EL PAíS › PUEDE NACER UN NUEVO SISTEMA POLITICO

A ambos lados del centro

La próxima elección implica una interna abierta del justicialismo que tiene un extraño potencial: el de ser el nacimiento de un sistema político bipartidista, con un nucleamiento de centroizquierda y otro de centroderecha. Cuatro analistas políticos examinan esta posibilidad y debaten sobre el nuevo paisaje posible.

La bipolaridad que se vislumbra:

Torcuato S. Di Tella *.

Hay que pensar que casi todos los países de cierto nivel de desarrollo tienen sistemas políticos bipolares, con una derecha y una izquierda. No necesariamente dos partidos, sino a veces dos coaliciones. La derecha se identifica con la mentalidad del gran empresariado, y la izquierda con la del sindicalismo y grupos intelectuales. No se trata sólo de mentalidades, sino de bases sociales. Y no hay lugar, en general, para partidos de centro. Cuando éstos han existido, a la larga se han debilitado (liberales ingleses) o casi desaparecido (radicales franceses y chilenos, y muy probablemente argentinos). Los que se han mantenido es a través de una estrategia de alianza con la izquierda, como los democristianos chilenos, o un sector de sus homónimos italianos. En la UCR argentina la única perspectiva de supervivencia es aliarse con la izquierda real del país, que es el peronismo renovado. Esto es lo que ocurrió durante el gobierno de coalición de Duhalde, y sigue ocurriendo en varias provincias argentinas.
En el esquema bipolar, aparte de las dos grandes formaciones de cada lado de la línea divisoria, a veces hay grupos más extremos, como Le Pen en Francia o la Izquierda Unida en España. Pero el partido real se juega entre los grandes batallones, aunque los tábanos pueden ser útiles como el que Sócrates pretendía ser para mantener despierto al noble caballo ateniense. En la Argentina el sistema es “raro”, porque la derecha es muy débil electoralmente, no hay una izquierda fuerte autoproclamada como tal y el centro independiente, la UCR, ha seguido sólido hasta hace poco (aunque esta última anomalía está desapareciendo). Queda la falta de la derecha electoral y de una izquierda. ¿Pero qué izquierda? Si estuviéramos en los Estados Unidos, deberíamos darnos cuenta de que la izquierda es el Partido Demócrata, y no la suma de los varios Socialist Workers Parties (con esa u otra combinación de nombres) que también hay en ese país. Lo que no quiere decir que los partidos más ideologistas no tengan algún rol que cumplir. Incluso puede ser que alguno a la larga se transforme en un gran batallón, como lo que ocurrió con el partido de Lula en Brasil (el PT).
Pero mientras tanto alguien tiene que ocuparse de las batallas principales que se libran en cada momento. En la Argentina el equivalente de eso es el peronismo, sobre todo cuando se libera de sus sectores más de derecha, como los de orientación fascista (López Rega y varios de los iniciales colaboradores de Perón, hace tiempo purgados), los neoliberales de Menem (que no son débiles como a veces se cree) o ciertos caudillos provinciales que se están cayendo del tronco principal justicialista pero que aún mantienen un significativo predicamento local. En cuanto al duhaldismo, éste se verá debilitado, pero a la larga debe colaborar con el gobierno nacional.
Mi pronóstico es que en el 2007 Kirch-ner va a conseguir en la primera vuelta un 40 por ciento de los votos y va a necesitar otros aportes para la segunda vuelta. Ahí es donde los “transversales” se van a agrandar, incluyendo partidos que en la coyuntura de octubre van a actuar como opositores –sin realmente sentirlo, al menos en sus niveles dirigentes principales–, como los Binner, los Juez, los Sabatella y lo que quede del Frepaso. ¿Y la derecha? Bueno, no quiero dar consejos no solicitados. Pero lo que se viene por ese lado es una convergencia entre los partidos más “modernos”, como el PRO, los provinciales y los restos abandonados del peronismo. Para el justicialismo renovado entonces ése será el adversario, y no la izquierda ideológica o moralista.

* Sociólogo, ex secretario de Cultura

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La diferencia con los partidos:

Por Franco Castiglioni *.

