EL PAíS › LOS HERMANOS AMARILLA CUENTAN EL SECUESTRO DE SUS PADRES Y EL MOMENTO EN QUE VIERON A MARTIN

Escenas del encuentro

 Por Alejandra Dandan

Ignacio, Mauricio y Joaquín, tres hermanos que ahora son cuatro.
Imagen:Dafne Gentinetta

Mauricio está convencido de que hubo algo más, que no fue sólo la partida de nacimiento. Que treinta años atrás, mientras su madre estaba en cautiverio, se acariciaba la panza y le decía a su hijo que había otros tres hermanos, que iba a tener que buscarlos, que había una familia, que la tenía que encontrar. “Creo que sentía la convicción y que eso era la voz de mi vieja. Que cuando era bebé mi mamá sabía lo que a ella le esperaba, creo que le hablaba y no creo que una partida de nacimiento te pueda hacer dudar de tu identidad.”

El lunes terminó ese camino que a lo mejor disparó aquella voz. Martín abrió una de las puertas de la casa de las Abuelas de Plaza de Mayo. Y del otro lado, en fila, apiñados, lo esperaban Mauricio, Joaquín e Ignacio, muertos de ansiedad. Se habían imaginado mil cosas de la persona que acababan de conocer como su hermano más chico. Que era un millonario, que hasta podía aparecer con pollera y tacos. Mauricio lo abrazó especialmente. Como siempre lo hizo con sus hermanos má chicos, como el hermano mayor. “Fue reemotivo”, dice. “Cuando entra Martín también llora, y uno se da cuenta de que no importó lo que hubiese imaginado. Fuimos, corrimos, nos abrazamos, lloramos y a lo mejor el abrazo que no nos dimos nunca en la vida es como que eso lo quise hacer con ese abrazo, como el hermano mayor, lo que uno quiso hacer es como un bienvenido a casa.”

Se dijo mil veces que los tres hermanos corrieron a verle las orejas. Todos nacieron con las orejas pegadas a la cabeza y Martín tenía la misma marca. Se sentaron juntos, rodeados de tíos y parientes. Cuando le preguntaron a Martín qué hacía, explicó que era músico, que tocaba la guitarra y estaba estudiando acordeón a piano. “Todos nos asombramos –dice el mayor– porque minutos antes de que llegara estábamos hablando de que todos los hermanos Molfino decidieron estudiar un instrumento distinto y justo mi mamá había estudiado acordeón a piano, y no es un instrumento común, ¿no?, como puede ser la guitarra, más para una mujer.”

Mauricio está sentado en un bar de Avenida de Mayo y al lado está Joaquín, de 32, dos años más chico. Viene llegando Ignacio, otros dos años menor. Están en Buenos Aires desde hace una semana. En septiembre, un equipo de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad viajó a Chaco para tomar muestras de sangre de los hermanos de sus padres, Guillermo Amarilla y Marcela Molfino, dos ex militantes de Montoneros secuestrados en octubre de 1979 durante la contraofensiva y hoy desaparecidos. El viernes 30 de octubre los llamaron para confirmar que sus padres habían tenido otro hijo, que nació ocho meses después de su secuestro y quedó en manos de un agente de Inteligencia del Ejército. En 2007, Martín había empezado a sospechar que podía ser hijo de desaparecidos y empezó a hacer su búsqueda. Ninguno de los hermanos lo sabía.

En los sesenta, Marcela se puso a estudiar Filosofía y Letras mientras empezaba con la militancia política en el Peronismo de Base y luego en la Juventud Peronista. Venía del tronco de los Molfino, militantes de fibra, divididos entre Montoneros y el ERP. Guillermo era “el Negro” Amarilla, uno de los menores de diez hermanos, familia de trabajadores, padre criado en el primer peronismo. Con los años, Guillermo fue parte de la dirección de Montoneros y uno de los cuadros más importantes de la JP Regional IV. Los dos primeros hijos, Mauricio y Joaquín, nacieron en Argentina. En 1978, con buena parte de la familia presa o exiliada, la madre de Marcela volvió al país sólo para llevárselos camuflados durante la final del Mundial de Fútbol. Ignacio nació en Francia, pero todos volvieron poco después para la dramática experiencia de la contraofensiva montonera. El 17 de octubre de 1980, Guillermo cayó en un bar mientras esperaba una cita. Y ese mismo día cayó Marcela en una casa de San Antonio de Padua. Estaban los tres hijos, un hermano de Guillermo, la mujer y sus dos hijos. A Mauricio le faltaban tres meses para cumplir cinco años. Tiene la imagen del operativo grabada.

