EL PAíS › PANORAMA POLITICO

Y dale con el peronismo

 Por Luis Bruschtein

Y dale con el peronismo. Se ha discutido tanto durante medio siglo en este país sobre ese mismo tema que ya resulta agotador. Y después de diez años de menemismo esa discusión se desvaneció por cansancio. Durante esos años, en el exterior, el peronismo fue mostrado como el salvaje felizmente civilizado. Le pusieron traje celeste y corbata amarilla y lo exhibieron por todos lados como ejemplo de bicho raro que había aprendido a comer usando los tenedores y sin eructar en la sobremesa.
Han pasado tantas cosas, el peronismo ha mostrado tantas caras, desde irreverente y plebeyo hasta veleidoso y corrupto como una corista francesa, que dejó casi sin sentido esa polémica y, en general, la gente optó por tomarlo como viene sin hacer ya demasiada teoría. Lo que también es un dato de que el otrora famoso gigante invertebrado ha perdido esa energía de macho cabrío que lograba que todo girara a su alrededor.
El asunto es que cuando esa fogosa polémica se aplacó en la Argentina, en Chile y Brasil deciden retomarla al mejor estilo de los años ’50 o ’60. En el lapso de algunas semanas, el actual canciller chileno Ignacio Walker, en ese entonces analista internacional, arremetió contra el peronismo con el tono ya prehistórico de los viejos gorilas de la Libertadora. Al mismo tiempo, la revista Veja, de Brasil, publicó una investigación, con mapa y todo, sobre los planes que taimadamente preparaba el peronismo para sus vecinos, si Hitler ganaba la guerra.
En realidad, la nota de Walker fue escrita en mayo, pero se conoció en la Argentina hace pocos días, cuando fue designado canciller de su país. El artículo era una protesta chauvinista, se podría decir incluso de un mal gusto patriotero agresivo, donde Walker advertía, paradójicamente, sobre las tendencias “autoritarias y fascistoides” del peronismo. El hombre expresaba su enojo porque la crisis energética había obligado a recortar el suministro de gas al país vecino. Resultaba paradójico, primero porque su texto fue bastante “fascistoide”, y segundo porque hablaba del mismo peronismo que en la época de Menem hizo un acuerdo por el cual un país que tiene que importar gas, como la Argentina, le vendía su gas a otro, en este caso Chile. Al hombre le encanta el peronismo que hace barrabasadas y no le importaron en ese caso las tendencias autoritarias y fascistoides.
Por más que hubo algunas disculpas tibias del lado chileno, lo cierto es que su elección en la Cancillería del gobierno de Ricardo Lagos estaría más en sintonía con una reafirmación del camino ya decidido desde antes, de priorizar la relación bilateral con Estados Unidos, que el fortalecimiento del vínculo con el bloque de países sudamericanos.
Lo de la revista Veja parece escrito por el capitán Ghandi, del que nadie se acuerda porque ya no vale la pena. Es una investigación sobre los planes del GOU, en 1941, cuando varios de los militares pro-nazis que lo integraban, soñaban con invadir países vecinos, como Paraguay, parte de Brasil, Bolivia y así, lo que se pudiera para arriba en el mapa, una vez que Hitler ganara la guerra. Como Perón integró el GOU, el periodista fuerza un poco las cosas y habla de los planes de invasión de un peronismo que todavía no existía, y que, cuando existió, demostró todo lo contrario a cualquier intención expansionista.
Resulta asombroso, después de tantos años, tanto interés por el peronismo cuando la bestia ya muestra las uñas gastadas. En realidad, ni a Walker ni al periodista de Veja les interesa demasiado el peronismo. Simplemente expresan corrientes dentro de sus países que entran en contradicción con la presión de las tendencias que buscan formas de integración económica y política. En el caso de Brasil, el artículo está más relacionado con el clima de antipatía por el lío de los zapatos y los electrodomésticos brasileños que con un debate académico sobre los significados del peronismo.