El miedo no es tonto, se suele decir. La valentía, en vez, es fácilmente identificable con el idealismo, aunque asociado a la falta de realismo, la ingenuidad o, advierten otros, el aventurerismo temerario. A los miedosos les asiste la obstinación por defender lo que consideran rasgos profundos e irreversibles de un país, se trate de la supremacía de la economía de mercado existente o la inexorabilidad de la incertidumbre laboral en las sociedades competitivas. Según las circunstancias políticas, nuestros miedosos argentinos, a ellos nos referimos ahora, se vuelven adictos a la gresca permanente, a la batalla cultural contra los males de la política tout court: a veces la corrupción y el clientelismo, otras el internismo partidario, más en general al conflicto político y social estampillado demagógicamente como un “ruido” que ensordecería a los sensibles oídos de los inversores locales y extranjeros. No temen al ridículo cuando alertan contra la sequía de canillas que sobrevendría en los meses estivales por la salida de Suez de Aguas Argentinas cuando todavía un tercio de los habitantes del área metropolitana desconocen las cloacas y uno de cada cuatro no accede al agua potable; o cuando aseguran solemnemente que la empresa acuífera francesa, fiel a los principios republicanos, no aceptó la imposición “de Kirchner” de permanecer en el país a cambio de postergar aumentos tarifarios presuntamente hasta el día después de las elecciones de octubre (o sea un mes).
Pero como el miedo criollo no es zonzo, los reproches quedan impresos en títulos y columnas de la tribuna de doctrina mientras pragmáticamente tapan sus narices –¿Es que acaso puede ganar López Murphy? ¡Es que no hay alternativa en este sistema partidario!– y, a falta de Menem, se sientan con quienes hicieron de la provincia de Buenos Aires la quintaesencia de la “dádiva”, del uso discrecional de fondos públicos, de la cultura de la prepotencia, pródigos en promesas de bajar las retenciones al campo, de esgrimir junto a Rico y a Patti su intransigencia con el delito (¿?), de no escarbar en el pasado de los derechos humanos, todo sazonado con un tono discreto y moderado.
Por su parte, los valientes saben de las resistencias al cambio. Conocen las fórmulas tradicionales y de los daños que han hecho al país, a la democracia con justicia social, aunque tampoco sepan bien qué es lo que pueda sustituirlas ni cómo hacerlo sin plagarse di viejos vicios. Por eso caen en la repetición de proponer huidas hacia delante. Así mientras concentran sus dardos de campaña en la denuncia de la “vieja política”, se desgastan abusando de una categoría gaseosa, mientras pasan por alto estar ejerciendo políticas de alto impacto social como la estabilidad del precio de los combustibles, obtenido frente a las corporaciones petroleras privadas y extranjeras y la presión al alza del mercado internacional. Al mismo tiempo, tal vez para esconder aliados impresentables, de la vieja política precisamente, no han replicado insistiendo sobre la novedad y calidad de los candidatos que siguen en las listas de los distritos clave. Deriva la ausencia de debate interno y social sobre la importancia para el Gobierno de sentar las de un sistema partidario con una clara división entre centro izquierda y centro derecha como el que ha esbozado el Presidente. No es un debate para expertos: a todos los ciudadanos interesa que el sistema político sea representativo y efectivo; todos quieren saber qué se vota y quién se hace responsable. Con partidos pueden darse esas condiciones. En los movimientos no. Alvaro Alsogaray elogió en 1989 la fórmula política tradicional del movimiento con un líder, una identidadremota e ideología fluctuante: “Nosotros los liberales estuvimos 35 años tratando de lograr lo que Menem obtuvo en algunas horas (“Alsogaray elogió a Pinochet y al milagro Menem”, Ambito Financiero, 16/11/89, p.13).

* Politólogo.

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Derecha, izquierda e interna justicialista:

Rosendo Fraga *.

