EL PAíS › EL PADECIMIENTO DE CORINA FERNáNDEZ

Golpes y amenazas

 Por Mariana Carbajal

La historia de Corina es la de tantas mujeres que en el país son víctimas de la violencia machista en su hogar y viven aterradas. Muchas de ellas no pueden contarla: su pareja o ex pareja termina asesinándolas, como pretendió hacer Weber y falló. Desde el comienzo del año y hasta el 30 de junio, 83 mujeres fueron asesinadas por sus esposos o ex parejas o novios, de acuerdo con el registro que lleva el Observatorio de Femicidios de La Casa del Encuentro.

En el juicio, la mujer contó que conocía a Weber desde que tenía 23 o 24 años de edad, que iniciaron una relación de pareja y que a los 29 años se fueron a vivir juntos, y que mantuvieron la convivencia hasta un año y medio antes del día en que quiso matarla, el 2 de agosto de 2010. Detalló que dejó la casa después de que su pareja la golpeara brutalmente en abril de 2009, cuando intentó matarla. Dijo que las cosas no venían bien desde hacía varios años. “En realidad las cosas nunca fueron bien, pues el imputado nunca trabajó y la deponente tenía que tener dos trabajos para mantener la casa”, dice la sentencia. Cuando sus hijas nacieron, Corina contó que “vivía trabajando para pagar el alquiler y los alimentos”, y que después, cuando compraron la casa, para pagar la hipoteca. Según dijo, Weber “trataba de ser comerciante”, pero “era más lo que gastaba en celular y en nafta que lo que entraba”. Recordó incluso que una vez se fue a trabajar tres meses al sur, y que cuando volvió la factura telefónica era imposible de pagar. Llegó a desistir de pedirle que se consiguiera un empleo, porque el hecho de que saliera a trabajar era más caro que se quedara en la casa. Corina contó que se sentía “con una responsabilidad a cuestas, sola” y que no se fue antes porque el departamento estaba a nombre de ella, y que su madre era garante, por lo que no quería generar problemas.

La mujer describió que inicialmente “el maltrato era más psicológico que físico” y que el maltrato físico fue “en tiempo más cercano”. Dijo ser de una personalidad sumisa, que la mandaba a dormir a un colchón sobre el suelo y en el cuarto de servicio. Weber creía que ella lo engañaba. Corina reconoció que en verdad le tenía miedo, porque todo el tiempo la amenazaba diciendo que la iba a matar, y que se iba a pegar un tiro. Incluso señaló que durante mucho tiempo pensó en cómo irse, y relató que tenía a sus hijas aleccionadas para llamar al 911. Dijo que sus propias hijas le decían que saliera de la casa, pues cuando ella no estaba él se calmaba un poco. Y que su pareja le llegó a arrojar vasos de Coca-cola, ceniceros, y los cuchillos de cenar, y que estaba cada día más violento. Corina contó que probó en trabajar de noche en un call-center y estar durante el día en la casa, de modo que lo único que su marido tenía que hacer a la noche era calentar la cena.

También contó que Weber en los últimos cinco años había empezado a consumir paco, que como tenía una buena obra social trató de llevarlo, para asistirlo, pero el hombre no siguió adelante. Que empezaron a desaparecer cosas, que vendía todo para comprar droga, que cuando fumaba se calmaba, pero al día siguiente era peor. Recordó que en octubre de 2008, de un día para el otro, dijo “no fumo más”, y que cuando dejó de fumar, se puso violento.

Mía o de nadie

Corina decidió dejarlo e irse con las nenas a la casa de su mamá, después de que le diera una brutal golpiza, el 5 o 6 de abril de 2009. La paliza se la propinó –contó ante el tribunal– delante de sus hijas y duró “de las 15 a las 23”. Corina pensó que yendo a la casa de su madre estaría más segura pero no fue así, porque su ex nunca respetó la prohibición de acercamiento que la Justicia le dictó.

“El se acercaba una o dos veces por semana al colegio, vivía amenazando todo el tiempo”, recordó Corina en el juicio. La mujer señaló que llamaba al 911 y la policía no llegaba. Weber fue sometido a juicio por desobediencia y amenazas reiteradas y condenado a año y medio de prisión en suspenso. Lo dejaron libre y a los quince días la baleó. El hecho ocurrió justo el primer día de clases después de las vacaciones de invierno.

Antes de ese día, Weber volvía loca a la madre de Corina, la hostigaba telefónicamente tanto al teléfono de línea como al celular. No cambiaron los números porque la señora los usaba con fines laborales. Cuando Corina atendía, su ex la amenazaba: “Te voy a matar. Vas a terminar muerta. ¡Volvé!”, recordó la mujer al testificar. Siempre le decía que volviera porque de lo contrario él se iba a matar y ella iba a correr el mismo riesgo.

La mujer contó que intentó vender la casa, que fueron a una inmobiliaria, y que le hizo un gesto, como el disparo con un revólver, apuntándola. También dijo que informaba todo esto al juzgado, que investigaba las amenazas. Otra vez, cuando iba al trabajo, Weber se le apareció de improviso y le dijo: “Mirá qué fácil sería”, dando cuenta de que la podía matar sin problemas. El hombre también la hostigaba en su trabajo. La llamaba constantemente y exigía que lo atendiera. Sus compañeros la cubrieron un tiempo, pero finalmente la terminaron echando porque su rendimiento no era el mismo y faltaba mucho.

Corina precisó que cuando dejaron la casa que compartía con su esposo, tanto ella como las dos hijas se sintieron liberadas. Las nenas no querían volver a ver al padre. También a ellas las había golpeado. El día que le dio la golpiza a Corina, la mujer contó que también aporreó a una de las nenas porque le acercó una pastilla a su mamá y cuando trataba de ir hasta la ventana para pedir ayuda.

El testimonio de Corina es impactante: dijo que si su ex se quedaba en calle iba a ir a matarla más rápido. Weber, pensó ella, no tenía nada que perder, no tenía trabajo, nada que arriesgar. Como en tantos otros casos de violencia machista, Weber le decía que si no estaba con él no iba a estar con nadie, que no iba a vivir para contarla.

Varios testigos en el juicio dieron cuenta de las humillaciones y agresiones que sufrió la mujer a lo largo de varios años, entre ellos un hermano de Corina, su mejor amiga de nombre Marcela y un supervisor del call-center.

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Imagen: Télam
 
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