EL PAíS › EL GOBIERNO SIN ARREGLO CON EL FMI Y SIN SUCESOR A LA VISTA

El ripioso camino al cementerio

El duhaldismo le suelta la mano a De la Sota y no consigue asir la de Rodríguez Saá. A reconciliarse con Solá, si se puede. Lavagna: cuando hacer la plancha es una hazaña. Qué le queda a un Gobierno sin programa, ni partido, ni candidato.

 Por Mario Wainfeld

“En política, nadie te acompaña hasta el cementerio”, metaforiza el dirigente duhaldista, tratando de dar cuenta del ánimo (y de las decisiones) del gobierno respecto a José Manuel de la Sota. Breve, todo lo indica, fue el delfinato del cordobés. Las encuestas le dan mal, el hombre no prospera, mientras Adolfo Rodríguez Saá sigue punteando en la interna y sobre todo en el sector social –se supone– raigal del peronismo, el de los pobres que en épocas del General eran trabajadores y ahora son (mayoritariamente) trabajadores desocupados.
“El Gallego es un cuadrazo pero... ¿qué quiere que le diga? El intenta vender lechuga y la gente quiere margaritas.” Adivine, lector, quién es -a los ojos de casi todos los hombres de Duhalde– el más eximio vendedor de margaritas. Una ayudita: es carismático, sonriente y fue presidente por el lapso de una semana.
“La máquina cruje”, insiste en metaforizar sencillo el hombre con despacho en la Rosada. “La máquina” es el aparato duhaldista, “un aceitado aparato electoral y un mediocre aparato político”, analiza con tino quien lo describe a Página/12 y también lo integra. La máquina cruje porque sus intendentes perciben que “por abajo” el voto peronista deriva hacia “el Adolfo”. Lentamente van haciendo guiños al candidato emergente y Eduardo Duhalde, mal que le pese, no tiene con qué doblarles la muñeca a sus propios hombres. Casi ninguno de ellos trasciende más allá de los límites de su propia intendencia, poco le suman –cuando no le restan– en el tablero nacional, pero su capacidad de veto no es menor.
La decisión de Duhalde –comunicada en varias tenidas con miembros del gabinete y desarrollada en un almuerzo con el intendente matancero Alberto Balestrini– es replegarse al territorio y desensillar hasta que aclare. La fecha que se ha elegido para prolongar la agonía del gobernador cordobés es el 17 de octubre. Por entonces, habrá aclarado y el aparato electoral formidable ensillará y decidirá a quién apoya en las presidenciales de marzo... y en las internas de noviembre, si es que las hay.
La relación entre De la Sota y el duhaldismo está tan llena de dobles juegos, histeriqueadas y mohínes que daría para una telenovela de Suar o para una separata del politólogo sueco que escribe sobre la Argentina. El cordobés no quiere que el oficialismo sea abanderado de su candidatura pero rezonga audiblemente cuando lo desampara. El gobierno nunca dijo que lo apoyó pero sí lo hizo por un rato. Ahora, espasmódico como suele ser en todas sus jugadas políticas, atisba el cementerio en el horizonte y desensilla. Podría puntualizarse que el cementerio está un poco lejos aún y que sólo puede verlo quien tiene muy quebrada su voluntad. Decretar ganador, imbatible fenómeno electoral a quien, como el sanluiseño, va bien en su campaña pero no supera el 20 por ciento de la intención de voto general es –a seis meses largos del comicio– cuando menos, apresurado. Pero el duhaldismo funciona así, es ciclotímico e ineficaz. Propone batallas sorprendentes y apenas comienzan acostumbra tirar la toalla con presteza. “Duhalde es un fighter... pero, creáme, esa silla es la silla eléctrica”, justifica uno de sus fieles mientras señala, en forma imprecisa, hacia el lugar donde está el sillón de Rivadavia.
Otro ex fighter luce a su vez cansado y poco dado a tomar el centro del ring. Carlos Menem está en campaña, aunque usted lo haya olvidado, pero cada vez aparece menos en público, como no sea para desmentir haber cometido delitos o para denunciar operaciones en su contra. Eduardo Bauzá, que lo sabe interpretar, sigue buscando una huida elegante, léase una candidatura de unidad que le permita al Jefe retraerse a su vida privada y a las defensas judiciales. Todos los días fatiga su celular operando el regreso de la Gran esperanza blanca –y parca– Carlos Reutemann. Es otra paradoja idónea para hacer lucir al sueco. Hace un par de meses el menemismo apretaba al santafesino para amedrentarlo, hoy lo quierereposicionar. París bien vale una misa: Bauzá no le hace ascos a proponer esta jugada al propio oficialismo, vía José Pampuro o Aníbal Fernández. Pero es en vano. Por ahora, Lole no quiere. Y habría que ver si –en caso de querer– podría remontar la cuesta.
