EL PAíS › LOS CONTROLES CRUZADOS, LA TECNOLOGIA, LOS TESTIGOS Y LA FALTA DE ANTECEDENTES HACEN INUTIL LA DISCUSION SOBRE EL “FRAUDE”

Una forma de llanto anticipado

Hacer fraude no es cometer un pequeño acto ilícito sino cambiar el resultado de una elección entera. Los fantasmas existen antes y poco después de cada elección, pero luego ni siquiera hay denuncias. ¿Es posible hacer fraude? ¿O ni siquiera hay que intentarlo porque ya es inútil?

 Por Martín Granovsky

Mauricio Macri lo dijo durante la campaña: “Que no nos curren los votos”. Elisa Carrió habló del tema, pero lo suyo no es novedoso: parece convencida de que sólo estafas monumentales impidieron una y otra vez que fuese presidenta. Felipe Solá alertó en las últimas dos semanas contra las noches de invierno en José C. Paz después de las seis de la tarde. Cada vez que hay elecciones alguien agita el fantasma del fraude. Y después no quedan ni indicios ni pruebas. ¿Es posible el fraude? ¿O es un cuco para disfrazar la derrota?

Una consulta de Página/12 al director nacional electoral, Alejandro Tullio, permitió obtener una definición de fondo: “Fraude no es cualquier maniobra, fraude es un conjunto de maniobras capaces de alterar un resultado”.

–¿Fraude no es la acción, entonces?

–No es la mera acción. Para que cambie un resultado tiene que haber una colusión de miles o incluso de decenas de miles de votos.

–¿Cuál es el promedio de voto por mesa?

–Unas 300 personas.

–O sea que para lograr que se altere el voto de 10 mil personas el fraude debería ser eficaz en unas 33 o 34 mesas.

–Claro, pero estaríamos hablando de fraude absoluto. Es decir, que no queda validado ningún voto salvo el que surja del fraude.

Ante las preguntas de Página/12 Tullio recomendó prestar atención a otros fenómenos. Por un lado, una comprobación histórica: la participación, o la falta de ella, es pareja en todas las mesas. “Es una constante histórica”, dijo. Por otro lado, como ya no hay mesas de varones y mesas de mujeres, como ocurría hasta hace poco, los promedios se emparejan aún más, porque las mesas se van armando alfabéticamente y todas las características –sociales, de edad o de compromiso con el acto electoral– se reparten de manera pareja.

“La posibilidad de alterar votos en la Argentina es marginal por muchas razones, pero sobre todo por una que no es menor: si vota el 75 por ciento del padrón, por tomar un porcentaje, ese 75 por ciento está compuesto de gente de carne y hueso”, describió con cierta ironía el funcionario a cargo de las elecciones en el Poder Ejecutivo hace 16 años.

A ese panorama el sentido común debería sumar el dato de que existen los celulares, y los celulares inteligentes. Y que hay muchos de cada tipo.

Las operadoras del servicio tienen 62 millones de líneas registradas. Un 50 por ciento más que el total de la población argentina. El especialista Enrique Carrier estimó en abril de este año que las líneas activas deben alcanzar los 37 millones. Mucho menos que las 62 millones registradas pero una cifra casi igual a la de la cantidad de habitantes de la Argentina.

En marzo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo que en la Argentina había 18 millones de celulares inteligentes. Son artefactos capaces de transmitir y recibir datos y, naturalmente, de sacar fotos con definición cada vez más alta. Fotos de personas y fotos de papeles. Fotos (y filmaciones) de falsificadores de votos y fotos (muy fidedignas) de pruebas sobre que esas falsificaciones existieron y no fueron un simple producto de la fantasía de un dirigente político.

La web abunda en ejemplos de hechos que quedaron filmados o fotografiados y hasta se viralizaron en las redes sociales. Un avión que explota en el cielo y se despedaza. Una ejecución. Una teta que de pronto queda al aire. Un asesinato transmitido en vivo. El living de una legisladora convertido en set de televisión.

Si uno abre el YouTube y escribe las palabras “fraude electoral” encontrará que los resultados incluyen videos sobre México. Pero aun en ese caso, que trata de denuncias de fraude a gran escala en 2006 y en 2012, la mayoría de las imágenes radiografía el fenómeno o lo ilustra con la opinión de los expertos.

¿El fraude es un mito urbano? A nivel masivo y en la Argentina desde 1946, sin duda. A nivel nacional no hay resultado electoral alguno sospechado. No hay un presidente que lo haya sido a expensas de otro que realmente ganó las elecciones. Las sospechas a nivel provincial suelen no comprobarse. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en los últimos comicios de Santa Fe, donde el Frente Progresista ganó la gobernación por una diferencia irrisoria (menos de dos mil votos), pero esa victoria fue aceptada tanto por el Frente para la Victoria de Omar Perotti como por el PRO de Miguel Del Sel. Eso a pesar de que el PRO deslizó sospechas iniciales. Sin embargo el recuento definitivo no fue apelado.

