseria y un sistema que los beneficia sólo a ellos.

Hay muchos espacios de búsqueda de resistencia con acciones concretas en favor de los migrantes. Sin ir más lejos, el Foro Social Mundial 2013 se reunió en Túnez, haciendo un esfuerzo por visibilizar la necesidad de otro mundo posible y la dolorosa exclusión del Africa. Allí comenzó a organizarse una Asamblea Mundial de Migrantes como espacio de diálogo permanente entre los migrantes, sus organizaciones y las asociaciones de solidaridad a nivel mundial. Papas y obispos no han sido afectos a relacionarse con espacios que propugnan un cambio de estructuras, sino que parecen creer en la posible moralidad del orden establecido y rechazan el cambio social desde una mirada conservadora. Pero ésa también es una indiferencia que no suma. Hay que escuchar a los cientos de organismos civiles o interreligiosos que están trabajando por otro mundo posible y denunciando este sistema genocida de pobres. Tienen ideas y valores compatibles con el evangelio y están dispuestos a resistir. Lo contrario de la indiferencia es la resistencia. No dejar que las cosas ocurran además de asistir a las víctimas de lo que ocurre.

Las culpabilizaciones genéricas pueden ocultar. Es cierto que la indiferencia y vivir obnubilados por el propio bienestar es una posibilidad en todos nosotros y debemos superarla. Pero nuestra indiferencia no ha llevado a los náufragos de Lampedusa a la desgracia. Lo puedo asegurar.

* Grupo de Curas en la Opción por los Pobres.

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Imagen: AFP
 
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