Tanto Walker como el periodista de Veja tienden a caricaturizar al otro que se empieza a conocer, que es una forma de negarse a conocerlo realmente. Pero los argentinos no nos podemos quejar demasiado porque hay muchos que también lo hacen. No sería extraño que a medida que avance la integración entre los países resurjan brotes de este tipo.
De todos modos, este intento de caricaturizar a los argentinos con esas caricaturas del peronismo puede dar una imagen engañosa. Porque aun así, los chilenos y brasileños se muestran más interesados en conocer a los argentinos que a la inversa. Los medios de estos dos países tienen más corresponsales y publican mucha más información sobre la Argentina que lo que se publica aquí sobre Chile y Brasil.
Hace pocos días, Umberto Eco expresaba en un artículo su asombro por el desconocimiento que suele existir entre dos naciones que están en guerra. Lo decía por la guerra en Irak y daba ejemplos sobre lo que un iraquí conocía de los estadounidenses, más allá del hecho ominoso de que son sus invasores. Y por supuesto, la absoluta ignorancia de los norteamericanos sobre el mundo árabe. Resulta más absurda la posibilidad no ya de una guerra sino de impulsar procesos de integración sobre la base del desconocimiento o de las falsas imágenes.
El artículo del actual canciller chileno estaba motivado por una medida de Néstor Kirchner más que por la historia del peronismo, y era esencialmente demagógico porque se montaba en una ola de irritación con la Argentina por la disminución del suministro de gas. Walker contribuyó a amplificar esa ola de antipatía con argumentos prejuiciosos que no daban cuenta de la complejidad del proceso argentino y la crisis energética que afrontaba en ese momento. Sería interesante saber cuál es la opinión del analista internacional y canciller Walker en un asunto donde juega más el falso nacionalismo que las urgencias concretas de una crisis, como es la salida al mar para Bolivia. Dos días antes de que Walker asumiera, la Cancillería chilena había castigado con el retiro a su encargado de negocios en Bolivia porque el diplomático había aceptado públicamente la posibilidad de que ese país accediera a una salida al mar. Es un tema intocable para la política chilena porque está lleno de telarañas y fantasmas simbólicos, pero que no le ocasionaría ninguna pérdida real. Es puro nacionalismo farolero del que Walker se espanta cuando lo ve en el peronismo.
El PJ local reaccionó con indignación, pero al mismo tiempo con algo de desconcierto. Hacía mucho que no se hablaba del peronismo –que fue parte de la internacional conservadora thatcherista– y menos para acusarlo de nacionalista, fascistoide o de revolucionario. Porque para aumentar ese desconcierto que cundió en algunos dirigentes, otro de los principales protagonistas latinoamericanos, el presidente venezolano Hugo Chávez, insiste en proclamarse peronista. En este caso lo hace con un sentido elogioso y se refiere más al primer peronismo.
O sea que el peronismo está armando una especie de malentendido continental cuando el país que fue su cuna ya se lo toma con más calma. Se pueden agregar algunos condimentos a este cuadro de situación, porque Carlos Menem está en Chile y Eduardo Duhalde tiene su bunker en Uruguay, en la oficina central del Mercosur. Son los dos últimos caudillos del justicialismo, uno neoliberal y el otro ortodoxo. Menem dice en Chile que es perseguido por el gobierno de Kirchner, a quien acusa de ser más transversal que peronista, aunque es difícil que los chilenos entiendan esa categoría geométrica.
Esta pequeña discusión latinoamericana sobre el peronismo también expresa la dificultad para caracterizar al gobierno de Kirchner. Decir, como Menem, que es un peronista transversal, lanza a los latinoamericanos al insondable universo del peronismo. Y lo de transversal da la idea de que viene a rayas o algo así.
Esta discusión también es parte de una buena noticia y es que es consecuencia de los procesos de integración que se dan en el continente. El uno a uno ponía a la Argentina en un limbo aparte, en una situación irreal para cualquier proceso de ese tipo. Las dificultades y protestas que surgen ahora dan la sensación de estar en un camino más concreto.

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