ESPECTáCULOS › EL AMOR (PRIMERA PARTE), UN LARGOMETRAJE REALIZADO A OCHO MANOS

Logros máximos con medios mínimos

Mariano Llinás, director de Balnearios y productor de esta atípica experiencia, insiste en que “con medios básicos y sin pedirle plata al Instituto de Cine se puede filmar con profesionalismo”.

 Por Horacio Bernades

¿Se puede filmar de a cuatro? Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y Juan Schnitman responden, a coro, que sí. Y si queda alguna duda, basta ver El amor (Primera parte) para comprobarlo. La innovación que la película producida por Mariano Llinás instaura en este terreno es que, a diferencia de otros films colectivos –en los que cada director convocado filma un episodio–, en esta ocasión se trata de una única historia, con dos protagonistas excluyentes, pero filmada a ocho manos. O dieciséis, ya que cada director contó, también, con un director de fotografía diferente. Ni una ni otra cosa se notan. Nadie que vea El amor... –y no sepa de antemano que fue dirigida y fotografiada por personas distintas– podrá adivinarlo, ya que el resultado luce una sorprendente, casi milagrosa homogeneidad.
Igualmente llamativa es la edad de los realizadores: Fadel tiene 23 y el resto, 24. Como si no fuera suficiente con entrevistar a cuatro a la vez, al encuentro con Página/12 se sumó también el productor y factótum de El amor..., Mariano Llinás, que había debutado en la realización con la festejadísima Balnearios, y tiene sólo unos años más que el cuarteto de directores. Por las dudas que faltara alguien, sobre el final de la charla se agregó la coordinadora de producción, Delfina Castagnino. Por suerte, la mesa era grande.
–¿Cómo empezó todo?
Martín Mauregui: –Los cuatro nos conocíamos de la Universidad del Cine, donde cursamos juntos la carrera de dirección. De ahí conocemos también a Delfina y a Llinás, a quien tuvimos como docente auxiliar en un seminario sobre registro documental. En ese seminario se trabajó el documental no tanto como género sino como modo de registro y de producción. La idea era que es posible filmar cualquier cosa con las técnicas propias del documental. Esto es, pocos equipos y livianos, una camarita común de video, un micrófono y eventualmente hasta sin luces artificiales. Todo esto no sólo por razones económicas sino también estéticas.
–¿Una suerte de Dogma danés en la Argentina?
Mariano Llinás: –No, para nada. El Dogma instituyó una serie de prohibiciones de forma forzada y aparatosa, entre otras cosas como estrategia de marketing. Von Trier y su gente se comportaban como los protagonistas de Los idiotas, que no son idiotas pero se hacen. Ellos eran chicos ricos, que tenían toda la tecnología a su alcance, pero que se hacían los pobres, por una suerte de caprichito, típico de niño rico. En nuestro caso la situación es totalmente distinta: somos realizadores de un país pobre, que no contamos con demasiados medios para filmar. Esa es nuestra realidad, y lo que nosotros nos propusimos fue sacarle el jugo a los medios que estaban a nuestro alcance. Siguiendo el ejemplo anterior, podría decirse que, al revés que la gente del Dogma, nosotros no nos hacemos los idiotas: somos idiotas.
–Sin embargo, una de las cosas llamativas de El amor... es que en pantalla no se nota la escasez de medios. La película tiene un acabado absolutamente profesional, en todos los rubros.
M.Ll.: –Ese era justamente uno de nuestros objetivos básicos: demostrar que se puede. Que con poca plata y medios básicos, sin pedirle plata al Instituto de Cine, se puede filmar un largometraje de duración normal y acabado totalmente profesional. Es lo mismo que yo me había propuesto con Balnearios, y creo que se logró. Pero Balnearios era un caso aislado, y lo que queríamos era generalizarlo, demostrar que cualquier película se puede filmar de esa manera. Por eso también elegimos hacerlo con una historia de ficción, que es como el mayor standard que admite la industria. Ahí está la película terminada y a punto de estrenarse: se puede.
–¿Y cómo fue que se les ocurrió contar una historia de amor? Porque no es la elección más habitual en chicos de veintipico. Hubiera sido más “normal” que eligieran un tema social. O filmar algún personaje oscuro, usando algún actor no profesional.
Alejandro Fadel: –La que tuvo la idea fue Delfina, partiendo de la base de que todos, en varios cortos que habíamos filmado por separado, habíamos rondado la cuestión del amor. Y lo que se buscaba era un tema unificador, que nos permitiera amalgamar, sin que se notara, los diferentes estilos y enfoques de cada uno.
M.M.: –Por otra parte, y a diferencia de muchas películas recientes, nosotros aspirábamos a lograr resultados máximos usando medios mínimos. En lugar de minimalismo estético, la mayor variedad posible de formas, discursos, registros...
–¿Cómo se organizaron en las distintas etapas del proyecto?
Santiago Mitre: –El guión lo escribimos entre todos, a lo largo de un año. Nos tomamos el tiempo necesario como para ir puliendo el guión y lograr acuerdos, para que quedara algo homogéneo. A veces nos juntábamos los cuatro, en otros momentos alguno escribía algo y se discutía entre todos. Lo bueno es que nadie se aferró a su “quintita”, creo que todos entendimos que lo importante era aportar al conjunto.
M.M.: –En cuanto al rodaje, fue al revés que en la etapa de guión: filmamos todo por separado, repartiéndonos las escenas entre todos.
A.F.: –No era que cada uno filmó un cierto tipo de escenas: uno las escenas íntimas, otro las de sexo, otro los fragmentos “documentales” ... No, todos filmamos todo, cada uno por separado. Y cada uno con su propio director de fotografía.
Juan Schnitman: –En algunos casos, dos equipos filmaban en simultáneo. Pero en general se filmó sucesivamente. Y por orden cronológico, además, para facilitar el trabajo de los actores y del equipo técnico, que de por sí tenían que hacer el cuádruple de esfuerzo con respecto a un rodaje “normal”. Hay que tener en cuenta que, más allá de que tratábamos de trabajar en base a ciertas pautas comunes, cada uno tiene su propio estilo, su propia forma de trabajar con los actores.
A.F.: –La verdad es que los actores tuvieron la mejor disposición, lo mismo que los técnicos. Les estamos muuuy agradecidos.
S.M.: –Lo otro que me parece que hay que destacar es que, para evitar personalismos, tratamos siempre de que si alguno había escrito una escena, o tenía por ella un cariño especial, esa escena la filmara otro, para que no hubiera desbalances.
–¿El rodaje llevó mucho tiempo?
Delfina Castagnino: –No, lo normal, 60 días. Tampoco es que se filmaba de lunes a viernes, 16 horas por día, sino que se iban adaptando los horarios como para que los actores no se mataran. Así, hubo jornadas de tres o cuatro horas, días de doble jornada, algunos otros en que se filmaba de corrido de la mañana a la noche... Un régimen muy elástico.
–¿Por qué la película se llama El amor (Primera parte)?
M.Ll.: –Porque la idea es que se vuelvan a juntar los cuatro, de acá a diez años, para filmar una segunda parte.
–¿Algo así como la saga de Antoine Doinel, de Truffaut?
Todos: –Tal vez, no sabemos con certeza. Es verdad que las películas de Truffaut fueron uno de los referentes más fuertes en el momento de pensar la película y de filmarla, más allá de que no todos tenemos los mismos gustos.

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Mariano Llinás, los cuatro realizadores y la coordinadora de producción, Delfina Castagnino.
 
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