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El gobierno de Córdoba decidió que hubiera publicidad gratuita en los medios para las elecciones provinciales. El criterio también se aplica en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Es una buena medida, que habilita espacio para las fuerzas minoritarias, menos dotadas de recursos que los grandes partidos dominantes o los oficialismos. Aminora las diferencias, que siguen siendo demasiado vastas y que es un imperativo tratar de mitigar en mayor medida.

Como fuera, es una regulación auspiciosa que empuja en favor de la información ciudadana y del conocimiento de candidatos y propuestas.

La peculiaridad de la medida cordobesa es que rige para los medios gráficos y no solo para los audiovisuales. La movida desató la furia de los grandes medios gráficos, proverbialmente poco dispuestos a hacer aportes sinceros al proceso democrático.

El diario La Nación, en consonancia con su larga y coherente trayectoria elitista y golpista, puso el grito en el cielo con formato de editorial. Se tituló “También en Córdoba, lo inconcebible”. Tildó la medida de inconstitucional, de atentatoria contra la libertad de expresión. Y comparó al gobernador José Manuel de la Sota con el gobierno nacional. Acusación de pecado o de crimen capital para el imaginario de la “tribuna de doctrina”, proferida contra un adalid de la “opo” a la que aúpa con frenesí similar al que dedicó a las sucesivas dictaduras que asolaron este suelo.

La regla es opinable, como casi todo. Su intencionalidad, opina este cronista, es loable. Y, por cierto, tiene vigencia por un lapso acotado y breve.

Es instructiva la furia del diario de los Mitre y la derecha autóctona cuando rozan la epidermis de sus ingresos. Nada están dispuestos a aportar al proceso democrático, aunque son maestros en eso de pedir sacrificios a los sectores populares, por ideología y por tradición.

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Horario Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y Mariano Recalde debatieron en la tele, en el programa A dos voces, emitido por la señal TN. Fue una polémica entretenida que se presentó con los ditirambos que se consagra a esos formatos.

Toda discusión pública es un aporte y es innegable que los medios son una parte esencial del ágora moderna. Los reclamos por un debate entre presidenciables forman parte de la cartilla actual y son válidos.

Si se amplía la cantidad de polémicas e intercambios sería una mejora. Pero, propone con modestia este cronista, tal vez se endiose demasiado a esos debates como formato excelso.

Por lo pronto, es disfuncional que se celebren solo en territorios controlados por el Grupo Clarín, algo que no sucede en otras comarcas de la tierra. También es “polémico” que intervengan sólo los candidatos con más potencial de votos, ya que la riqueza del intercambio no debe dejar afuera a las minorías, comprobadas o hipotéticas. El rating es soberano por tevé, pero no debería dominar cuando de abrir el juego se trata.

En cuanto al saldo del debate en sí, seguramente serán más recordadas las simpáticas chicanas sobre machismo, preferencias nacionales o aspectos colaterales. Tampoco agregan nada al saber ciudadano los momentos propiciados por la moda televisiva en los que las voces se enciman y se tapan, como en el austero living de Intratables.

En fin, que bienvenida la controversia y la exposición de los protagonistas. Claro que si se aspira al republicanismo y a la calidad, es mejor que la soberanía televisiva y clarinesca ceda terreno a ámbitos más pluralistas.

Queda pendiente saber si habrá debate presidencial, una vez realizadas las PASO. Sería una doble novedad interesante. Por la falta de precedentes desde 1983 y porque sería una concesión de quien vaya punteando en los sondeos previos. Hasta acá han sido los punteros quienes más se han opuesto a exponerse en debates. Una coincidencia transversal que no se remarca mucho, tal vez porque indica una semejanza entre diferentes, según el rol que desempeñen.