“En democracia ya hay una tradición de comportamiento correcto de las Fuerzas Armadas y de la custodia electoral que generó confianza en la ciudadanía”, agregó Tullio. “Por lo menos cada sitio con más de cinco mesas tendrá un delegado de la Justicia Electoral”, dijo.

Si se habla de fraude efectivo, la alteración de votos debería ir hacia el mismo lado. Eso supondría un acuerdo de amplio alcance geográfico y prácticamente la inexistencia de fiscales no sólo del principal oponente sino de los demás. ¿O acaso lo que imaginan los que denuncian fraude es que los fiscales cuyos partidos no entablen una disputa especial con otro, o no participen de una interna caliente, mirarán siempre para otro lado y, encima, todos juntos para ese lado?

En la madrugada siguiente al cierre de la votación, los partidos políticos tienen los resultados informáticos definitivos a las cinco o seis de la mañana. Si ven que en una mesa difiere el resultado con el acta que firmó su fiscal el día anterior pueden revisar el acta y chequear unos números y otros. Los telegramas mesa por mesa ya se publican en imagen facsimilar por Internet.

Todos los partidos están atentos a los comicios de hoy y a su control durante y después de la votación. Antes, en los últimos días, los que pudieron repartieron mayor cantidad de boletas con la esperanza de que el elector la lleve sin cuestionamientos al cuarto oscuro y hoy entre, no toque ninguna boleta de las que vea a disposición, ponga la boleta que ya tiene en el sobre que le dieron las autoridades de mesa y deposite ese sobre en la urna. Pensar que el ciento por ciento de las personas que recibieron la boleta deseada por un candidato cumplirán y usarán ésa, ésa y no otra, tiene algo de pensamiento orwelliano. Pero en cualquier caso imaginar un mundo tan controlable es fantasía, no fraude.

Si los consumidores de teorías conspirativas frenaran por un segundo a ver números concretos quedarían desilusionados.

El macrismo dejó trascender ayer que fiscalizará con especial atención 13 mesas del Gran Buenos Aires que, supone el PRO, pueden resultarle complicadas. Según el promedio general, el universo de electores a 300 por mesa llegaría a 3900 votantes. En la provincia de Buenos Aires el padrón trepa a los 11.867.979 distribuidos en 34.502 mesas. El 37 por ciento de los 32.037.323 electores de toda la Argentina. Si por vía de hipótesis pudiera suponerse que votasen hoy 10 millones de personas, y si por otra hipótesis paralela se pensara que las encuestas acertaron en el grueso de las tendencias, el panorama que se abre sería el siguiente:

- Uno de los precandidatos del Frente para la Victoria llegaría, digamos, al 23 por ciento. Serían 2.300.000 votos.

- Si la candidatura de Cambiemos alcanzase el 22 por ciento serían 2.200.000 votos.

- Otro de los precandidatos del FpV rondaría el 15 por ciento, lo mismo que el candidato del massismo. Para cada uno 1.500.000 votos.

- Aunque la mayoría de los votos del FpV se suman en las elecciones generales del 25 de octubre, no hay duda de que para el macrismo tendría su gracia obtener el primer lugar. O sea que valdría la pena que los fiscales les prestaran atención a los 100 mil votos que en teoría los separan del precandidato mejor ubicado del FpV. La pregunta es si existe alguien capaz de falsear nada menos que 100 mil votos a la vista de todos.

- La otra gracia de la provincia de Buenos Aires (la mayor, quizá, porque de allí saldría el probable gobernador el 25 de octubre) es la disputa entre las fórmulas Aníbal Fernández-Martín Sabbatella y Julián Domínguez-Fernando Espinoza. Incluso si las encuestas estuvieran mal y la diferencia fuera sólo del 3 o 4 por ciento, serían 300 o 400 mil votos. Si alguien es capaz de cometer un fraude tan perfecto en mil mesas, delante de mil presidentes de mesa y por lo menos tres mil fiscales (uno de Cambiemos y dos del FpV) estará representando la mafia más organizada y eficaz del mundo.

Hoy, por supuesto, cualquier pícaro puede robar un piloncito de boletas y metérselas en la campera o tapar las de un candidato con las de otro para que no se vean las que quiere desalentar. Nada que no se resuelva con un fiscal que cada tanto se levante de la mesa, entre al cuarto oscuro y vea si hay algo raro. Con tantas miradas y tanta tecnología disponible, y sobre todo con tanta falta de antecedentes comprobados, el fraude sistemático y exitoso se parece mucho al llanto anticipado de los malos perdedores o perdedoras.

De todas maneras, el mail de aquí abajo está disponible por si mañana alguien quiere acercar las evidencias de que le robaron el triunfo cuando, en realidad, la victoria fue suya.

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Imagen: Diego Spivacow
 
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