“Fue en octubre y varias de las cosas me cerraron después de algunas charlas con mis tíos, porque me acuerdo que había dos casas, una atrás, de madera, y otra de material, adelante. Nuestro tío Rubén estaba trabajando en la construcción de la casa. En esa época daban El Llanero Solitario. Me acuerdo que en la casa había unos caballetes, y nosotros jugábamos a los caballos con Mariano, el hijo de mi tío Rubén, y de golpe veo debajo de un colectivo muchos pies con botas militares. Entonces le dije al tío que estaba con una pala, haciendo una mezcla. En ese momento fue como que miré y cuando él mira y quiere irse para adentro, para reaccionar diría yo ahora, ahí se largan con todo. Lo agarran a él, lo tiran al piso. Nos agarran a nosotros, nos suben a un auto, imaginate que lo que siempre me quedó grabado fue que la agarran a mi mamá de los pelos.”

Quienes recuerdan ese secuestro siempre repitieron una historia que, aparentemente, pudo no haber sido del todo cierta. Se dijo que Marcela salió a defenderse con un revólver y quedó herida. Por eso, sus hermanos creyeron que había muerto enseguida y nunca pensaron en un embarazo. No sólo porque ella no se lo dijo a nadie, ni siquiera a su hermana Alejandra, a la que había visto quince días antes, sino porque ante la herida varios la dieron por muerta. Mauricio dice que él se acuerda de que las cosas no fueron así. “La imagen que tengo grabada de mi vieja es sacándola de los pelos y ella abrazada a mi hermano menor. No estaba herida y no tenía arma: tenía a mi hermano, un bebé. Me acuerdo de los gritos de ella para no soltar a su hijo y alguien le saca a Ignacio, de diez meses, lo suben a un auto. A Rubén lo tenían en el piso, boca abajo, en la vereda. A nosotros nos suben en el auto donde está Ignacio, nos llevan a una casa, ahí, muy cerca, calculo a una cuadra.”

–¿Era de ellos la casa?

–Puede ser, pero no sé: yo sé que estaba preparada porque apenas llegamos había gaseosas y masitas, nos sientan y nos dan eso como para calmarnos, como que nos estaban esperando y de ahí nos llevan a una casona vieja, muy antigua pero no en mal estado. La imagen que tengo es que eran cuatro dormitorios con un hall en el medio y donde éramos varios chicos. En una pieza estábamos nosotros, los cinco con cucheta y cama, y donde había todas mujeres policías. Estuvimos quince días desaparecidos, desde el 17 de octubre hasta el 2 de noviembre que nos llevan al Chaco.

–¿Los devolvió un militar que conocía a un Amarilla?

–No sé, pero me acuerdo que nos suben a un auto y nos llevan a la casa de mi tío Juan Carlos, que vivía en el Gran Buenos Aires, que yo ya conocía porque ahí vivieron con nuestros viejos. Golpean y golpean y no atiende nadie. Después supe, por mi tío, que cuando se enteró del secuestro se asustaron, por eso no estaban. Entonces nos regresaron a la casa unos días mas y después me acuerdo que nos llevan a un avión y nos llevan a un lugar que ni sabíamos que era el Chaco. Era la casa de una tía que nunca habíamos visto. Una hora después llegó mi abuela, que sí conocíamos, y no entendíamos nada.

–¿Qué pasó con ustedes tres?

–En una primera instancia Joaquín fue a vivir con una hermana de mi viejo, la tía Dora. Yo voy a la casa de mi abuela paterna, Ramona, e Ignacio que era el más bebito, vivía un tiempo con Dora, unos días con Angel Amarilla y así durante tres años, hasta que falleció mi abuela. Ahí, yo me quedé viviendo en la casa con otra tía. Estuvimos así cinco años, no vivíamos juntos, pero nos veíamos, hasta que un día Juan Carlos Amarilla, el hermano de mi papá, ese que vivía en el Gran Buenos Aires, va al Chaco. Nuestro viejo le había dicho que si le pasaba algo, le hubiese gustado que nosotros estemos con él, así que en un momento toma la decisión de dejar todo, dejar la casa, trasladar a los hijos para el Chaco. Va y nos une: teníamos 9, 7 y 5 años.

–¿Cómo fueron esos años?

–Yo creo que cuando uno es niño no dimensiona tanto lo que se está viviendo. Los primeros años, yo siempre tenía la esperanza de que nuestros viejos aparezcan. Tan pronto había pasado todo que no dimensionábamos el no vernos nunca más. Es como que eso era momentáneo, y así fue durante muchos años, por lo menos en mi caso. Calculo que como a los 10 años o a los 11 años asumí que no iban a aparecer más mis papás.

La familia había sido liquidada por la dictadura. A Noemí Gianetti de Molfino, madre de Marcela, la secuestraron en Perú en junio de 1980 y el cuerpo apareció un mes más tarde en el hotel Madrid de España. Marcela seguía desaparecida, su hermano Miguel Angel había estado detenido, Gustavo, otro de los hermanos, estuvo exiliado y Alejandra también. Del lado de los Amarilla, desaparecieron Guillermo, su hermano Rubén Darío y Ricardo, el hijo del hermano mayor.

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