El príncipe Felipe
El repliegue al territorio viene acompañado de un reflujo duhaldista hacia Felipe Solá. Cerrar filas es la primera sapiencia del que se repliega y el actual gobernador, discurrió Duhalde ante su tropa, sigue siendo el mejor candidato para el 2003.
“Felipe va a contar con nosotros –explica otra espada del Presidente–, pero tiene que dejar de quejarse, de creerse un príncipe al que todos le tenemos que rendir pleitesía y laburar con el conjunto.” Efectivamente Solá se siente acosado y abandonado por el gobierno nacional y hasta objeto de operaciones de toda magnitud. Incluso ha rezongado en oídos fieles al Presidente: cree ver la mano del ministro Juan José Alvarez detrás de los embates que le prodiga el aparato comunicacional de Daniel Hadad. Seguramente es un exceso de prevención; el multimedio fascista tiene vida propia y una línea inequívoca en materia de seguridades públicas.
Pero, aunque no todo lo que ocurre gira en su derredor, razones le sobran al gobernador para sustentar su inquina. “Felipe es un poco paranoico. Pero, como decía Woody Allen, ser paranoico no prueba que a uno no lo están persiguiendo”, justifica un bonaerense que quiere amigarse con él. Por lo pronto, lo que dice Duhalde ahora contradice lo que decía hace apenas tres semanas. Por entonces despotricaba contra Solá y les aseguraba a sus compañeros de gabinete “el candidato va a ser uno de ustedes”. Profecía que sonó como una sinfonía a los oídos de, al menos, dos ministros, Alfredo Atanasof y el citado Alvarez, quienes empezaron (o, para ser más precisos, volvieron) a mirarse al espejo pensando cómo les quedaría el traje.
Además, la política de seguridad del gobernador eriza a varios de los intendentes del conurbano por aquello que denunció Marcelo Saín. Cuando todo era mala onda entre La Plata y la Rosada unos cuantos intendentes y referentes provinciales se solazaron sacudiéndole la escalera a Solá. Intentaban una carambola a dos bandas: recuperar poder interno y suprimir interferencias en la recaudación non sancta “para la política”, una de las pocas funciones que la Bonaerense cumplió con eficacia en los últimos quince años.
“Recomponer”, dice el Presidente, pero no es fácil cambiar de rumbo en cuestión de horas. El tiempo de cicatrización de las heridas es bastante más largo que el de los cambios de humor en Balcarce 50. Solá está tan furioso con el duhaldismo como De la Sota..., pero en estas horas ocurre que es percibido como más necesario. Otro frente político que se abre el gobierno en buena medida por su propia torpeza y sus eternos zigzags.
La razón de ser
Las nuevas declaraciones de Paul O’ Neill terminaron de arraigar en el Gobierno la convicción de que su mandato no alumbrará un acuerdo con el Fondo Monetario, ni siquiera en la versión más minimalista que se propuso, con sensatez que no abunda en el oficialismo, Roberto Lavagna. En algún sector político del gobierno se alumbran las cenizas de un vago nacionalismo, se habla de “vivir con lo nuestro” y hasta circulan un par de papers sobre la experiencia de Malasia.
Lavagna ni piensa en Malasia. Está convencido de que no debe –ni puede- apartarse del módico programa que viene aplicando hace seis meses. “Vamos a llegar a la transición en forma ordenada con el FMI o sin el FMI”, explica a quien quiera oírlo. “Al fin y al cabo pasamos estesemestre sin feriados cambiarios, recuperando reservas y pagando 3400 millones de dólares a los organismos.” Desde luego, Lavagna no baja los brazos en público y mantiene con templanza su kafkiano intercambio de mails con el FMI que sigue –a estar a la metáfora futbolera– corriendo kilómetros el arco. Nadie lo dice a los gritos pero hay una “nueva” condición que el gobierno no está ni ahí dispuesto a encarar. Se trata de poner en negro sobre blanco la reestructuración del sistema bancario, es decir expresar con números promesas de despidos en el sector privado de la economía es una ordalía que ni aún una administración tan sumisa con los organismos soporta. Sería poner palabras y guarismos a un conflicto social inminente que la administración prefiere se despliegue en el tiempo.
