EL PAíS

El más sincero de todos

 Por Mario Wainfeld

“De nuevo estoy de vuelta,
después de larga ausencia”
Chango Rodríguez, “Luna Cautiva”.

Quedó atrás la bella época en que “la oposición” intercambiaba lisonjas y loas al diálogo. Hay bancas en disputa, bienes escasos en puja, los rostros se tornan torvos. Se traspapelan listas en el camino a la Justicia Electoral, se voltean amigos de los aliados como si tal cosa. Gabriela Michetti participa en algún debate, se molesta visiblemente cuando le discuten. Francisco de Narváez destrata a “Felipe”, se pone tieso si le cae una repregunta. Julio Cobos y Elisa Carrió se chucean. La competencia devela rostros y lógicas maquillados durante el conflicto de las retenciones móviles. Hay zancadillas, malas ondas, trapisondas.

Alfredo De Angeli siempre fue el mismo. Pero el año pasado la cadena privada de medios exaltaba su rusticidad, la atribuía a su condición rupestre y a una justa “bronca”. La bronca es un password en la radio y en la tele, autoriza a la desmesura, al pedido de pena capital, a la agresión en patota, a surtidos formatos de linchamiento.

Los patrones rurales hasta mudaron de nombre. Algunos comunicadores los apodan “campesinos”, imprecisión que haría remover en su tumba a Mao Tsé Tung, dejaría alelado a Martín Fierro y hasta descolocaría al servil Segundo Sombra. En rigor, son patrones, remanidos dueños de la tierra, curtidos en la explotación del trabajo infantil, baqueanos en eso de evadir cargas sociales. También en acallar a los que discrepan con ellos, cuando tienen poder. La democracia los constriñe, el nuevo clima de época les pone alas.

Brotan por doquier las agresiones a candidatos de otras banderías. Las homologan a los escraches, mala asimilación que no inventaron, aunque capitalizan. Los escraches fueron el camino elegido por HIJOS para señalar a los represores impunes, porque no había perspectiva de acceder a la justicia. Un recurso alternativo, porque estaban clausuradas las vías institucionales. Ahora, no hay tal.

Las agresiones son eso, hechos de violencia, cometidos en patota, jugando de local. Las organizan dirigentes de las entidades agropecuarias, no pichis.

Alfredo De Angeli se va de boca una y otra vez. No miente, no se le sale la cadena, incurre en el pecadillo de ser más sincero que sus cofrades. Esta semana habló como Robustiano Patrón Costas, seguramente porque objetivamente se le parece mucho. Habló de arrear personas, de dirigirles el voto.

Para sus compañeros de la Federación Agraria fue demasiado, lo cuestionaron en una carta profusamente distribuida. Los líderes de la Sociedad Rural y de CRA tuvieron mayor coherencia intelectual, no levantaron la voz.

La derecha argentina, comentan por ahí, no existe. Pero se la ve con frecuencia, cada vez más desembozada mostrando al compadrear el cuero picoteau. Los que travistieron al Melli en un prócer civil se hacen los distraídos, musitan reproches. El hombre no cambió nada, de 2008 a hoy, apenas se hizo más conspicuo.

En un mismo sentido, Mauricio Macri extrovierte su afán de volver a las privatizaciones. Un viraje en relación con su verbo, usualmente impreciso, meloso y escondedor. “Francisco” lo apoya, no podría ser de otra forma.

La regresión, la reacción están en el aire. Sus intérpretes se sueltan la cabellera, se sienten más seguros, acaso alguna vez hablen sin astucia. Cabe empezar a preguntarse qué serían de las libertades públicas, de las más básicas, si mandaran los dueños de la tierra.

Entre tanto, los líderes del sector emiten más señales culturales dignas de mención. De Narváez se jacta de ser millonario, comenta con unción que su abuelo lo instó a pelearse con su hermano por plata. El imaginario medio argentino elegía, antaño, otros arquetipos: la clase media como ideal, el ascenso social pausado, cierta lejanía con la riqueza ostentosa, la familia por encima de todo. Los políticos se armaban en ese molde: dirigentes hijos o nietos de inmigrantes, formados en la universidad pública, de inicios esforzados. Cuando “Mauricio” y “Gabriela” fueron elegidos para gobernar, alumbró una innovación: dos gobernantes de una provincia egresados de universidades privadas, uno ostensiblemente heredero y haragán.

Esas mutaciones no hablan sólo de ellos, sino especialmente de la sociedad que les da cobijo.

Ahora, con un clima local que percibe favorable, la derecha va por más, reacciona, se ostenta tal cual es. Quien quiera oír, que oiga.

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