En términos generales, hay un tercio de la sociedad argentina que tiene ideas de centroderecha, otro que las tiene de centroizquierda y el tercer tercio es fluctuante y de acuerdo con las circunstancias gira en una u otra dirección. Este tercio cambiante en los años noventa había girado hacia el centroderecha. Mientras que en esta década, como consecuencia de la crisis 2001-2002, lo hizo hacia el centroizquierda, sobre todo en el campo económico, aunque paralelamente siga manteniendo más bien posturas de centroderecha en materia de seguridad pública.
Es así como el tercio fluctuante –que es el que define la orientación mayoritaria de la sociedad en un determinado momento histórico– hoy muestra una situación ambigua y aporta contradicciones a la configuración del espacio ideológico. En el campo económico tiene posturas estatistas, que genéricamente pueden ser denominadas de centroizquierda, pero en materia de seguridad –y protestas sociales– pide políticas más enérgicas, que pueden ser caracterizadas como de centroderecha.
Esta es la complejidad con la cual la sociedad argentina se acerca a la elección del 23 de octubre. Comparte con Kirchner los resultados de su política económica y su enfoque político general de gobierno, pero plantea reparos frente a su política en materia de seguridad pública.
Históricamente, la sociedad argentina nunca ha votado un proyecto explícito de izquierda o derecha, desde los años treinta. En general ha votado posturas populistas –como las representadas por el peronismo y el radicalismo–, que de acuerdo con las circunstancias se acercan hacia el centroizquierda, como fueron Alfonsín en el radicalismo y ahora Kirchner en el peronismo, o el centroderecha, como fue Menem en su reelección y De la Rúa en su elección. En este contexto, la elección legislativa del 23 de octubre se ha transformado en una suerte de interna abierta del justicialismo, con bajos componentes ideológicos. El PRO de Macri y López Murphy no es una opción de poder real frente a la puja justicialista, como tampoco lo son las fuerzas de centroizquierda como el ARI o el PS.
Los argentinos votarán así entre dos populismos, cuya política económica es similar –Lavagna fue el ministro de Economía de Duhalde y lo es de Kirchner–, así como también mantienen cierta analogía en cuanto a una política social de corte asistencialista y un cierto enfoque sobre la política exterior. El Frente para la Victoria y el PJ sólo muestran diferencias ideológicas claras en cuanto a la política de derechos humanos. Y, pese a la dura campaña electoral, siguen integrando ambos los bloques justicialistas tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados.
En este escenario preelectoral nos encontramos con el no-peronismo, que no sólo muestra una división, sino también una atomización o fraccionamiento sin precedentes. La UCR y el PRO de López Murphy y Macri pugnarán por el tercer lugar detrás de las dos versiones del peronismo, el FV y el PJ, con aproximadamente el 10 por ciento cada uno. El PS podrá ganar Santa Fe y el ARI Capital, pero en el ámbito nacional ambas fuerzas rondarán un 5 o 6 por ciento de los votos. Algo similar ocurrirá con los partidos provinciales que se presentan divididos y la izquierda, donde las divisiones se han multiplicado. Si el no-peronismo se presentara unido con el 40 o 45 por ciento de los votos, ganaría la elección e incluso lo mismo podría suceder en la decisiva provincia de Buenos Aires. Pero la atomización de su caudal hace que el peronismo hoy pueda dividirse, quedando como primera y segunda fuerza en el ámbito nacional, sin riesgo alguno.
De esta forma, no sería de extrañar que después del 23 de octubre la elección presidencial de 2007 comenzara a pensarse más como una competencia entre dos coaliciones con eje en los dos sectores de origen justicialista que en una competencia entre una coalición clara de centroizquierda y otra de centroderecha. Por esta razón, no parece fácil que del 23 de octubre emerja un cuadro ideológico claro, planteando para 2007 una elección entre una coalición de centroderecha y otra de centroizquierda, como sería una elección entre Cristina Kirchner y López Murphy, ya que hoy es más probable que esa competencia sea entre el “kirchnerismo” y una coalición con base en el justicialismo y eventuales en el radicalismo –la “vieja política”–, con un candidato al estilo de Roberto Lavagna.

* Politólogo, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría

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¿Qué recomposición política se anuncia?:

Isidoro Cheresky *.

