EL PAíS

Populismo y reelección

 Por Horacio Verbitsky

Zannini se pregunta ¿qué tipo de democracia es una en la que el pueblo no tiene cariño por sus gobernantes, y los gobernantes piensan que tienen que hacerle daño a su pueblo? Y cita a “un profesor de Oxford” cuyo nombre no recuerda, según quien “la lucha contra el populismo pasa por limitar las reelecciones”. Le parece que este punto marca “qué importantes son los liderazgos y qué importante es impedir que esos liderazgos continúen para quienes piensan la democracia desde otro lugar”.

–Si se acepta esa definición académica, la estrategia en la Argentina fue exitosa, porque no se mantuvo la restricción constitucional y Cristina no es candidata este año.

–Pero Cristina deja la relación gobierno-pueblo en un muy alto estándar, que va a ser necesario cuidar para no caer en lo que por ejemplo vemos que pretende la troika, el FMI, los buitres para Grecia: que los gobernantes sean verdugos de su pueblo.

–¿Cómo va a cambiar la relación pueblo-gobierno cuando el pueblo siga siendo el mismo, pero el gobierno sea otro?

–El desafío es que el mismo proyecto pueda generar las condiciones para su supervivencia sin necesidad de que continúen las personas. Pero hay que tener en claro que esta situación afecta a la voluntad popular porque no pueden tener en el gobierno a quien quieren. Esta crisis se repite en el resto de América Latina: el caso de Lula con Dilma, el caso de Evo, el caso de Michelle que tuvo que alejarse cuatro años antes de volver.

–Pero ¿está de acuerdo con la renovación periódica de autoridades, con la necesidad de los dos tercios para la reforma de la Constitución?

–Por supuesto, hemos sido los más institucionalistas, respetuosos a rajatabla. No hay ley del Congreso que no haya tenido la mayoría que en cada caso se necesitaba. El problema de la Argentina es otro. Hay opositores que al no tener posibilidad de influir sobre la formación de la voluntad legislativa acuden a la justicia para impedir que se apliquen las medidas, y encuentran jueces que quieren sustituir al poder popular del Congreso, que se conciben a sí mismos como una corporación con intereses propios, como si nada tuvieran que ver con la sociedad en la que están.

–Está pasando cada vez con mayor frecuencia. Es un problema institucional serio.

–Se ha integrado a la cultura opositora el ir a litigar a la justicia contra las leyes que no pueden cambiar con los números de la democracia.

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