EL PAíS › LA EXPERIENCIA DE LOS DESOCUPADOS DE LA UTL-SUR EN SAN VICENTE

Piqueteros en el corazón duhaldista

Familias que viven con menos de un peso al día por cabeza y que impulsan emprendimientos con los planes de empleo.

 Por Laura Vales

San Vicente, como se sabe, es el distrito donde Perón tuvo su quinta. Una pequeña comuna en el sur del Gran Buenos Aires, en la que todo el mundo se conoce. Y además, ciento por ciento duhaldista. Tanto es así que el año pasado, cuando los desocupados de la Unión de Trabajadores en Lucha decidieron hacer su primera marcha a la municipalidad, la intendenta Brígida Malacrida se lo tomó como una afrenta personal. Los piqueteros se reunieron sobre la ruta 210, a unos cinco kilómetros del centro, y desde allí caminaron, con pancartas y chicos. Ella estaba en su despacho cuando la policía le avisó lo que pasaba. Subió a una camioneta, la condujo personalmente hasta encontrar la movilización y les cruzó el vehículo cortándoles el paso. “Cómo me vienen a hacer esto a mí”, le dijo al grupo que quedó transitoriamente frenado 10 cuadras antes de llegar a destino. “Se armó una discusión que ni te cuento –recuerda ahora una de las piqueteras–, pero mucho no nos podía decir, porque ella fue a la misma escuela que nosotros.”
Quien lo cuenta es integrante de la UTL-Sur, organización creada por militantes de izquierda, una rareza en este territorio del PJ que fue, en otros tiempos, zona residencial. Nadie diría, viendo tanto jardín cuidado y techo de teja, que cuadras adentro va a encontrarse con la pobreza que se ve. Menos aún si se piensa que San Vicente fue el municipio que más dinero per cápita recibió del Fondo del Conurbano: en 1999, el presupuesto le destinó 320 pesos por habitante. Sin embargo, sólo en este galpón de la UTL-Sur –en el barrio La Esperanza– hay 250 desocupados.
Son familias que viven con menos de un peso al día por cabeza y que, ante la falta de trabajo, impulsan emprendimientos creados con los planes de empleo: hay una carpintería, una bloquera, una herrería, gran cantidad de huertas. Terminadas las cuatro horas de la contraprestación, muchos salen a juntar cartón y plástico para tener otro ingreso que los 150 pesos del Jefes de Hogar.

Emprendimientos

La bloquera nació con el objetivo de mejorar las casas de los vecinos del barrio. Como no cuenta con ningún subsidio estatal, se armó con el aporte de los desocupados. Raúl Cortez, de 35 años, llevó el molde para hacer los ladrillos. “Lo compró mi viejo cuando yo era chico; abarata los costos, porque se hace todo manualmente, ni siquiera necesita electricidad.” Otros acercaron herramientas: palas y baldes. La UTL-Sur compró el cemento y la arena para que pudieran empezar.
Produciendo a bajo costo, pueden ofrecer los ladrillos a 2,20 pesos, frente a un precio de mercado de 2,80. La bloquera es, además, una apuesta a generar una fuente de trabajo genuino. Raúl Cortez, que fue albañil mucho tiempo y más tarde seguridad de un frigorífico hasta que quedó en la calle, enseñó a hacer los bloques a Enrique Cisterna, que terminó el industrial hace cuatro años y está también desocupado. “Tengo un título de técnico electromecánico. Trabajé de lavacopas en un bar cerca de Tribunales y en un local de Once, pero ahora estoy sin nada”, cuenta.
A un costado de la bloquera está la huerta: varios canteros que fueron la primer iniciativa de la UTL. Hoy tienen en el municipio 12 granjas como esta, que se usan en el comedor popular y para que los miembros de la UTL lleven verdura a su casa. En el interior (el predio es un terreno con un antiguo galpón para criar pollos) funciona la cocina, una herrería y una carpintería.
Con la madera trabajan tres mujeres, Mirta, María Rosa y Sandra. Les enseñó un carpintero que ahora consiguió empleo. Por la falta de máquinas, también ellas hacen casi todo con las manos: la máxima posesión en materia tecnológica es una sierra de carnicero adaptada para su actual función. “No tenemos cepilladora, cortadora ni torno. Así que lijamos y cepillamos manualmente; hasta los encastres los hacemos de manera artesanal.” Las mujeres fabrican sillas, bibliotecas, toman pedidos por encargo: ahora están haciendo yerberas para el día de la madre.

Lo que no se paga

Como en todos estos emprendimientos, el gran problema es vender, porque se produce para el propio mercado de los desocupados, donde nadie tiene dinero.
De hecho, las organizaciones piqueteras impulsan una gran circulación de productos y bienes, gracias a la cual la gente sobrevive, y en la que el dinero no está presente. Todo se da sin la obligación –en cualquier otro lado omnipresente– del pago: aquí los desocupados comen por las viandas que prepara el comedor, se visten por el ropero del movimiento, mandan a los chicos a las clases gratuitas de apoyo escolar, consiguen zapatillas y guardapolvos en las movilizaciones conjuntas.
En el galpón está por terminar el día de trabajo, aunque hay un ir y venir de gente que pasa a preguntar si al otro día van a marchar. Ocurre que hay una negociación abierta por planes de empleo que se dieron de baja; si el diálogo fracasa irán a manifestar a La Plata. ¿Cuánto consiguen hoy con las marchas?, pregunta Página/12 a una de las referentes del barrio. “Las semillas, los planes, alimentos, muchas cosas”, cuenta ella. No habría manera de tenerlos sin movilizarse. Más, incluso, de lo que se ve: cuando hicieron aquella marcha a la intendencia pedían por una cuestión del funcionamiento de los servicios de salud. La historia terminó bien: después de la discusión, Brígida subió a la camioneta, volvió a su despacho y recibió a una delegación. Los piqueteros dicen que la atención, a partir de es protesta, mejoró notablemente.

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Sandra trabaja la madera artesanalmente. Junto con sus compañeras, hace sillas y bibliotecas.
 
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