Las elecciones legislativas intermedias suelen ser una ocasión en que se mide, por distritos, la evolución de fuerzas en una escena ya constituida. El 23 de octubre próximo la compulsa electoral revelará, en cambio, los ingredientes de una recomposición política que probablemente nos ofrezca en un futuro un panorama de fuerzas políticas sustancialmente nuevo. Por el momento, predomina la desagregación de los partidos políticos tradicionales, y en particular los principales protagonistas de los años ’90, individuales y colectivos, se encaminan hacia los márgenes de la escena. Cuáles son las fuerzas emergentes que van a consolidarse es un enigma que debería dilucidarse en vistas a una mejor calidad de la vida pública, pero que probablemente recién comience a definirse en esta contienda electoral.
La nacionalización de la campaña electoral impulsada por la intervención presidencial y por la dramatización que apareja la ruptura del peronismo bonaerense no conduce, sin embargo, a una divisoria de aguas nacional entre partidarios y opositores del presidente Kirchner y el resultado de las elecciones no permitirá cuentas claras entre dos campos políticos porque ni la oferta electoral ni las tendencias actuales del voto permiten pronosticar una tal bipolaridad. El impulso presidencial definido por la ruptura con Duhalde en la provincia de Buenos Aires y la promoción del emblema Frente por la Victoria ha tenido continuidad en las provincias de Misiones, Catamarca, La Rioja y San Luis, en las que también otras tantas listas en competencia con las apoyadas por el Presidente van con la tradicional etiqueta del PJ. De esta forma, si los términos programáticos no son explícitos y los actores de este realineamiento no son fácilmente identificables con el peronismo de izquierda, esa oferta asume el común paradigma de identificarse con la acción presidencial.
Hay distritos como la ciudad de Buenos Aires y Santa Fe en que el Frente por la Victoria, remozado, es la única oferta de raíz peronista.
En el otro extremo de la estrategia oficialista, en Salta, en La Pampa y en otros distritos donde los alineamientos son menos claros aún, los candidatos peronistas consagrados con el beneplácito presidencial son los que vienen del pasado y no adhieren al nuevo rumbo. Finalmente, un dato no menor de este impulso presidencial, que se entrama con las variadas situaciones locales, es el de las alianzas con líderes radicales en Corrientes, Santiago del Estero, Tierra del Fuego y Neuquén. Pero si no hay un oficialismo bien delineado, tampoco hay una configuración opositora claramente trazada. El partido radical, aunque procura presentarse como alternativa, sufre una notoria disgregación; como hemos visto aun en algunos de los distritos en que gobierna, se ha avenido a coaliciones oficialistas y en otros casos no lo ha hecho, pero alguno de su líderes se muestra en buenos términos con el jefe de Estado. La coalición liderada por el socialismo en Santa Fe parece la alternativa más consolidada a las listas del Presidente, pero con la particularidad de que su líder Hermes Binner se cuida especialmente de darle un carácter provincial a su campaña y evita un pronunciamiento opositor en el plano nacional. A este nivel se percibe también la fragmentación existente por el contraste con los socialistas bonaerenses duros críticos del Gobierno y aliados aquí con la izquierda tradicional.
El nuevo centroderecha, Pro, ha reformulado su perfil con el espectacular lanzamiento que pretende instalar un espacio político en ruptura con el conservadurismo y el piqueterismo. Pero no ha constituido una alternativa nacional y sus expresiones significativas son la porteña y la bonaerense, sobre todo la primera. Sus líderes juegan sus posibilidades y probablemente la propia existencia de la fuerza en la obtención de un resultado que les dé perspectiva para las elecciones del 2007. Mientras que, por su parte, Lilita Carrió se ha hecho fuerte en la ciudad de Buenos Aires, en donde tiene buenas posibilidades electorales, procurando aglutinar el voto no peronista y en particular el radical y el de centroizquierda.
Como se ve, predomina la fragmentación de lo hasta ahora existente. En términos electorales, entre el polo de partidarios del Presidente y los polos de oposición existe una amplia zona gris constituida por quienes se sustraen a la dicotomía. La intervención presidencial ha marcado por cierto la escena, pero sin lograr hasta ahora la completa nacionalización de la campaña. La popularidad alcanzada por sus actos de gobierno es alta, pero no se traslada a sus candidatos más afines en cada localidad. Es decir que la dificultad en el reconocimiento de dos campos políticos se sustenta también en la existencia de un electorado fluctuante que en buena medida resiste inscribirse en una dicotomía. La recomposición política que se anuncia estará condicionada por los resultados electorales, que aún no están definidos pero anuncian como probable que surjan mayorías de diferente signo político. En términos institucionales, las futuras cámaras legislativas nacionales conformarán probablemente un mosaico variopinto sin mayorías oficialistas. Será un tiempo de mayores definiciones y probablemente se esbocen entonces nuevas coaliciones políticas en vistas a las elecciones generales del 2007.

* Politólogo, profesor de la Universidad de Buenos Aires

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