En el ínterin, Lavagna le desarmó un conflicto potencial pero severo a Duhalde restaurando la relación con los gobernadores y prometiendo ponerse al día con la deuda por coparticipación. Se preveía una reunión espinosa, tanto que Duhalde (algo hastiado de recibir cachetazos) pegó el faltazo y terminó sin que casi ningún mandatario provincial protestara.
Lavagna no le mete goles en contra a su gobierno (y ya por eso es su mejor bastión) y tiene un razonable manejo de las variables que puede controlar para que no se le desmadren. Tanto es ése su norte, que resulta patente que –en estos días– hace más por evitar una baja en la cotización del dólar que por instarla. En la delicadísima coyuntura de este otoño una baja seguida de un respingo, así la cotización terminara siendo menor que la del inicio, conlleva más riesgos que mantener la actual.
Hacer la plancha no es fascinante pero –para este gobierno– es cual una probation: constituye una condena, si se dejara de cumplir no sería suplida por la libertad sino por una pena más severa.
Casi ninguno de los objetivos iniciales ha cumplido el Gobierno y casi ninguno podrá cumplir de aquí en más. El acuerdo con el FMI y la designación de un sucesor eran su mínimas apuestas finales. A los 8 días de septiembre de 2002 las dos parecen destinadas al fracaso.
Un corte y volvemos
El juicio político a la Corte, otro ring que montó el oficialismo para luego bajar la guardia, está en el peor momento posible. Duhalde tiró la toalla pero los cortesanos van por más. Tienen bajo la manga –es un modo de decir porque lo anuncian a los gritos– un fallo declarando nula la pesificación cuyas consecuencias meten miedo. Su irresponsabilidad institucional da para cualquier cosa y está por verse el límite de su capacidad de daño.
El gobierno suda la gota gorda para ofrendarle el cajoneo definitivo del juicio político pero: a) no consigue el quórum en Diputados y, para colmo, b) vaya a saberse si esa ofrenda calma la furia de los impávidos cortesanos. El objetivo oficial es consumar la enésima defección del Parlamento, calmar los nervios de los magistrados y que un par de ellos se retiren en paz y con todos los honores. Algunas malas lenguas dicen que por eso se viene pedaleando la derogación de las jubilaciones de privilegio. No sea cosa que esos repúblicos se vayan a su casa tras años de patrióticos servicios cobrando menos de diez lucas por mes.
Por si todo lo antedicho no fuera bastante, Duhalde hirió en estos días la sensibilidad y el orgullo de Juanjo Alvarez, el funcionario que más diálogo tiene con los cortesanos. La irrupción de León Arslanian como asesor oficial en un área colindante a la suya sin haberlo consultado llevó al ministro de Justicia a blandir su renuncia. Duhalde lo convenció de retirarla pero no evitó que se abriera una brecha al interior de su propia tropa. Un clásico.
Empate a cero
Fernando de la Rúa obtuvo un record Guinness, gobernando sin el apoyo de su propio partido, una fuerza popular implantada en todo el territorio nacional. Para solaz del politólogo sueco, que piensa que Argentina es un eterno laboratorio para su ciencia, Eduardo Duhalde consiguió repetir el portento. Eso sí: su partido es más grande que la UCR y más poderoso.
De la Rúa no sabía qué hacer con su gobierno y cayó como una pera madura. El peronismo, se sabe, es duro de matar y –en términos relativos- mucho más duro de matar que el radicalismo. Por otra parte no hay nadie dispuesto a tomar el relevo hoy. La única persona pública que manifiesta enorme avidez por ser Presidente, Rodríguez Saá, está conforme con cómo vienen las cosas, sigue creciendo y no tiene por qué quemar etapas. Pero hay algo en el aire que sugiere que, más pronto que tarde, este gobierno deberá volver a acortar la duración de su mandato. Ha perdido, tan luego, su razón de ser y su única obsesión es tentar un acercamiento con “el Adolfo”. Pero el Adolfo sabe que el duhaldismo es mancha venenosa y obra en consecuencia.
Sin partido, sin programa y sin candidato, el gobierno sobrevive como puede en una sociedad que oscila entre la impaciencia y la resignación.
En política nadie te acompaña hasta el cementerio. Por añadidura, este gobierno ha hecho muy poco para ganarse el respeto de quienes lo sobrevivirán. A esta altura de la velada, solo parece quedarle por delante una agonía en soledad.

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