EL PAíS

Los farmers

 Por Horacio Verbitsky

La presidenta CFK confrontó a la Federación Agraria con su propio pasado y encomió el Grito de Alcorta, el alzamiento de 1912 reclamando por los abusos de los grandes propietarios que arrendaban la tierra a los gringos inmigrantes. Esta historia es irreconocible en sus dirigentes actuales, cuya disputa por la conducción de la FAA se dirime viendo quién está más cerca de la Sociedad Rural y es más duro para sitiar por hambre a las ciudades y doblarle el brazo a un gobierno legítimo, aunque ello implique derramar leche y tirar carne y frutas. Estos son fragmentos de algunas notas del diario New York Times, sobre distintos episodios que involucraron a la FAA y/o la SRA.

En 1929 el presidente Hipólito Yrigoyen envió al Ejército a Rosario para reprimir una huelga chacarera que además de mejores salarios proponía crear un frente unido contra la Liga Patriótica, cuyas guardias blancas proveían carneros para romper huelgas.

El conflicto prosiguió luego del golpe de 1930, pero entonces se debía a los bajos precios del recesivo mercado mundial, que no compensaban el costo de levantar la cosecha. Por entonces los grandes terratenientes producían carne y arrendaban parte de sus tierras a los pequeños agricultores que sembraban trigo, maíz y girasol. En 1933 el gobierno del general Agustín P. Justo detuvo y amenazó con deportar al presidente de la Federación Agraria, Esteban Piacenza, por amenazar con una huelga general y una marcha sobre Buenos Aires en demanda de rebajas en los arriendos, las tasas de interés y los fletes y la fijación de precios mínimos. Piacenza fue puesto en libertad, pero confinado a Gualeguaychú. El resultado de estos movimientos fue la creación de las Juntas Nacionales de Granos y de Carnes, que regularon sus precios y condiciones de comercialización hasta que Menem y su secretario de Agricultura, Felipe Solá, las disolvieron en 1991. Los agraristas federativos se aproximaron a los grandes ganaderos contra la política sectorial del gobierno de Juan Perón.

Luego de su derrocamiento, los productores rurales celebraban el incremento de las cosechas y de sus precios internacionales, pero aun así protestaban porque el gobierno de Aramburu y Rojas no avanzaba con suficiente velocidad “en la eliminación de los controles estatales” de la economía. A fines de ese año el agricultor José Idoyaga Molina se quejó de que no recibía el equivalente en pesos de los dólares que generaba con sus exportaciones, consecuencia de la “ruinosa economía dirigida, con sus tasas de cambio diferenciales, sus precios máximos y regulaciones extravagantes”. Vaticinaba que esto “exterminaría” la producción agropecuaria. La Sociedad Rural advertía que la reducción del stock ganadero no permitiría cumplir los compromisos de exportación.

En la semana del derrocamiento de Isabel Perón, el New York Times publicó dos notas de su enviado Jonathan Kandel. En la del 27 de marzo, Leonardo Demmel, secretario de la Sociedad Rural de Jesús María, comentaba con entusiasmo que el nuevo gobierno incrementaría los precios de los alimentos, en un movimiento de libertad de mercado. Admitía que “los argentinos no pueden pagar los precios internacionales del trigo y la carne”, pero no le preocupaba. El gobierno anterior los había deprimido en forma artificial para favorecer a los habitantes urbanos, la industria y el gasto público. El diario cuestiona que esta política permitió a los argentinos consumir el doble de carne que los estadounidenses. La pieza imperdible de esta serie fue publicada al día siguiente por el mismo Kandel bajo el título “En una fiesta argentina, después del golpe”. Narró una “suntuosa comida” en un piso de diez ambientes sobre la avenida Del Libertador. A las 11 de la noche comenzaron a llegar “jóvenes estancieros, ricos agricultores, maduros hombres de negocios, personalidades artísticas, modelos, y ricos ociosos”. La esposa de un contratista de maquinaria agrícola dijo: “Mi marido está tan contento con el golpe que por primera vez en su vida va a pagar impuestos”. El hombre asintió: “Queremos que este gobierno tenga éxito. Si estos militares son tan serios como parece, nosotros también debemos serlo”. El diario comenta que la evasión de los impuestos directos había llegado al 70 por ciento y que el gobierno de Isabel lo compensó imprimiendo billetes, lo que disparó la inflación. El dueño de casa mostró a sus huéspedes los tapices del Renacimiento que heredó de sus abuelos ganaderos y los retratos y cerámicas españoles del siglo XVIII, que acababa de comprar como inversión, aunque no le gustaban. Uno de los ganaderos presentes explicó las enormes ganancias que había hecho con la inflación, contrayendo créditos que a su vencimiento no valían nada y volcando esos recursos a su campo, donde multiplicó las reses. Otro bendijo la inflación, porque le permitió instalar una mesa de dinero, con la que ganaba el 10 por ciento sobre cada transacción. A la 1 se sentaron a comer a una mesa servida por seis mozos de smoking, bajo un candelero de cristal del imperio austrohúngaro. Luego de la cena se dirigieron a la sala, donde les sirvieron café, cognac y cigarrillos de marihuana de Colombia. La fiesta terminó al amanecer y el satisfecho dueño de casa volvió a hablar de política. “Fue un golpe rápido y aburrido, con tal precisión que no se hubiera dicho que eran argentinos, sino alemanes”.

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