EL PAíS › INCONGRUENCIAS ENTRE TEORíA Y ACCIóN

Contradicciones de Fondo

 Por Tomás Lukin

La austeridad fiscal y la desregulación de los movimientos de capitales no ofrecen las bondades en materia de crecimiento proclamadas por la agenda neoliberal sino que incrementan la desigualdad. El descubrimiento estuvo a cargo de Jonathan Ostry, Prakash Loungani y Davide Furceri. Las definiciones de esos tres economistas hubieran pasado por una tímida crítica juvenil al neoliberalismo sino fuera que se trata de miembros prominentes del staff del Fondo Monetario Internacional. El artículo aparecido en la edición de junio de Finanzas & Desarrollo, una publicación oficial del organismo multilateral de crédito, se tituló “El neoliberalismo: ¿un espejismo?”. El documento se inscribe en los embrionarios cambios discursivos y académicos que acompañaron al FMI desde que estalló la crisis internacional. Pero, si bien el organismo ha mostrado una (errática) tolerancia con muchas herramientas macroeconómicas contrarias a sus tradicionales políticas de ajuste, los países europeos, centroamericanos y asiáticos que requirieron la intervención del FMI desde 2008 estuvieron sujetos a las históricas condicionalidades recesivas: privatizaciones, reducción del gasto y aumento en las tasas de interés. “Ese artículo ha sido muy malinterpretado; no representa un cambio significativo en la estrategia del FMI”, advirtió el economista jefe del organismo, Maurice Obstfeld, frente a las expectativas que generó el texto que si bien se permite cuestionar algunas políticas defiende los pilares de la agenda ortrodoxa como la desregulación, la apertura de los mercados y la reducción del papel del Estado.

Con el estallido de la crisis internacional, el organismo pasó de discutir un ajuste interno ante la escasa demanda de sus servicios y los problemas financieros que atravesaba a convertirse en el encargado de monitorear la situación global y diseñar los “programas de rescate” para países en aprietos. El plano discursivo acompañó ese proceso con un incipiente y pragmático alejamiento de la histórica tradición ortodoxa que caracterizó al Fondo desde su creación. Al menos tres elementos forzaron esa transformación que se expresó en documentos del staff e intervenciones públicas de sus directivos: la expansión sostenida de muchos países en desarrollo durante los años 2000, la capacidad de esas economías para hacer frente a los coletazos de la crisis y el evidente fracaso de los modelos respaldados desde el establishment financiero. Sorprendían entonces los discursos donde se recomendaba impulsar la demanda con estímulos fiscales, preservar el empleo y reconocían la relevancia de los controles de capitales (fundamentalmente a la entrada de capitales y, en menor medida, las herramientas para limitar la fuga como las que implementó Argentina).

Aunque de tanto en tanto los documentos técnicos del FMI reconocen los riesgos asociados a la austeridad fiscal y la liberalización de la cuenta capital, el incipiente discurso keynesiano se desarticuló y rápidamente las publicaciones del Fondo volvieron a reclamar a los países latinoamericanos el ajuste del gasto, el enfriamiento de la demanda, la suba de tasas de interés, la implementación de reformas del mercado de trabajo, la apreciación del tipo de cambio y, hasta, cuestionar la acumulación de reservas. Las políticas de ajuste exigidas a Grecia, España y otros 30 países a cambio de los salvatajes fueron la regla de los acuerdos stand-by a lo largo del último lustro.

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