EL PAíS › EN UN LOCAL ABANDONADO DEL MAYO EN PARQUE LEZAMA

La asamblea toma el banco

Los vecinos del parque ya tienen sede para su asamblea: el sábado
lavaron y arreglaron un local del Banco Mayo, quebrado en 1995, que ni cerradura tenía. Festejaron con guiso carrero y títeres.

 Por Susana Viau

-Hay un local abandonado hace años. Yo paso siempre y tiene la puerta rota. Si quieren vamos a verlo.
La propuesta surgió de golpe y se ubicó en el centro de la escena. Eran las 11 de la mañana del sábado y todavía eran pocos los paseantes que circulaban por la esquina de Martín García y Defensa, un rincón del Parque Lezama. El sol entibiaba pero no lo suficiente para hacerles olvidar a los asambleístas reunidos junto a la cancha de bochas que estaban en invierno y hallar un lugar bajo techo hacía rato que había empezado a ser una necesidad imperiosa. En caravana se dirigieron hasta Suárez y Patricios, en el corazón de Barracas. Tras algunos conciliábulos acordaron entrar. En pocos minutos aparecieron cepillos, detergentes, escobas. Al rato, la antigua sucursal del Banco Mayo, quebrado siete años atrás, en enero de 1995, relucía. La Asamblea de Parque Lezama Sur se sumaba así, desde ese mediodía, a la lista de organizaciones barriales de democracia directa que en los últimos meses han recuperado espacios inactivos para funcionar.
El miembro del Poder Judicial al que habían invitado para un debate público sobre “Justicia y Seguridad” recibió a tiempo la noticia del cambio de locación. El magistrado y el patrullero de la comisaría de la zona llegaron casi al unísono y fue el frustrado disertante quien parlamentó con los efectivos, exageradamente intolerantes para un grupo de cincuenta personas armadas con baldes y plumeros. Pero las cosas se tranquilizaron. Página/12 ya estaba presente cuando el titular de la 26ª, que se había acercado para continuar la negociación, echó una mirada al interior del viejo banco y preguntó cuál era el objetivo de esa decisión. “Para fines sociales”, escribió y advirtió de inmediato: “Mi deber es notificar”. Dentro, los asambleístas festejaban haber dejado de ser itinerantes y redactaban un pequeño volante de presentación a los vecinos de la cuadra. “Que un espacio dedicado a la usura se ponga al servicio de las enormes necesidades de la gente”, dicen. A la vez que escribían, recordaron entre bromas que los dos últimos números del inmueble (1244), para los jugadores de quiniela tienen un significado: “la cárcel”.
A la parrilla lindera la sorprendió la lluvia de clientes. Igual, improvisó el almuerzo. La noticia circuló entre las asambleas de la línea del sur (Plaza Dorrego, Plaza 1º de Mayo, San Telmo), que se acercaron a solidarizarse y cooperar: muchas ya tienen sede propia y proyectan comedores populares, clases de apoyo, actividades culturales y políticas. Mientras tanto, los de Lezama Sur iban y venían de sus casas acarreando sillas, afiches, pinturas y sábanas para las pancartas. Por la noche, la apertura del local fue celebrada con una función de títeres para adultos. La aclaración no fue obstáculo para que, pegados al retablo, se ubicaran los niños. La primera fue una obra breve, un monólogo puesto en boca de una muñeca esperpéntica (“¿Por qué tiene la boca torcida?”, preguntaban a voz en cuello los más pequeños) y basado en un texto de Julio Cortázar, “Instrucciones para llorar”, de la Historia de Cronopios y de Famas.
–¿Instrucciones? –quiso saber, extrañado, uno de los chicos.
–Sí, instrucciones –le respondió la dama de papel maché.
–Entonces es un experimento –concluyó el crío.
La hora y media la completó una segunda obra, atribuible a la cosecha de las titiriteras. La abrieron un ángel bueno y un ángel diabólico. El contrapunto fue desopilante:
Angel bueno (rezando): –Padre nuestro que estás en los cielos.
Angel diabólico, con voz de niño cantor: –Ubicacioiooooón: veinticinco.
Terminada la función, los anfitriones obsequiaron a los vecinos e invitados de otros barrios –y se obsequiaron– con un reconfortante “guiso carrero” al que no le faltaba nada, excepto carne. En una graciosa concesión a las minorías vegetarianas.

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La policía primero actuó con exceso de rigor y después se aquietó y se limitó a informar.
Los vecinos aparecieron con cepillos, detergente y carteles para arreglar su flamante local.
 
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